De los desaparecidos a los naufraguitos
Tras 40 a?os, la dictadura argentina es ya un cap¨ªtulo de su literatura. Los escritores m¨¢s j¨®venes se sobreponen a la obligaci¨®n de hacerse cargo de una memoria a¨²n presente
En un pa¨ªs tanguero, melanc¨®lico, es probable que nada produzca m¨¢s nostalgia que esos a?os sesenta, el gran momento de la cultura argentina o el gran mito. Eran tiempos en que Borges y Bioy a¨²n escrib¨ªan, Cort¨¢zar publicaba Rayuela, Garc¨ªa M¨¢rquez no encontraba otro lugar donde lanzar Cien a?os, Lezama Lima y Marcuse encabezaban listas de best sellers, Walsh y Mart¨ªnez reformulaban el periodismo, Saer y Piglia se afilaban los dientes, Bergman y Antonioni llenaban los cines, Nebbia y Spinetta inventaban el rock en castellano, la universidad era un vivero incontenible y pl¨¢sticos y arquitectos y soci¨®logos y psicoanalistas se sent¨ªan en el sitio donde quer¨ªan estar.
Pero esa efervescencia cultural no parec¨ªa completa sin un correlato pol¨ªtico: la militancia de los a?os setenta fue su consecuencia. Y el golpe de los militares contra ella, el precio ¡ªtan abusivo¡ª que la Argentina pag¨® por esa fiesta.
Fue hace 40 a?os, parece, y no parece que fue ayer. Entonces, hace 40 a?os, hubo una dictadura y fue eficaz: cambi¨® la Argentina como ning¨²n Gobierno en todo el siglo XX. Y, como toda dictadura, sigui¨® dictando sus palabras a la cultura de su pa¨ªs cuando ya hab¨ªa acabado.
Todav¨ªa: esa dictadura cristaliz¨® una imagen de la Argentina. Gracias a esa dictadura la Argentina aport¨® uno de sus pocos vocablos al l¨¦xico global: desa?parecidos se dice en castellano en muchas lenguas. Para el saber del mundo la Argentina se volvi¨® la tierra del secuestro-tortura-asesinato ¡ªy Maradona¡ª. En estos a?os su cine, por ejemplo, gan¨® dos oscars en Hollywood: tanto La historia oficial como El secreto de sus ojos trataban de muertos y desaparecidos durante aquella dictadura.
Pero el efecto, por supuesto, no fue s¨®lo externo. La obligaci¨®n del recuerdo se impuso en nuestra sociedad: la idea insistente de que no tener presente esos horrores nos condenaba a repetirlos en el futuro. Tanto que la palabra memoria, tan m¨²ltiple, tan rica, pas¨® a tener, en argentino b¨¢sico, un sentido excluyente: ¡°Recuerdo de las atrocidades cometidas por los militares durante la dictadura de 1976¡±. Desde entonces, el gran debate, expl¨ªcito o impl¨ªcito, de la literatura argentina fue si hab¨ªa que hablar o no de todo aquello, c¨®mo, cu¨¢nto.
El primer gran libro sobre la dictadura no inclu¨ªa la palabra dictadura ni habr¨ªa podido, porque sali¨® durante: en 1980 Ricardo Piglia public¨® Respiraci¨®n artificial, una novela que intentaba repensar sotto voce ese pa¨ªs que empezaba a ser otro. El tercer gran libro se public¨® en 1984 y se llamaba Nunca m¨¢s, la reconstrucci¨®n que pudo hacer la Comisi¨®n sobre la Desaparici¨®n de Personas, un comit¨¦ de notables convocado por el primer Gobierno democr¨¢tico ¡ªde Ra¨²l Alfons¨ªn¡ª, de los peores cr¨ªmenes de los militares. El segundo ya estaba publicado ¡ªun a?o antes¡ª, pero nadie lo not¨®: en esos tiempos de principios y solemnidades, no muchos estaban preparados para leer la gran farsa de Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill.
Esos primeros a?os de democracia fueron ricos en debates y redescubrimientos: volv¨ªan a circular los textos de las grandes v¨ªctimas ¡ªWalsh, sobre todo, pero tambi¨¦n Conti, Urondo, Oesterheld¡ª, volv¨ªan los escritores que se hab¨ªan exiliado ¡ªDi Benedetto, Soriano, Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez¡ª y la reintegraci¨®n con los que se hab¨ªan quedado inclu¨ªa discusiones y reproches mutuos. Otros ¡ªCort¨¢zar, Gelman, Moyano, Saer, Cohen¡ª no volv¨ªan: desconfiaban o se hab¨ªan acostumbrado a sus nuevos lugares.
Resist¨ªa la idea setentista de que la novela pod¨ªa cambiar el mundo: lo que alguien llam¨®, en esos d¨ªas, la literatura Roger Rabbit, por aquella pel¨ªcula en que un personaje dibujado ¡ªpura ficci¨®n¡ª interac?tuaba con personas reales, con el mundo. Y hubo lugar para esa decepci¨®n que Espa?a hab¨ªa conocido pocos a?os antes: la libertad recuperada no sac¨® a la luz ninguna obra maestra guardada o reprimida.
