La ultima encomienda de Garc¨ªa M¨¢rquez
Mercedes Barcha de Garcia, viuda del Nobel, entrega sus cenizas a la Universidad de Cartagena
Bajo un cielo azul caribe?o, en la hist¨®rica y heroica ciudad de Cartagena de Indias, do?a Mercedes Barcha de Garc¨ªa, rodeada de un peque?o grupo de familiares y amigos, encomend¨® a la tierra coste?a de Colombia los restos mortales de su compa?ero de vida y premio Nobel, don Gabriel Garcia M¨¢rquez. Esa tarde, entre el sol y una humedad sofocante, cuando ni una hoja se mov¨ªa, un vac¨ªo, un hueco en la tierra y en el alma de Colombia se llenaron. Aracataca y el pueblo colombiano durmieron al fin esa noche con su hijo preferido descansado en su pecho, amamantado con sus cuentos, f¨¢bulas y leyendas.
Entre los que acompa?aban a do?a Mercedes, sus hijos y nietos, cartageneros, bogotanos y mexicanos, estaban dos extranjeros, los abajos firmantes. Nacidos en mundos distintos, se encontraron por los senderos de la diplomacia y su amistad fue nutrida por los v¨ªnculos que, por separado, hab¨ªan desarrollado con Gabo y Mercedes.
El paname?o los conoci¨® de joven en las aguas claras de la isla Contadora en el archipi¨¦lago de Las Perlas de Panam¨¢. ?l escuchaba los cuentos de Gabo cuando compart¨ªa conversaciones con su padre y Omar Torrijos. Mucho antes de adquirir la fama que merecer¨ªa por su Nobel en 1982, el adolescente paname?o reconoci¨® su genio, su don de gentes y su aguda visi¨®n period¨ªstica.
El otro, un norteamericano de clase media neoyorquina y exmilitar, no se encontr¨® con Gabo hasta bastante m¨¢s tarde. Fue en M¨¦xico por una serie de felices coincidencias, ya en el ocaso de la vida del escritor. El americano no aprendi¨® a hablar el castellano fantasmag¨®rico del autor, pero s¨ª hab¨ªa logrado entenderlo suficientemente como para reconocer la grandeza de su intelecto y su enorme curiosidad por todo lo que lo rodeaba. ?l y su mujer apreciaban sus salidas, en petit comit¨¦, con Mercedes y Gabo, a varios restaurantes del Distrito Federal, donde lectores emocionados dejaban libros para que Gabo los firmara cuando terminara el almuerzo. ?l siempre lo hizo con una sonrisa y con picard¨ªa.
La tarde del entierro, el paname?o y el americano se percataron del realismo m¨¢gico del entorno cartagenero. Un exvicepresidente de Panam¨¢ y un embajador de los Estados Unidos entendieron en ese momento que al volver despu¨¦s de su muerte a Colombia, don Gabriel estaba cumpliendo con su ¨²ltima encomienda.
Fielmente acompa?ado por el amor de su vida, a su lado durante los tiempos de vacas flacas y los tiempos del c¨®lera, Gabo fue devuelto a su querida Colombia justo en el momento que ella m¨¢s lo necesitaba: durante la recta final hacia la paz. Y los dos amigos tambi¨¦n entendieron que con una paz duradera y tan merecida por el pueblo colombiano, un eslab¨®n esencial se forjar¨ªa en la cadena de los pueblos americanos democr¨¢ticos. Era como si las cenizas del maestro faltaran en la receta de reconciliaci¨®n entre los alzados en armas y los que creen en el di¨¢logo como el ¨²nico mecanismo leg¨ªtimo de resoluci¨®n de conflictos.
Tristes por un momento al pensar de la p¨¦rdida del enorme talento de Gabriel Garcia M¨¢rquez, los amigos se animaron pensando que al rayar el alba, el esp¨ªritu y el alma de Gabo estar¨ªan presentes en el roc¨ªo de la ma?ana colombiana. Reunido finalmente con la tierra y el pueblo que tanto am¨®.
Samuel Lewis Navarro fue vicepresidente de Panam¨¢ entre 2004 y 2009.
John Feeley es embajador de Estados Unidos en Panam¨¢.
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