?Por qu¨¦ Felipe VI no va a los toros?
La pregunta es ret¨®rica porque la pol¨ªtica de transparencia de la Zarzuela no va m¨¢s all¨¢ de justificar la ausencia por un ¡®problema de agenda¡¯
Eso: ?por qu¨¦ el Rey no presidi¨® el jueves la corrida de Beneficencia en la plaza de Las Ventas, cita tradicional del jefe del estado con los aficionados a la tauromaquia?
La pregunta es ret¨®rica porque la pol¨ªtica de transparencia de la Zarzuela no va m¨¢s all¨¢ de justificar la ausencia por un ¡®problema de agenda¡¯.
Pues sepa Su Majestad que no son pocos los amantes de la fiesta que lo echaron de menos y mostraron su pesar por una actitud reiterada que viene a ser una m¨¢s que probable consecuencia de un desapego inexplicable.
La fiesta de los toros es una actividad legal en este pa¨ªs y est¨¢ considerada por ley como patrimonio cultural de los espa?oles. De ella viven miles de ciudadanos, millones asisten a los festejos y la inmensa mayor¨ªa de ellos recibe con calor y afecto a los miembros de la Casa Real cuando aparecen en el tendido de alguna plaza.
La fiesta de los toros est¨¢ seriamente cuestionada y necesita del apoyo expreso de la m¨¢s alta instituci¨®n del estado, que debe velar por que se cumpla la ley y se respeten los derechos de los aficionados a la tauromaquia.
Por ello, la ausencia repetida del rey Felipe VI en los festejos taurinos -solo ha acudido una vez a los toros, el 8 de mayo de 2015, a la plaza de Las Ventas, desde que asumi¨® la jefatura del Estado- es una realidad desoladora que encierra la sospecha de que los leg¨ªtimos gustos personales pudieran interferir en los asuntos de estado.
El Rey es Rey antes que aficionado o no a los toros; y en cumplimiento de sus obligaciones constitucionales debe amparar con su presencia la existencia y conservaci¨®n de un patrimonio espa?ol.
Afortunadamente, el Rey em¨¦rito Juan Carlos I, su hija la Infanta Elena y los hijos de esta se dejan ver con frecuencia en las plazas; y ellos son testigos del entusiasmo que despiertan entre los espectadores. Pero, a estas alturas, no es lo mismo don Juan Carlos que don Felipe.
La fiesta de los toros requiere que Felipe VI aparezca de vez en cuando -nadie le va a pedir que se convierta en un apasionado seguidor- en un palco real o en una barrera de una plaza. La fiesta necesita su presencia y su afecto, del mismo que la monarqu¨ªa precisa tambi¨¦n del aprecio de los aficionados y espectadores.
Y esa mutua necesidad es m¨¢s perentoria que nunca porque son muchos los que ponen en duda la vigencia de la tauromaquia y persiguen su erradicaci¨®n, y no pocos los que rechazan la figura del monarca.
Parece claro, no obstante, que al Rey no le gustan los toros. Est¨¢ en su derecho, pero es el Rey. Este que escribe no es aficionado al f¨²tbol, pero comprende que el jefe del estado asista a los eventos deportivos de inter¨¦s nacional; es m¨¢s, este que escribe ni siquiera es mon¨¢rquico, pero respeta la monarqu¨ªa parlamentaria de este pa¨ªs porque es espa?ol.
Entonces, ?por qu¨¦ el Rey no va a los toros? ?l sabr¨¢, pero con las cosas de comer no se debe jugar, y son muchos los espa?oles que comen de la fiesta y m¨¢s los que la sufren y se emocionan con ella. Y todos ellos deben figurar, c¨®mo no, entre las ocupaciones del Rey.
Ser¨ªa un grave error desde?ar el afecto que los aficionados taurinos han sentido hist¨®ricamente por la monarqu¨ªa y sus representantes. Nunca se sabe -la vida da muchas vueltas- si, alg¨²n d¨ªa, el Rey recordar¨¢ con a?oranza su desapego actual porque pueda necesitar el mismo apoyo de la fiesta de los toros que hoy, con toda justicia, a ¨¦l se le demanda.
Babelia
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