Durante unos a?os, la obligaci¨®n moral de hacerse cargo de la memoria pes¨® sobre la literatura argentina; fue necesaria la irrupci¨®n de escritores m¨¢s j¨®venes ¡ª?Aira, Pauls, Fres¨¢n, Laiseca¡ª que, desde la reivindicaci¨®n de un cierto arte por el arte o la narraci¨®n por la narraci¨®n, se despegaron del asunto: rechazaban el pa¨ªs que les hab¨ªa quedado y situaban sus ficciones en mundos lejanos o perfectamente inveros¨ªmiles. Los novelistas m¨¢s nuevos se reunieron en un grupo que llamaron Shanghai porque estaba en las ant¨ªpodas de Buenos Aires.
Respiraci¨®n artificial. Ricardo Piglia. Anagrama
Los pichiciegos. Fogwill. Perif¨¦rica
Nunca m¨¢s. Informe final de la Comisi¨®n Nacional sobre la Desaparici¨®n de Personas. Conadep. Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba)
El vuelo. Horacio Verbitsky. Planeta
El violento oficio de escribir. Rodolfo Walsh. 451 Editores
Absurdos. Antonio Di Benedetto. Adriana Hidalgo
El r¨ªo sin orillas. Juan Jos¨¦ Saer. Planeta
Libro de nav¨ªos y borrascas. Daniel Moyano. KRK Ediciones
Historia del llanto. Alan Pauls. Anagrama
A mediados de los noventa, el tema languidec¨ªa: parec¨ªa que no quedaba mucho por decir. La amnist¨ªa a los militares condenados y la euforia econ¨®mica menemistas lo opacaban y buena parte de la poblaci¨®n segu¨ªa sin creerse del todo esas historias de horrores y torturas. Fue entonces cuando El Vuelo ¡ªla conversaci¨®n de Horacio Verbitsky con el capit¨¢n Adolfo Scilingo, piloto naval que le cont¨® c¨®mo tiraba, desde sus aviones, militantes al R¨ªo de la Plata¡ª los convenci¨®: para tantos, el testimonio del verdugo era mucho m¨¢s cre¨ªble que los de sus v¨ªctimas.
Y aparecieron, al mismo tiempo, cr¨®nicas y ensayos que intentaban devolver a esos militantes setentistas sus historias: en estos nuevos relatos ¡°los desaparecidos¡± ya no eran s¨®lo aquellas v¨ªctimas ingenuas del Nunca m¨¢s; eran personas que hab¨ªan decidido oponerse a un sistema pol¨ªtico con todas las armas a su alcance. Mientras, la ficci¨®n no pareci¨® encontrar c¨®mo o por qu¨¦ retomar el tema: la dictadura segu¨ªa apareciendo, aqu¨ª y all¨¢, como un tel¨®n de fondo para un thriller o una pel¨ªcula, pero no hubo novelas originales que la tematizaran.
Hasta que, ya en este siglo, la cuesti¨®n volvi¨® por donde nadie la esperaba: gracias a esa convicci¨®n de tantos escritores de que su verdadera patria es la infancia. Sucedi¨®, en realidad, en toda Am¨¦rica Latina: novelistas se lanzaron a hablar de sus primeros a?os como si no hubiera ma?ana y, muchas veces, esas infancias inclu¨ªan las aventuras m¨¢s o menos militantes de sus progenitores.
Suenan los nombres, por ejemplo, de Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra. Alguien los llam¨® ¡°los naufraguitos¡± por esas autoficciones donde sus propias zozobras y derrotas se inscriben en las derrotas y zozobras de sus padres. En Argentina su padre putativo ser¨ªa Alan Pauls, que, con sus Historias ¡ªdel Llanto, del Pelo, del Dinero¡ª, intent¨® una relectura de los setenta en clave de hijo. Y su madre ¨ªdem una realizadora, Albertina Carri, que abri¨® caminos en 2003 con Los rubios, una pel¨ªcula donde su infancia era esa vida rara que sus padres ¡ªclandestinos, perseguidos¡ª manten¨ªan. Los retomaron, de formas muy variadas, varios: Laura Alcoba, Mar¨ªa Eva P¨¦rez, F¨¦lix Bruzzone, Patricio Pron y siguen firmas.
Con ellos lleg¨® la libertad al tema de la p¨¦rdida extrema de la libertad, tan limitado por ciertas convenciones. Unos cuentan con sorna o condescendencia, otros con el desgarro de haber sido heridos en la carne de otro, otros con la extra?eza extrema de quien nunca va a entender, otros con el espanto de quien se roza con los monstruos. De sus textos, en cualquier caso, desaparecieron la obligaci¨®n del respeto o del drama o del acto de contrici¨®n constante o del silencio sobre ciertas complicidades.
Con ellos, el tema de la dictadura se volvi¨® tan abierto que, ahora s¨ª, tras 40 a?os de dictadura, es s¨®lo un tema, una excusa de la literatura. Es lo que pasa, supongo, cuando una historia empieza a ser historia.
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