En la Espa?a sin nadie
'La Espa?a vac¨ªa' es un ensayo hist¨®rico y un relato de viajes en el que Sergio del Molino declara su amor a lo real de su vida
Hay comarcas en Espa?a que tienen una densidad de poblaci¨®n inferior a las m¨¢s deshabitadas de Laponia o del norte de Finlandia, ya en las soledades del C¨ªrculo Polar ?rtico. M¨¢s de un siglo ya de divagadores palabreros especulando sobre el ser de Espa?a, sobre su existencia primigenia o su inexistencia absoluta, aunque tambi¨¦n opresora, o sobre la distancia secular que nos separa de Europa, y nadie ha parecido fijarse en su hecho diferencial m¨¢s cierto, en su definitiva se?a de identidad ¡ªpor seguir usando el dialecto de la ¨¦poca¡ª: lo que distingue a Espa?a, ahora igual que en el siglo XVI, la diferencia con respecto a Europa que atormentaba a los fantasmones del 98, es una cosa muy simple, que se explica con cifras y no con palabras: Espa?a es un pa¨ªs en gran parte deshabitado. Lo observaron los viajeros rom¨¢nticos del XIX, pero ya lo hab¨ªan advertido mucho antes los emisarios extranjeros del XVI. En Europa, ya entonces, el campo estaba punteado de pueblos y campos f¨¦rtiles, de caminos transitados, de bulla comercial. Espa?a, salvo unos cuantos n¨²cleos situados sobre todo en la periferia, sorprend¨ªa a quien la visitaba por sus espacios enormes, sus serran¨ªas en las que abundaban los animales salvajes y los bandidos. Espa?a parece menos inmensa y vac¨ªa por un malentendido cartogr¨¢fico: cuanto m¨¢s al norte est¨¢n los pa¨ªses, m¨¢s los agranda la proyecci¨®n de Mercator, al proyectar en un plano bidimensional la esfera terrestre. Espa?a es el pa¨ªs menos poblado de toda Europa, incluyendo la Europa del norte glacial. Tambi¨¦n es el pa¨ªs en el que m¨¢s bruscamente se pasa de la superpoblaci¨®n a la nada, de las periferias comerciales y residenciales de las metr¨®polis al puro desierto.
'La Espa?a vac¨ªa' es un ensayo hist¨®rico y un relato de viajes en el que Sergio del Molino declara su amor a lo real de su vida
Yo casi no hab¨ªa pensado en nada de esto, y menos a¨²n en las irregularidades de la cartograf¨ªa, antes de leer un libro extraordinario de Sergio del Molino, La Espa?a vac¨ªa, uno de esos libros que llegan a ser algo muy original por el camino de ser varias cosas muy distintas al mismo tiempo. Es un ensayo hist¨®rico, pero tambi¨¦n es un relato de viajes, unos cuantos de ellos en el espacio y otros en el tiempo, viajes reales en coche por las carreteras del pa¨ªs y viajes por los libros y por las pel¨ªculas, y a la vez es una confesi¨®n personal, el testimonio de alguien que mira su pa¨ªs desde la perspectiva exacta de su generaci¨®n y de su tiempo. Del Molino escribe novelas y ha escrito mucho en los peri¨®dicos, sobre todo cr¨®nicas sobre el interior del pa¨ªs, y en La Espa?a vac¨ªa se nota mucho su doble entrenamiento, la afici¨®n por inventar relatos y hacer examen de conciencia mediante la escritura ¡ªel ensimismamiento inevitable de la literatura¡ª, y tambi¨¦n la de ir por ah¨ª con los ojos y los o¨ªdos muy atentos para observar la pura variedad objetiva del mundo. Del Molino usa la primera persona del singular de una manera que no es muy habitual en espa?ol, y menos todav¨ªa en Espa?a: no para hacer un personaje de s¨ª mismo, ni para dar doctrina, ni para ejercer una halagadora impostura, sino para contar lo que es, lo que hace, lo que le gusta, lo que se le pasa por la cabeza, lo que le provoca sarcasmo o ternura, el tono de su vida, su amor por su familia y por su oficio.
