El Bosco: de la alucinaci¨®n devota al enigma sin fin
Revolucion¨® la historia del arte con una mezcla de condici¨®n visionaria, genio pict¨®rico y fe religiosa
Culebras negras con brazos amenazan con atacar a un pobre diablo amarrado a un la¨²d, un hombre agachado y con un huevo gigante encima introduce una barra por el ano de un ciego, las cuerdas de un arpa gigante crucifican a un presunto pecador y una especie de batracio con colmillos lee un pentagrama escrito en el culo de un tipo semioculto. Una larga cola de malditos espera su turno. Es el infierno seg¨²n Jeroen Van Aecken, El Bosco (¡®s-Hertogenbosch, Brabante, hoy Holanda, nacido en torno a 1450 seg¨²n las fuentes m¨¢s coincidentes y muerto en 1516).
Con el para¨ªso la cosa es m¨¢s placentera , pero no mejora mucho en lo relativo a la cordura y la l¨®gica de las cosas. Desde el interior de extra?os tubos de metal explotan bandadas de p¨¢jaros, cuerpos desnudos y prisioneros del ¨¦xtasis se dan a toda la gama concebible de tocamientos genitales y la manzana del pecado navega por un lago con unos bellos candidatos a Ad¨¢n y Eva roz¨¢ndose los morros. Los santos se han ganado el man¨¢. Ya pueden retozar.
?Qui¨¦n era aquel hombre dispuesto a ir hasta el fin en su misi¨®n de arte y de fe, aunque fuera provocando la furia de los guardianes del templo, inquisidores incluidos? Los curas m¨¢s c¨ªnicos y sus mariachis, toda esa patulea contrarreformista que tildaba de her¨¦tico a El Bosco y luego se iba de putas, quisieron masacrar a un hombre que simpatizaba con la Reforma luterana y la devotio moderna, s¨ª, pero que en el fondo solo deseaba pintar el interior del alma humana. Y por desgracia a sus ojos el alma humana estaba, ay, perdida. Tuvo que ser un fraile, el padre Jos¨¦ de Sig¨¹enza, seguramente un heterodoxo como ¨¦l, quien saliera en su defensa al afirmar por escrito que lo ¨²nico que hac¨ªa este genio del arte era ¡°pintar el interior humano¡±. Solo una pintura como La extracci¨®n de la piedra de la locura (Museo del Prado) parece ejercer de excepci¨®n de obra profana en medio de tanta y tan intensa vocaci¨®n religiosa en la obra de El Bosco.
En la l¨ªnea inquebrantable de una doctrina human¨ªstica de militancia cristiana, aunque expresada una y mil veces a trav¨¦s de dos veh¨ªculos tan problem¨¢ticos para el dogma como son lo grotesco y lo burlesco, Jeroen Van Aecken dio a luz a una interminable alucinaci¨®n en forma de pinturas. Se invent¨® mundos que no estaban y convirti¨® en objeto de su arte ¡ªque no era otra cosa que un discurso, un mensaje¡ª temas de los que no se conoc¨ªa iconograf¨ªa alguna, asuntos de inspiraci¨®n b¨ªblica que hasta entonces solo exist¨ªan en los textos sagrados o en los bestiarios medievales, y a veces ni eso.
Ese es el tan tra¨ªdo y llevado enigma de El Bosco, esa marmita hist¨®rica de elucubraciones e interpretaciones intelectuales a menudo casi tan alucinadas como la propia mente del artista de Brabante. No lo eran las reflexiones del psiquiatra y ensayista Carlos Castilla del Pino (fallecido en 2009), un devoto enfermizo de Van Aecken, cuando hablaba de ¡°la ininteligibilidad¡± de El Bosco o de gran parte de su obra. En S¨ªmbolo y alegor¨ªa, un ensayo que viene a ser una ef¨ªmera piedra Rosetta para que los no iniciados intenten empezar a entender algunas ¨ªnfimas cosas acerca de lo que esconden esos cuadros y esos tr¨ªpticos que hoy permanecen en la bruma del misterio ¡ªensayo integrado en el volumen El Bosco y la tradici¨®n pict¨®rica de lo fant¨¢stico (Galaxia Gutenberg y Fundaci¨®n Amigos del Museo del Prado, 2006)¡ª Castilla del Pino escribe: ¡°Hay efectivamente una parte del contenido del discurso bosquiano sobre la que caben solo conjeturas. No trato de resolver el problema, que es insoluble, sino de exponer qu¨¦ es lo que determina esa ininteligibilidad en la obra de El Bosco en general, y que podr¨ªamos encontrar en obras de artistas m¨¢s cercanos, como Goya o Dal¨ª¡±.
