John O¡¯Hara: el arte de quemar puentes
Admirado por Hemingway y Fitzgerald, el narrador americano fue tan prol¨ªfico como hosco y malencarado. Un excelente libro compila ahora sus mejores cuentos
Siempre he sospechado de la gente que carece de enemigos, aunque, claro, algunos se pasan por el otro extremo. John O¡¯Hara, uno de los grandes escritores americanos del siglo XX, se granje¨® a lo largo de su vida enemistades ac¨¦rrimas en todos los ¨¢mbitos de la literatura y la prensa; inquinas perennes que determinar¨ªan su legado y presencia en el canon moderno. Y es que con la cara pagaba. Observen su foto: luce el t¨ªpico rictus del fulano que acaba de escuchar en un bar c¨®mo dos tipos, dos taburetes m¨¢s all¨¢, intercambian comentarios salaces sobre su esposa.
No, John O¡¯Hara no era un hidalgo gentil. Algunos incluso sugieren que era un gran hijo de puta: arrogante, poco generoso, pendenciero (de ¡°temperamento vol¨¢til¡±), m¨¢s ambicioso que el plan de expansi¨®n territorial del III?Reich y, para colmo, con muy mal vino. Muchos otros artistas se han granjeado una reputaci¨®n de hosquedad temulenta, s¨ª, pero algunos de ellos (como Hemingway) luc¨ªan luego su mejor sonrisa en la foto de grupo.
O¡¯Hara no. ?l era un hombre solitario, atormentado, con tremenda mala baba, quien, pese a lo enumerado (o gracias a ello), fue bendecido con un colosal talento. Naci¨® en 1905 en un agujero de Pensilvania llamado Pottsville. Llevaba genes ¡°bien¡± (peque?a burgues¨ªa irlandesa) que se ocup¨® bien temprano de arrastrar por el esti¨¦rcol con su conducta r¨¦proba y afici¨®n al botell¨®n. Su destino habr¨ªa sido Yale y estudiar Medicina, pero las pellas y las amanecidas truncaron su carrera, y el arisco O¡¯Hara se vio obligado a trabajar durante cuatro a?os, como cualquier hijo de vecino.
Son relatos muy terrenales. Puros fragmentos sin aderezo del d¨ªa a d¨ªa humano, narrados con emoci¨®n
No les aburrir¨¦ aqu¨ª con su curr¨ªculo completo. O¡¯Hara fue atra¨ªdo a Nueva York como polilla a bombilla, empez¨® en The New Yorker de redactor, y en pocos a?os ya perge?aba relatos para el magac¨ªn. Paralelamente a su carrera de cuentista, O¡¯Hara dio forma a su debut, el a¨²n impresionante Cita en Samarra (1934), un cruento ajuste de cuentas con la envarada clase media-alta que le amamant¨®.
S¨ª, O¡¯Hara mordi¨® una y otra vez la mano que le acercaba el alpiste, como un loro antip¨¢tico. Aprendi¨® de Heming?way y Fitzgerald pero ningune¨® su influjo, menospreci¨® a Steinbeck (cuando este gan¨® el Nobel, O¡¯Hara le mand¨® un telegrama que dec¨ªa: ¡°Eras mi segunda opci¨®n¡±) y respondi¨® cada cr¨ªtica que recib¨ªa con violencia sumar¨ªsima. Su desaparici¨®n del canon puede deberse en parte a este flam¨ªgero factor de animosidad, como tambi¨¦n a que el muy cabezota se negase a permitir que sus relatos fuesen reproducidos en los libros de texto.
Y asimismo, aqu¨ª tienen una selecci¨®n de sus mejores cuentos, recopilados por Contra Editorial. Se antoja una faena ardua, esta, pues O¡¯Hara escrib¨ªa como un loco incontinente. Azuzado por el resentimiento, la alienaci¨®n y la autosuperaci¨®n, el autor entreg¨® un volumen de obra (?400 relatos!, ?17 novelas!, ?varios guiones para Hollywood!) que aplastaba, al menos num¨¦ricamente, el de cualquier colega de profesi¨®n (para que comparen, Hemingway: 50 relatejos). No todos sus cuentos son perfectos o memorables, pero la inmensa mayor¨ªa de los aqu¨ª incluidos lo son.
