Mientras se aleja la comitiva
En la Feria del Libro impera la pol¨ªtica de la oferta de lo evidente, lo que provoca que la mercanc¨ªa expuesta por muchas librer¨ªas sea id¨¦ntica
Cuando lean esto (si es que alguien, etc¨¦tera), la LXXV Feria del Libro estar¨¢ en su segunda semana, de modo que espero que todo haya cambiado para mejor. Lo que sigue es, simplificando, mis impresiones del primer fin de semana. Uno: impera, como en los ¨²ltimos a?os, la pol¨ªtica de la oferta de lo evidente, lo que provoca que la mercanc¨ªa expuesta por muchas librer¨ªas sea id¨¦ntica. Dos: la lluvia, el f¨²tbol y la temprana inauguraci¨®n (la gente a¨²n no hab¨ªa cobrado) han sido los principales culpables de que las ventas del primer fin de semana hayan sido menores que las del pasado a?o (uno de mis topos estimaba el descenso entre el 20% y el 30%). Tres: se confirma el cambio generacional; las colas ante los autores tradicionales se quedaron cortas frente a las de blogueros, tuiteros y emergentes de redes sociales. Cuatro: parece que a esta Reina tan flaca y zanquivana (no se inquiete, Majestad: no es nada malo) que tenemos ahora le interesan m¨¢s los libros que a su antecesora; la primer¨ªsima dama compr¨® con nuestro dinerito ensayo, novela y hasta un c¨®mic, cuyos t¨ªtulos ha aireado la prensa para delicia de sus editores; como la muy bienquista ¡ªpor libreros y suplementos literarios¡ª Acantilado, que, certificando el derrumbe de las albarradas que anta?o separaban alta y baja cultura, enviaba hace poco un e-mail en el que publicitaba con cierta retranca ir¨®nica (tongue-in-cheek) que la Reina le hab¨ªa regalado a Pen¨¦lope Cruz su libro Las peque?as virtudes, de Natalia Guinzburg; en el mismo correo se inclu¨ªa un enlace a la revista ?Hola!, el semanario ahora cultural que se hab¨ªa hecho eco del momento y que, por cierto, llevaba asimismo en portada la foto de los Vargas Llosa disfrazados de tanguistas. Cinco: este a?o se produjo un cambio del protocolo inaugural (?en aras de la seguridad o a causa de los vertiginosos tacones de aguja de do?a Letizia?) que acort¨® la caminata, lo que provoc¨® que parte de los feriantes se quedara al margen de la comitiva de prebostes y prebostillos; la verdad es que no se perdieron nada. Seis: se confirma la parad¨®jica tendencia de que los editores independientes (sobre todo los m¨¢s peque?os) son casi los ¨²nicos que editan puntualmente su cat¨¢logo en papel: los otros parecen abrigar menos ilusiones acerca de su legado, all¨¢ ellos. Y siete: tras el paseo por la Feria, rebosante de tentadores libros que quisiera leer, me vinieron a la cabeza (siempre he sido un repipi) un par de versos de la Oda a una urna griega (Keats), que ahora transfiero en homenaje al libro de papel: ¡°Cuando la vejez consuma a nuestra generaci¨®n?/ t¨² pervivir¨¢s entre otras ansiedades diferentes a las nuestras?/ amigo de los hombres¡¡±.
