Los ¡®sputniks¡¯ musicales
Los refugiados europeos transformaron la m¨²sica de sus pa¨ªses de acogida, como fue el caso de EE UU
La victoria del pianista Van Cliburn en la primera edici¨®n del Premio Chaikovski, en abril de 1958, forma parte de la leyenda. Radio Mosc¨² lo denomin¨® el ¡°Sp¨²tnik americano desarrollado en secreto¡±. Un juvenil y encantador tejano que puso en jaque la te¨®rica supremac¨ªa musical rusa en plena Guerra Fr¨ªa. Y, para sonrojo sovi¨¦tico, se coron¨® en su capital, tocando los conciertos de Chaikovski y Rachmaninov, y frente a las grandes figuras del pianismo ruso del momento como Gilels o Richter. Cliburn fue portada de la revista Time o protagoniz¨® un Ticker tape paradepor las calles de Manhattan. Pero no todo el m¨¦rito era estadounidense. Shostakovich, presidente del tribunal del certamen, afirm¨® que era una consecuencia del exilio de grandes pianistas rusos a Norteam¨¦rica. Y ten¨ªa raz¨®n. El tejano hab¨ªa estudiado los siete a?os anteriores a ese concurso con Rosina Lh¨¦vinne, viuda del m¨ªtico Josef Lh¨¦vinne, ambos grandes pianistas y pedagogos rusos exiliados como tantos en EE.UU. por los pogromos, la Revoluci¨®n Rusa, la Primera y Segunda Guerra Mundial o los reg¨ªmenes fascistas europeos.
Algo similar podr¨ªa decirse por entonces de Leonard Bernstein. Verdadero prototipo de director de orquesta norteamericano que precisamente en 1958 se convirti¨® en el primer titular estadounidense de la Filarm¨®nica de Nueva York. Pero se hab¨ªa formado con el h¨²ngaro Fritz Reiner en Filadelfia y con el ruso Sergei Koussevitski en Boston, dos inmigrantes llegados a Norteam¨¦rica a comienzos de los a?os veinte como otros en esos a?os: Arturo Toscanini, Pierre Monteux, Otto Klemperer y Bruno Walter. De John Cage, figura emblem¨¢tica de la creaci¨®n musical estadounidense, se podr¨ªa decir otro tanto. Arnold Schoenberg vio en ¨¦l un potencial tan inmenso que decidi¨® apadrinarlo despu¨¦s de instalarse en Los ?ngeles en 1935. A Schoenberg le siguieron otros colegas: Paul Hindemith, Bela Bart¨®k, Darius Milhaud o Igor Stravinski. Incluso dos compositores menos relevantes, como Kurt Weill y Erich Korngold, ser¨ªan determinantes en el desarrollo de algo tan norteamericano como el musical de Broadway y o la m¨²sica para el cine de Hollywood.
El listado de m¨²sicos europeos emigrados a Estados Unidos en las primeras d¨¦cadas del siglo XX fue tan impresionante como determinante. Afect¨® adem¨¢s de la ense?anza o la composici¨®n, a las orquestas, los conjuntos de c¨¢mara o los teatros de ¨®pera. Claramente la cultura musical norteamericana no ser¨ªa la misma sin las aportaciones de tantos refugiados, sin estos maravillosos sp¨²tniks o sat¨¦lites musicales europeos.
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