En ellos hallar¨¢n las grandes bazas de O¡¯Hara: el di¨¢logo ¨¢gil y cre¨ªble como motor narrativo; la aproximaci¨®n de medio lado al medio (lo crucial acontece fuera de plano); el final abrupto, siempre en coitus interruptus o fade out reverberante; la prosa pulcra, elegante, concisa, sin aspavientos ni hechicer¨ªa po¨¦tica (espolvoreaba las met¨¢foras con m¨¢s taca?er¨ªa que John Fante); y, sobre todo, el ojo cl¨ªnico. Una intuici¨®n para detectar y registrar los defectos del alma, el parloteo vernacular de la gente, las magulladuras de cada d¨ªa, que le har¨ªan rozar la excelencia una y otra vez.
Su espectro de temas podr¨ªa dividirse en: entresijos de la jet set hollywoodiense y cuitas cotidianas. Como buen marginado de la gente molona, O¡¯Hara estaba ¡ªal igual que Fitzgerald¡ª completamente cautivado, casi hasta niveles hipn¨®ticos, con los tejemanejes de los ricos y famosos. La gran mayor¨ªa de relatos, sin embargo, ilustran las vidas de la gente com¨²n. Piensen en el callado desespero suburbano que a?os despu¨¦s relatar¨ªa Richard Yates con parecido tino. El modesto empleado de banca que solo halla felicidad cuando visita el lupanar local (¡®El martes es tan buen d¨ªa como otro cualquiera¡¯), el sempiterno tendero sin escr¨²pulos (¡®El hombre de la ferreter¨ªa¡¯), maridos y mujeres hastiados a tutipl¨¦n, amas de casa sedadas por el tedio, oficinistas ab¨²licos, gente mayor y mucha peque?ez. O¡¯Hara era bien capaz de utilizar la compasi¨®n, pero no cargaba pistolas de agua. En muchos relatos se concentra en las mezquindades mundanas, la insignificante malevolencia de los hombres, las pu?aladas y rencorcillos (¡®Atado de pies y manos¡¯). Estos resultan ser, en mi opini¨®n, sin excepci¨®n, los mejores relatos. Tambi¨¦n las incursiones en la primera persona, como perspectiva narrativa (¡®En el Cothurnos club¡¯) o semivelado ejercicio autobiogr¨¢fico (¡®Fatimas y besos¡¯ o ¡®Un hombre de confianza¡¯).
El norteamericano no era un hidalgo gentil. Algunos sugieren que era un gran hijo de puta: arrogante, pendenciero
Si me obligasen a se?alar el ¨²nico inconveniente de estos relatos, yo dir¨ªa que es, de hecho, su calidad prosaica. Son cuentos muy terrenales. Puros fragmentos sin aderezo del d¨ªa a d¨ªa humano, narrados con emoci¨®n ensillada (la hay, pero no cabalga libre), desapego, elegancia prudente, todo en el estante adecuado. Sin ¨¦pica, ni mucho romanticismo, ni demasiada procacidad. Como, ustedes dir¨¢n, suele ser la vida misma. E incluso as¨ª, le prefiero m¨¢s duro y desatado, da?ado y furioso, en ca¨ªda libre. La chica de California es la mejor selecci¨®n posible de los relatos del gran John O¡¯Hara, s¨ª. Pero yo, si me permiten, le gozo a¨²n m¨¢s en trayecto largo.
La chica de California y otros relatos. John O¡¯Hara. Traducci¨®n de David Paradela L¨®pez. Contra Editorial. Barcelona, 2016. 320 p¨¢ginas. 20,90 euros.
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