Hace unos a?os, buscando el tono para un ensayo extenso que quer¨ªa escribir, volv¨ª a leer con cuidado Una habitaci¨®n propia, de Virginia Woolf. Los libros mejores siempre sorprenden. Lo que me atrajo m¨¢s de ese ensayo, y lo que yo no recordaba de anteriores lecturas, era su condici¨®n de escritura en movimiento. El hilo del libro no es una argumentaci¨®n, sino una caminata que desemboca en otras y se enreda con ellas. Como Mrs. Dalloway en Londres, Virginia Woolf est¨¢ siempre yendo de un lado a otro, paseando por la orilla de un r¨ªo o pisando un c¨¦sped universitario al que no tiene derecho en raz¨®n de su sexo. El ritmo de las frases es el de los pasos. Las divagaciones del pensamiento y de la escritura son tan inesperadas como las de la caminata.
En el coraz¨®n del libro, entre tantos viajes, hay una confesi¨®n: el escritor elige quedarse, y agradece el azar que facilit¨® ese destino sedentario
Sergio del Molino ha escrito tambi¨¦n un ensayo en movimiento, un no parar de conductor vocacional que empieza recorriendo los paisajes verdes de Gales y contin¨²a por las carreteras de los secanos de la Espa?a vac¨ªa, que no dejan nada que envidiar por su amplitud y su desolaci¨®n a las de esas autopistas del interior de Estados Unidos. Del Molino ha estado en las Hurdes, en los Monegros, en las soledades del Moncayo, en los pueblos terribles de los cr¨ªmenes espa?oles, en Puerto Hurraco y en Fago. En sus viajes ha seguido los pasos de otros viajeros a lo largo de siglos, y ha conversado y discutido con ellos mientras los le¨ªa, pero nunca pierde de vista la realidad cercana, ni su propia reacci¨®n a los lugares y a las personas que encuentra. Es tan irreverente con las vacas sagradas del esencialismo hispano como respetuoso con las personas comunes a las que se encuentra, y con los escritores y los activistas que pusieron la atenci¨®n y las ganas de mejorar las cosas por encima de los prejuicios y los apostolados. Est¨¢ mucho m¨¢s cerca de Antonio Machado que de Azor¨ªn o Unamuno. El eje de su libro es lo que ¨¦l llama el Gran Trauma, la migraci¨®n tremenda que en muy pocos a?os dej¨® vac¨ªos pueblos y campos para multiplicar la poblaci¨®n de las grandes ciudades. Hijos de campesinos nacidos en barriadas de aluvi¨®n afirmaban una identidad desafiadora dej¨¢ndose el pelo muy largo y abandon¨¢ndose al ¨¦xtasis de los guitarreos del heavy metal. En la conciencia de los espa?oles que en los a?os ochenta abrazaban a toda prisa la modernidad hab¨ªa una sombra casi siempre inconfesada que era la de un origen en la Espa?a vac¨ªa, un pasado escindido entre la abjuraci¨®n y la nostalgia, entre la arrogancia de una mundanidad demasiado reciente para ser s¨®lida y la perduraci¨®n de lealtades ¨ªntimas alimentadas por un sentimiento de culpa. Del Molino, que naci¨® en 1979, no conoci¨® la ansiedad de muchos hijos y nietos del campo que nos hac¨ªamos adultos por aquellas fechas, sobre todo si alberg¨¢bamos aspiraciones literarias. Nos asustaba que alg¨²n desde?oso mandar¨ªn de lo que abundaban tanto entonces ¡ªy ahora¡ª pudiera acusarnos de costumbristas y rurales. En los ochenta nos esforz¨¢bamos en escribir novelas ambientadas en capitales extranjeras que hab¨ªamos visitado durante unos d¨ªas en alg¨²n viaje colectivo organizado por el Ministerio de Cultura.
En el coraz¨®n del libro, entre tantos viajes, hay una confesi¨®n: el escritor elige quedarse, y agradece el azar que facilit¨® ese destino sedentario. No todo van a ser desarraigos literarios y huidas de road movie. Con toda naturalidad, con una libertad de esp¨ªritu que es el privilegio de su generaci¨®n, Sergio del Molino hace una pudorosa declaraci¨®n de amor a lo real de su vida ¡ªsu casa, su mujer, sus hijos¡ª que se parece mucho al amor sereno y cr¨ªtico de su mirada sobre el pa¨ªs. Cuando yo era joven, mostrar sentimientos en lo que uno escrib¨ªa era tan imperdonable como retratar campesinos, a no ser que fueran campesinos faulknerizados por Juan Benet.
Todav¨ªa tengo mucho que aprender de este libro.
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