Cl¨¢sicos
La Feria (y las librer¨ªas) rebosan de cl¨¢sicos. Perm¨ªtanme que, entre la monta?a de novedades, les recomiende tres. Los demonios (Alba), de Dostoievski, en nueva traducci¨®n de Fernando Otero que viene a a?adirse, con la ventaja del prestigio del sello en que aparece, a las tambi¨¦n asequibles de Juan L¨®pez-Morillas o Luis Abollado (mucho mejores que la indirecta de Cansinos Assens); la enorme novela (en todos los sentidos del t¨¦rmino), que ha fascinado a lectores y escritores desde su publicaci¨®n (1872), pone en juego una galer¨ªa de poderosos personajes que el tiempo ha convertido en arquetipos: los Verjovenski, Kir¨ªllov, Stavroguin, Varvara Petrovna, Shatov, adem¨¢s de un estupendo elenco de ¡°secundarios¡± que certifican la capacidad del autor para mover a un gran grupo de personajes complejos que suscitar¨¢n el rechazo o la adhesi¨®n del m¨¢s renuente de los lectores. Cuentos completos (Valdemar), de Joseph Conrad (1857-1924), re¨²ne, en traducci¨®n de Fernando Jadraque, toda la narrativa breve del polaco que termin¨® convirti¨¦ndose en uno de los grandes maestros de la prosa inglesa. El volumen (procuren que no se les caiga sobre el pie: 1.450 p¨¢ginas) incluye, adem¨¢s de aut¨¦nticas maravillas de la nouvelle como ¡®El duelo¡¯, ¡®Tif¨®n¡¯ o ¡®El coraz¨®n de las tinieblas¡¯, todos los relatos y novelas cortas tal como aparecieron recopilados en libros entre 1898 y 1925. Cuentos medievales (De Oriente a Occidente), publicado por la Biblioteca Castro, incluye (en edici¨®n de Mar¨ªa Jes¨²s Lacarra) tres colecciones de cuentos medievales que han influido decisivamente en el imaginario occidental (de El libro del buen amor al Decamer¨®n y m¨¢s all¨¢): ¡®Calila e Dimna¡¯, el ¡®Sendebar. Libro de los enga?os de las mujeres¡¯ y (los) ¡®Siete sabios de Roma¡¯. Si quieren saber de d¨®nde venimos (literariamente), no se lo pierdan.
Espejos
La primera vez que supe de la existencia de A trav¨¦s del espejo (1871), el segundo de los libros que Lewis Carroll consagr¨® a Alicia (el primero, en versi¨®n reducida de la editorial Juventud, formaba parte de mi peque?a biblioteca infantil), fue gracias a Vicente Molina Foix, quien me dej¨® leer (hablo de la prehistoria) la copia de un mecanoescrito de un tal Ramon Moix (entonces a¨²n no se le conoc¨ªa por Terenci) que se llamaba El desorden, y que acab¨® public¨¢ndose, ampliado, corregido y traducido al catal¨¢n, y luego retraducido al castellano, como El d¨ªa que muri¨® Marilyn (Lumen, 1970); en la p¨¢gina de citas del manuscrito de Terenci hab¨ªa una del libro de Carroll que me ha acompa?ado desde entonces: ¡°En un pa¨ªs de las maravillas descansan?/ so?ando mientras los d¨ªas pasan?/ so?ando mientras los veranos mueren¡±. El terceto forma parte del poema final del libro, y mi traducci¨®n, quiz¨¢ demasiado literal, poco tiene que ver con la que realiza Andr¨¦s Ehrenhaus en su (notable y bien adaptada al p¨²blico infantil) traducci¨®n de Alicia a trav¨¦s del espejo (N¨®rdica), un ¨¢lbum ilustrado por Fernando Vicente (que se revela como un digno sucesor, a su manera, del gran John Tenniel) que se publica al mismo tiempo que se estrena la iconoclasta versi¨®n cinematogr¨¢fica de Tim Burton. El libro, de car¨¢cter mucho m¨¢s osado y vanguardista que su antecesor, fascin¨® a los surrealistas (y a Jacques Lacan), que vieron en la omnipresente imaginer¨ªa del espejo (el t¨ªtulo original era Al otro lado del espejo y lo que Alicia encontr¨® all¨ª), en sus bruscos cambios de tiempo y espacio y en el recurrente motivo del ajedrez (obviado en esta adaptaci¨®n infantil) una enorme cantera de hallazgos literarios. Si les pica la curiosidad y quieren leer una versi¨®n para adultos, les recomiendo vivamente la estupenda Alicia anotada, de Martin Gardner (Akal, 2010), traducida por Francisco Torres Oliver. De nada.
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