El torero mexicano El Pana queda tetrapl¨¦jico
El veterano diestro, de 64 a?os, fue embestido y cay¨® de forma aparatosa en la plaza de Ciudad Lerdo, en la localidad de Durango
No ocurri¨® a las cinco en punto de la tarde, ni en plaza de post¨ªn; el nulo trap¨ªo de un torete del hierro de Guanam¨¦ tampoco destilar¨¢ versos invaluables y sin embargo, el bicho de marras (casta?o claro, ojinegro, capacho de cuerna, escurrido de carnes) se llam¨® ¡°Pan franc¨¦s¡±, al filo de un Cinco de Mayo, fecha que ahora hasta en la Casa Blanca de Washington se festeja como fiesta mexicana al conmemorar precisamente el triunfo decimon¨®nico de la Rep¨²blica Mexicana de Benito Ju¨¢rez contra el ej¨¦rcito invasor de Napole¨®n III a las faldas de la ciudad de Puebla, tan cerca de Tlaxcala.
Nadie sabe si Rodolfo Rodr¨ªguez El Pana pretend¨ªa ejecutar una de sus l¨¢nguidas Ver¨®nicas en las que desmayaba los brazos adormilados o si le hubiera dado tiempo de girarse de espaldas e intentar una Tafallera, esa rara manera de abrirse de capa que realiz¨® en muchas ocasiones. Incluso, consta que de tanto hacerlo, a El Pana se le hizo f¨¢cil pasar de eso a la ejecuci¨®n del Pase del Imposible con capote, cuando se supone que ese sortilegio era exclusivo del toreo con la muleta. Lo que se sabe es que a Pan franc¨¦s le bast¨® darle un tope seco en el tronco de la taleguilla de El Pana y echarlo a volar por los aires como mu?eco de trapo pintado por Goya, manteado en una triste met¨¢fora que ha se?alado Rub¨¦n Am¨®n en estas p¨¢ginas.
No pocos cr¨ªticos especializados y aficionados de cepa viven hoy la tragedia con la amarga apostilla de su circunstancia: no se trata de la heroica cornada en la femoral que hizo que Manolete muriera matando y matara muriendo al toro Islero de Miura o la tajada instant¨¢nea que dej¨® el coraz¨®n de El Yiyo como un libro abierto sobre la arena de Colmenar Viejo. Es un percance a topacarnero, de frente y sin sangre en la arena que dej¨® inerte el cuerpo de una leyenda que no merec¨ªa salir del ruedo malcargado por improvisados asistentes. Para colmo, la apostilla de esta enrevesada modernidad en la que la proliferaci¨®n de los llamados antitaurinos confirma que son legi¨®n quienes opinan de lo sea sin tener conocimiento de causa y por ende, caer en la vergonzosa celebraci¨®n de los percances humanos, de la ¨ªntima tragedia de vidas absolutamente novelescas que se visten de seda y oro para jugarse la vida como si fueran pr¨ªncipes de un reino en constante decadencia. La bravura del ganado bravo ¡ªas¨ª en las vaquillas como en los erales, novillos, toretes como pan franc¨¦s o toros de imponente trap¨ªo¡ª se manifiesta desde la nacencia y si acaso se fardan ahora v¨ªdeos en donde vemos bureles que se dejan acariciar por sonrientes villamelones es porque aleda?a a la bravura est¨¢ el riesgoso jugo de la mansedumbre y de todo eso saben los ganaderos de bravo que heredan por lo menos tres siglos de intrincada ingenier¨ªa gen¨¦tica donde la sangre brava termina por confirmar lo obvio: todo aquel que se pone delante de un animal en franca embestida horizontal, pretendiendo burlar su encuentro apostado con inm¨®vil verticalidad (y no bailando un zapateado) se juega la vida. A don Antonio Bienvenida, sabio de encastes y de toda tauromaquia, lo mat¨® una vaquilla con s¨®lo echarlo a volar por los aires quiz¨¢ sabiendo que la cornada est¨¢ en la ca¨ªda, igual que le pas¨® a Christian Montququiol Nime?o II y al gran Julio Robles.
Rodolfo Rodr¨ªguez El Pana se juega la vida cada 24 horas y en el ruedo transmit¨ªa el el¨¦ctrico paso con el que aletargaba el pase¨ªllo y ese raro don que se llama caminarle a los toros. La tragedia subraya que toda su grandeza emanaba tanto de la quietud como de la movilidad, ya en quites donde se colocaba el capote encima de los hombros como mariposa en acuarela o en banderillas donde la palabra rehilete parec¨ªa rimar con ruleta o con las fant¨¢sticas faenas de muleta donde ralentizaba el tiempo y todo se pon¨ªa en blanco y negro. Pensar que hubo un tiempo en que El Pana entrenaba en Los Viveros de Coyoac¨¢n en calzoncillos para que los aspirantes a novillero vieran en sus cicatrices la topograf¨ªa de todos los dolores que hab¨ªa sobrevivido para vestirse de luces: dos tajadas en la femoral de ambas piernas, la zafena cercenada, el torso cosido en piel queloide¡ y hoy, la embestida al caer r¨ªgido sobre las cervicales, inerte en la arena aunque quiz¨¢ intuya que lo llevamos en hombros todos los que lo vimos torear entre nubes, con la secreta esperanza que de esta herida tambi¨¦n ha de salir por la puerta grande.
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