Visi¨®n refrendada (retroactivamente, pues la frase se remonta a 1953) por el historiador del arte Erwin Panofsky, una de las vacas sagradas en la historia del estudio de la relaci¨®n entre el pensamiento y la imagen: ¡°No consigo apartar de m¨ª la sensaci¨®n de que el verdadero secreto de los impresionantes sue?os diurnos y pesadillas de El Bosco no se han llegado a revelar realmente. Hemos practicado algunos agujeros en la puerta de una estancia cerrada, pero todav¨ªa no hemos encontrado la llave que abre esa puerta¡±.
Si sabios as¨ª admitieron sin problemas su limitada capacidad de penetraci¨®n en el universo de El Bosco¡ ?c¨®mo situarnos hoy frente a su pintura? Es m¨¢s¡ ?est¨¢ claro que recordamos que se trata de pintura? ?No corre el espectador de su obra el peligro de instalarse en el hipot¨¦tico mensaje, en el hipot¨¦tico tema, en el fondo y olvidarse de¡ la forma? Puede servir de baliza este consejo de Alejandro Vergara, jefe de conservaci¨®n de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado: ¡°Yo recomendar¨ªa a la gente, desde luego, que se centre en su pintura¡ no tanto en lo que pinta, sino en c¨®mo lo pinta, que se fije en ese aire como de resignaci¨®n que tienen muchos de sus personajes, que no intente decirse todo el tiempo ¡®esto es el infierno y esto es el para¨ªso y esto es¡¡¯ sino en c¨®mo est¨¢n pintados, porque es una maravilla¡±. Vergara cree que existe con El Bosco algo as¨ª como un peligro de anecdotizaci¨®n: ¡°El contenido de El Bosco es dif¨ªcil de interpretar pero muy f¨¢cil de ver, porque ofrece muchas an¨¦cdotas, y eso es algo que viene bien superar cuando se contemplan estas obras¡±.
As¨ª que aquel pintor creyente, devoto de la Virgen Mar¨ªa y miembro de la Onze Lieve Vrouwe Broederschap (una cofrad¨ªa de monjes tonsurados y seglares ultrarreligiosos entregados a la causa, que ejerci¨® de por si hab¨ªa dudas) se sent¨ªa impelido por cuestiones de fe a poner en marcha su colosal edificio: una imparable factor¨ªa de demonios voladores, criaturas temibles y fornicadores sin remedio junto a los verdes campos del Ed¨¦n y sus virtuosos habitantes¡ porque ya se sabe, el hombre es bueno pero la tentaci¨®n le pierde. Esas mismas criaturas que hoy, 500 a?os despu¨¦s de la muerte del artista, los japoneses y los que no son japoneses ¡ªpero con especial fruici¨®n los japoneses, v¨¢yase a saber por qu¨¦¡ª siguen contemplando con embeleso en las salas del Prado.
?D¨®nde habita la vigencia de El Bosco? Solo Goya y Vel¨¢zquez compiten con el autor de El jard¨ªn de las delicias en fervor popular y afluencia de muchedumbre, como bien saben los responsables de la pinacoteca madrile?a. Posterior al magisterio abrumador de Jan Van Eyck, antecesor y padre espiritual de maestros como Pieter Brueghel El Viejo o Joachim Patinir y coet¨¢neo de personajes como Leonardo y Miguel ?ngel, Erasmo y Lutero, Crist¨®bal Col¨®n y Carlos V, el tiempo de El Bosco es el de quienes mirando por el retrovisor la era medieval fueron cambiando el mundo, ya fuera en el desmoronamiento del orden art¨ªstico como en el del religioso o el pol¨ªtico. Bien lo supo ver Felipe II. El caso es que gracias al rey constructor de El Escorial ¡ªy a los oficios de alg¨²n conseguidor de lujo como Felipe de Guevara (miembro del cortejo flamenco del emperador Carlos V) o el mism¨ªsimo Duque de Alba, que se apoder¨® de El jard¨ªn de las delicias durante la guerra de Flandes¡ª, el Museo del Prado alberga hoy el m¨¢s importante conjunto de obras maestras del artista.
