Leyendo a Cervantes en cautiverio
Le¨ª el 'Quijote' en octubre de 1973, junto a un grupo abatido de hombres y mujeres que hab¨ªamos buscado asilo en la Embajada Argentina en Santiago de Chile despu¨¦s del golpe
De las muchas y diversas veces que, desde la adolescencia, me he puesto a gozar de Don Quijote de la Mancha, hay una, extra?a y arquet¨ªpica y colectiva, de cuyo alcance me quiero acordar hoy, en el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Esa lectura, en Octubre de 1973, fue junto a un grupo abatido de hombres y mujeres que, como yo, hab¨ªan buscado asilo en la Embajada Argentina en Santiago de Chile despu¨¦s del golpe que hab¨ªa derrocado al gobierno democr¨¢tico de Salvador Allende. Como el otro millar de perseguidos hacinados en esos salones donde hac¨ªa poco se agasajaba con c¨®cteles a selectos y pr¨ªstinos invitados, hu¨ªamos del terror desatado por los militares.
Cervantes mismo, si resucitara para solo ello, no habr¨ªa podido imaginar a lectores m¨¢s afines. Aunque esos treinta militantes que asist¨ªan a mis sesiones solo hab¨ªan frecuentado hasta entonces las aventuras del Ingenioso Hidalgo en forma espor¨¢dica y superficial, aportaban a su interpretaci¨®n, en cambio, una riqueza de experiencia y fr¨¢gil madurez que no pose¨ªan los j¨®venes alumnos que hab¨ªan seguido mis cursos sobre esa obra en la Universidad. Muchos de estos improvisados y damnificados lectores de la Embajada, venidos a nuestro pa¨ªs desde las revoluciones fracasadas de otras tierras latinoamericanas, hab¨ªan ya pasado per¨ªodos extensos en la c¨¢rcel y, a pesar de haber sufrido tortura y opresi¨®n y exilio, segu¨ªan tratando de mantener viva, adentro de la caverna de la derrota y el desconsuelo, una sed por la justicia con que Cervantes, estoy seguro, hubiera simpatizado. Como esos asilados, el Manco de Lepanto hab¨ªa sido v¨ªctima de una encarnizada adversidad, y tambi¨¦n como ellos, sinti¨® el desaf¨ªo de nutrir, en un mundo cruel, las pacientes fuentes de la creaci¨®n.
De hecho, la experiencia que defini¨® la vida de nuestro Miguel, que lo transform¨® en el artista que termin¨® siendo, fueron los cinco a¨¾os aterradores y formativos (1575-1580) que pas¨® en los cadalsos de Argel como prisionero de los piratas berberiscos. Fue ah¨ª, en la frontera fluctuante donde el Islam y el Occidente se enfrentaron y entremezclaron, que Cervantes aprendi¨® a valorar la tolerancia hacia aquellos que son diferentes, y ah¨ª, tambi¨¦n, que aprendi¨® que, de todos los bienes a los que puede aspirar un hombre, el mayor es la libertad. Mientras aguardaba el rescate que su familia indigente no pod¨ªa pagar, amenazado de muerte cada vez que intent¨® fugarse, presenciando los suplicios y ejecuciones de otros esclavos cristianos, ansiaba una vida sin grillos desp¨®ticos. Pero una vez retornado a Espa¨¾a, un veterano de guerra mutilado al que ninguneaban aquellos que lo hab¨ªan mandado a pelear, en la medida de que el desencanto y las traiciones se amontonaban, lleg¨® a la conclusi¨®n de que si no podemos determinar los infortunios que saquean nuestros cuerpos, somos capaces, no obstante, de dominar la manera en que nuestra alma reacciona ante esa malaventura.
Don Quijote deriva de esa revelaci¨®n. En el pr¨®logo de la Primera Parte de la novela (1605), el autor advierte al ¡°desocupado lector¡±, que su obra se engendr¨® en una c¨¢rcel. Fuera en Sevilla o en Castro del Rio, aquella experiencia traum¨¢tica de un nuevo encierro tuvo que revivirle el calvario de Argel, tiene que haberlo enfrentado al dilema que resolvi¨® asombrosamente: o sucumbir a la amargura del desaliento o echar a volar las alas de la imaginaci¨®n, probando que los seres humanos disponemos de una capacidad infinita para superar el presidio inmediato y material de esta Tierra. El resultado, eventualmente, fue un libro que iba a empujar los l¨ªmites de la creaci¨®n, desencadenando su escritura de las ligaduras y linderos de la literatura previa, subvirtiendo todas las tradiciones y convenciones anteriores. Un milagro: en vez de una diatriba rencorosa contra una Espa?a que ya deca¨ªa y que lo hab¨ªa rechazado y censurado, Cervantes invent¨® un tour de forc¨¦ tan juguet¨®n como multifac¨¦tico, fundando los cimientos para cuanto abigarrado experimento el g¨¦nero novel¨ªstico iba a sondear en los siglos venideros.
