?Qu¨¦ hiciste en la guerra, y despu¨¦s, Otto?
Toda la vida luchando contra las simpat¨ªas de mi familia por Otto Skorzeny y ahora resultar¨¢ que ten¨ªan raz¨®n ellos. Desde peque?o, mi padre me acun¨® con las aventuras del jefe de comandos de Hitler, al que hab¨ªa conocido de joven en Madrid, cuando el antiguo oficial de las SS se hab¨ªa refugiado en la Espa?a de Franco y, se dec¨ªa, tej¨ªa la telara?a de la aut¨¦ntica Odessa, la red para la fuga de nazis a Sudam¨¦rica. Ya de ni?o era yo capaz de explicar con pelos y se?ales el rescate de Mussolini por Skorzeny en el Gran Sasso, avioneta Cig¨¹e?a incluida, todo de primera mano para sorpresa ¡ªmayormente entusiasta¡ª de mis preceptores en el colegio de curas. A pap¨¢, el descomunal (med¨ªa 1,93 metros y era muy robusto) soldadote austriaco le hab¨ªa ense?ado, entre otras cosas, el grupo sangu¨ªneo tatuado en la parte interior del brazo izquierdo, t¨ªpico de las Waffen-SS, y en una ocasi¨®n lo levant¨® por encima de su cabeza ¡ªy mi padre era entonces un joven alto y atl¨¦tico que jugaba a rugby de pilier¡ªcogi¨¦ndolo por la cintura con una sola mano. En realidad, el que era buen amigo de Skorzeny era mi t¨ªo abuelo, que hab¨ªa sido alf¨¦rez en la Divisi¨®n Azul y con el que compart¨ªa haber recibido similares heridas en Rusia a causa de un cohete katiuska.
Crec¨ª, pues, presumiendo descerebradamente de la amistad de la familia con el teniente coronel de las SS y con su Misiones secretas (Destino, 1950) como uno de mis libros de cabecera. Cuando empec¨¦ a afeitarme y a leer versiones m¨¢s objetivas de la II Guerra Mundial comprend¨ª que a Skorzeny no hab¨ªa por d¨®nde cogerlo. No solo hab¨ªa sido un nazi de tomo y lomo, favorito de Hitler, ac¨®lito de Kaltenbrunner y colega de Eichmann, sino que adem¨¢s era un vanidoso fanfarr¨®n y un notable mentiroso. Si hubiera sido ingl¨¦s y no un nazi hubiera compuesto un buen swashbuckler, un petulante espadach¨ªn matasiete y perdonavidas. No en balde hab¨ªa practicado de joven la esgrima germ¨¢nica del Mensurschl?ger y luc¨ªa las schmisse, las cicatrices de duelo. Skorzeny, descubr¨ª, hab¨ªa jugado con su leyenda del ¡°hombre m¨¢s peligroso de Europa¡± que en buena parte era eso, leyenda. Les escamote¨® a los paracaidistas de Student el ¨¦xito del rescate del Duce, puso en peligro al propio Mussolini exigiendo volar con ¨¦l y se arrog¨® todo el m¨¦rito (y las medallas: Hitler le impuso el mismo d¨ªa, cosa ins¨®lita, la Cruz de Caballero). Sus otras operaciones tampoco fueron la repanocha y muchas quedaron en simples fantas¨ªas. En esa categor¨ªa habr¨ªa que incluir lo de beneficiarse a Evita Per¨®n, experiencia de la que se vanagloriaba. Lo que m¨¢s me molestaba del SS era su participaci¨®n entusi¨¢stica en la represi¨®n del golpe del 20 de julio contra Hitler: por media hora no fue ¨¦l el que ejecut¨® a Stauffenberg.
Pensaba pues que hab¨ªa zanjado una ¨¦poca descarriada de mi vida resituando al tipo cuando se han producido las nuevas revelaciones sobre que Skorzeny trabaj¨® para el Mossad (algo que se rumoreaba hace tiempo). No est¨¢ claro si lo hizo porque le iba la marcha o porque pretend¨ªa que Wiesenthal le dejara en paz. Sea como sea, el asunto me produce perplejidad y desaz¨®n. ?Diablos, es que ya no se puede fiar uno ni de los nazis!
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