Se llam¨® Jeroen Van Aecken, El Bosco. Comenz¨® destrozando las certezas pict¨®ricas de fondo y forma en el umbral que separaba el g¨®tico tard¨ªo del albor renacentista, provoc¨® adhesiones y odios en su doble papel de pintor y predicador¡ y acab¨® como icono de los fascinados surrealistas, que debieron de ver en sus peces voladores y en sus orejas atravesadas por espadas el trasunto de una escritura autom¨¢tica muy pero que muy avant la lettre. Fantas¨ªa y realidad, s¨ªmbolo y alegor¨ªa, terror y serenidad. Atenci¨®n. Una contemplaci¨®n al uso ¡ªsiendo siempre un espect¨¢culo¡ª no har¨¢ justicia a El jard¨ªn de las delicias, El carro de heno, La adoraci¨®n de los Reyes Magos o Las tentaciones de San Antonio, esos tr¨ªpticos donde se dan la mano la negrura y lo celestial. No puede advertirse tal cosa en los museos donde cuelgan sus obras maestras, pero si uno se asoma a alguno de los extraordinarios libros de reproducciones de sus obras (como por ejemplo Hyeronimus Bosch. La obra completa, (Taschen), comprobar¨¢ que s¨ª, que al fondo de estos ¨®leos sobre tabla los paisajes se suceden sin parar, surgen como aut¨¦nticas obras maestras de la pintura flamenca del XV y el XVI en todo su detalle. M¨¢s al fondo a¨²n, los personajes se hacen innumerables. Se dir¨ªa una Babilonia microsc¨®pica y grandiosa a la vez. Los cuadros de El Bosco no acaban nunca. Es el pintor infinito.
Dos crisis para una exposici¨®n
Atr¨¢s quedan otras espinas distintas a las de la Coronaci¨®n. En el verano de 2014, el presidente de Patrimonio Nacional (PN), Jos¨¦ Rodr¨ªguez-Spiteri reclamaba de pronto al Patronato del Prado la devoluci¨®n de obras como El jard¨ªn de las delicias y la Mesa de los siete pecados capitales, que colgaban en las paredes de la pinacoteca desde 1939 en concepto de dep¨®sito indefinido. Su intenci¨®n, que provoc¨® una diplom¨¢tica y callada pero furiosa guerra de guerrillas entre las dos instituciones, era que los dos boscos pasaran a integrar los fondos del nuevo Museo de Colecciones Reales gestionado por PN, a¨²n sin inaugurar. La crisis empez¨® a solucionarse con la vicepresidenta del Gobierno, Soraya S¨¢enz de Santamar¨ªa, asegurando a EL PA?S al t¨¦rmino de un consejo de ministros "esos cuadros no saldr¨¢n del Prado" y acab¨® con la salida de Spiteri de PN.
Segunda crisis. Noviembre de 2015. Los responsables holandeses del Proyecto de Investigaci¨®n y Conservaci¨®n de El Bosco, que llevaban seis a?os analizando obras del artista por todo el mundo de cara a la exposici¨®n a celebrar en 's-Hertogenbosch (hoy ya clausurada) anunciaban que ni La mesa de los siete pecados capitales ni La extracci¨®n de la piedra de la locura ni Las tentaciones de San Antonio Abad hab¨ªan salido del pincel del maestro, sino de su entorno.
Una discreta y educada indignaci¨®n cundi¨® en los despachos y en los talleres de restauraci¨®n de El Prado, cuyos responsables mantuvieron la atribuci¨®n de esas tres obras. "Claro que todo ese ruido y esos problemas te perturban cuando est¨¢s trabajando en una exposici¨®n as¨ª", admite Pilar Silva, comisaria de la muestra, "pero nuestra respuesta ser¨¢ cient¨ªfica, como debe ser, y va a llegar en forma de un texto en el cat¨¢logo; hemos hecho nuevas pruebas y estudios de las obras, nuevas reflectograf¨ªas, radiograf¨ªas, an¨¢lisis de pigmentos¡ Y no olvidemos que nosotros tenemos las obras principales, obras que no han estado en 's-Hertogenbosch".
?Es esta exposici¨®n en cierto modo una respuesta a las desatribuciones y las puestas en entredicho procedentes de Holanda? ¡°No, El Prado ha hecho solo lo que ten¨ªa que hacer¡ somos un museo con un prestigio ganado hace a?os en tareas de investigaci¨®n de historia del arte, y esta exposici¨®n es un ejemplo m¨¢s. No considero esta muestra como un pu?etazo en la mesa por todo lo que pas¨®, sino simplemente es un museo y su equipo haciendo su trabajo¡±, explica Alejandro Vergara, jefe de conservaci¨®n de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte en la pinacoteca madrile?a.
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