Puesto que lectores y escritores gradualmente llegaron a reconocer que estaban viviendo, sufriendo, fantaseando en una realidad que Cervantes, por primera vez en Occidente, hab¨ªa tratado con cuidadosa, minuciosa deliberaci¨®n. Comprendieron que somos todos unos locos constantemente sobrepasados por la historia, seres precarios pose¨ªdos por el espejismo de qui¨¦nes somos, amarrados a cuerpos que cumplen la condena maravillosa de tener que comer y dormir, defecar y hacer el amor y alg¨²n d¨ªa morir, vueltos rid¨ªculos y a la vez gloriosos por las quimeras que albergamos. Cervantes, para decirlo sin rodeos, descubri¨® el vasto territorio psicol¨®gico y social de la modernidad, lo que significa ser cautivos de un mundo inexorable del que las v¨ªctimas bregan por escaparse con alguna semblanza de dignidad, aunque sea a trav¨¦s de ilusiones ef¨ªmeras.
Aquellos que le¨ªamos Don Quijote en 1973, en una Embajada que no pod¨ªamos abandonar, rodeados de militares prontos a transportarnos a estadios y s¨®tanos y cementerios, respondimos visceralmente a esa obra graciosa, concebida en condiciones no enteramente dis¨ªmiles a las que sobrellev¨¢bamos. Esa pr¨¢ctica y exaltaci¨®n incesante de la libertad nos sirvi¨® de continua inspiraci¨®n, una apuesta de que, por mucho que estuvi¨¦ramos acosados por las circunstancias m¨¢s s¨®rdidas, ¨¦ramos, todos y cada uno, un experimento magn¨ªfico que solo cesa con nuestro ¨²ltimo aliento. Una fe en el esp¨ªritu humano que se reflejaba ejemplarmente en un pasaje de la Segunda Parte del Quijote (1615) que nos conmovi¨® hasta las l¨¢grimas.
Los fr¨ªvolos Duques han hecho a Sancho Panza gobernador de una ¡°¨ªnsula¡±, donde el escudero demuestra m¨¢s cordura y compasi¨®n que quienes buscan divertirse a su costa. Una noche, haciendo la ronda, se encuentra con un joven impertinente al que Sancho sentencia a dormir en la c¨¢rcel. Con descaro, el condenado insiste en que ¡°cuantos hoy viven¡± no lo lograr¨¢n, por cuanto ¡°si yo no quiero dormir, y estarme despierto toda la noche, sin pegar pesta?a, ?ser¨¢ vuestra merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?¡± Escarmentado por este ejemplo de independencia y entereza, Sancho lo suelta.
Es un episodio que me acompa?a se?eramente desde entonces. Si lo rememoro ahora, es porque creo que contiene el mensaje esencial del Pr¨ªncipe de los Ingenios para nuestra desanimada humanidad contempor¨¢nea.
Es cierto que la mayor¨ªa de nuestros coterr¨¢neos no est¨¢n encarcelados, como lo estuvo tan a menudo Cervantes, ni se encuentran confinados, como aquellos revolucionarios de la Embajada Argentina, por murallas de temor. Y, sin embargo, habitamos, a¨²n m¨¢s que el autor de El Quijote, un mundo at¨®nito de espejos y espejismos movedizos, cada vez m¨¢s distantes un ciudadano del otro, somos una especie presa de la violencia y la desigualdad, de la codicia y la estupidez, de la intolerancia y la xenofobia y el fundamentalismo, n¨¢ufragos en un planeta del que hemos perdido el control. Como si fu¨¦ramos lun¨¢ticos caminando a ciegas hacia el abismo.
Cervantes falleci¨® hace cuatrocientos a¨¾os y sigue, de todas maneras, envi¨¢ndonos palabras, la sabidur¨ªa de ese muchacho constre?ido por Sancho Panza, palabras que necesitamos leer otra vez y meditar a fondo antes de que sea demasiado tarde.
Nadie tiene el poder de hacernos dormir si no es por propia decisi¨®n.
Cervantes nos est¨¢ diciendo que nuestra humanidad asediada, aturdida, cautiva, no debe perder la esperanza de que podamos despertar antes de que sea demasiado tarde.
La ¨²ltima novela de Ariel Dorfman es Allegro, una novela narrada por Mozart. Vive en los Estados Unidos y Chile con su mujer Ang¨¦lica.
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