Radiohead y el triunfo de esa generaci¨®n en la que nadie confi¨®
El grupo liderado por Thom Yorke protagoniza una actuaci¨®n memorable para todos los p¨²blicos en un festival que ha sabido asimilar su tama?o y gestionar su crecimiento
El Primavera Sound se ha convertido en un evento tan grande y tan poli¨¦drico que es ideal para desplegar toda una serie de t¨®picos que, a?o tras a?o, se repiten, toque quien toque, haga el clima que haga, suene bien o mal un escenario u otro, exista o no un verdadero cabeza de cartel, se vaya a beber, a escuchar, a ligar, a quejarse, o todo a la vez. Hay muchas cosas que ya no importan, quiz¨¢s demasiadas, alrededor de un evento cuyo mayor m¨¦rito en los a?os recientes ha sido saber asimilar su nuevo tama?o y gestionar con sensatez su crecimiento. Hay fallos, claro. Pero es que hay fallos en conciertos que suceden en salas en las que caben 100 personas y act¨²a un tipo que solo necesita un enchufe en el que cargar el port¨¢til.
Anoche se pudo disfrutar de Radiohead, ese cabeza de cartel casi inevitable. Ya no es apuesta, es pura obligaci¨®n. Ven¨ªan con disco nuevo (A Moon Shaped Pool), una actitud algo menos obtusa y, eso s¨ª, la misma admiraci¨®n de siempre y la misma aglomeraci¨®n de humanos que se encuentra en cualquier festival que pueda permitirse su cach¨¦. A las ocho de la tarde, en el escenario Heineken, cuando desplegaban su energ¨¦tico revival post del revival post Savages, las primeras filas ya estaban copadas por fans de la banda de Oxford jugando con su m¨®vil como quien fuma un cigarrillo por nervios m¨¢s que por la nicotina. Poco m¨¢s de dos horas despu¨¦s, los de Thom Yorke saltaban al escenario ante 50.000 personas y disparaban un Burn the Witch emocionante, tanto por su ejecuci¨®n como por unos visuales, que desde aquel momento y hasta el final de un concierto absolutamente memorable iban a ser una parte primordial de un ¨¦xito que fue m¨¢s all¨¢ de lo previsible o lo inductivo. La banda tiene sus fans, y como todos los que son fans, acostumbran a ser extremadamente permisivos con sus ¨ªdolos. En el caso de Radiohead esto ha sucedido mucho. Deb¨ªan gustarte, y si no te gustaban es que no ten¨ªas ni idea.
Pero esta vez fue distinto. Todo, absolutamente todo, funcion¨®, y no lo hizo como en otras ocasiones pret¨¦ritas, por precisi¨®n quir¨²rgica, trampas experimentales o simple inercia. Todo encaj¨® porque da la sensaci¨®n de que en su nueva reencarnaci¨®n la banda ha logrado situarse en ese punto intermedio entre lo lo que fueron, lo que la gente espera de ellos y lo que les da la gana. Y en esa triple frontera parecen haber hallado el punto en el que pueden ser comprensibles sin ser populistas. Pueden ser ellos mismos sin que parezca que solo les entienden ellos mismos. Talk Show Host fue descomunal, Pyramid Song daba hasta miedo y Karma Police, tal vez lo m¨¢s parecido a un ¨¦xito que a¨²n tocan en directo, palideci¨® ante el descomunal despliegue de Arpeggi o Idioteque. Todo funcionaba y, por primera vez en bastantes a?os, se entend¨ªa. Es fascinante que un grupo tan obtuso, tan dif¨ªcil, tan ensimismado, sea el grupo de una generaci¨®n. Y eso dice mucho sobre esta generaci¨®n. Pocas veces en la historia del rock una banda as¨ª ha sido tan grande, tan relevante. Radiohead deber¨ªa haber sido ese combo que, a?os despu¨¦s, inspirara a toda una pl¨¦yade de advenedizos a copiarle los trucos, llevarlos las masas y fagocitar su legado. Pero, como Portishead, son tan suyos, tan personales, que imitarles es una forma extremadamente dolorosa de hacer el rid¨ªculo. Adem¨¢s, han logrado triunfar en vida. Hay bandas que hacen canciones y bandas que hacen m¨²sica. Los de Oxford son de estos ¨²ltimos, y ayer en el Primavera Sound demostraron algo que solo los m¨¢s grandes logran: no hace falta que te gusten para que los disfrutes.
Distancias y postureo
Tras ellos, la apuesta de Last Shadow Puppets pareci¨® solo otra postura m¨¢s del kamasutra. El sexo est¨¢ sobrevalorado cuando ves a Radiohead y sales pensando que lo mejor que tiene la vida en pareja son las disputas. A media tarde, Titus Andronicus arrancaban una tarde roquera. Con ese extra?o pero result¨®n cruce entre banda de bar de carretera, grupo de hardcore intelectual y grupo de celta que ha llenado las gaitas de whisky, los estadounidenses presentaban el notable The Most Lamentable Tragedy e insistieron en que, al contrario de lo que se iba a ver horas m¨¢s tarde, ellos creen que se aprende m¨¢s del borracho que tienes sentado al lado en la barra del bar que del profesor universitario que exhibe su conocimiento y es tan burro que lo hace convencido, no con la intenci¨®n de levantarte a la pareja. Algo similar lleva desde tiempos inmemoriales proponiendo Neal Hagerty, ex Royal Trux, veterano del desastre y ep¨ªgono del ruido tras el que se esconden las canciones.
Y para acabar, el recuento de t¨®picos alrededor del evento, que ya es menester en cualquier cr¨®nica. Entre el escenario Pitchfork y el H&M existe una distancia equivalente a dos c¨®digos postales. Una chica representante de una marca informaba de que la noche anterior la aplicaci¨®n de su m¨®vil le advirti¨® al llegar al hotel de que aquella jornada hab¨ªa recorrido 22 kil¨®metros (¡°Y sin contar los saltos que pegu¨¦ con LCD Soundsystem¡±) dentro del recinto del festival. R¨ªase de Casemiro en la Final de la Champions. Y s¨ª, lo han adivinado, hay chicas guapas con pantalones muy cortos y chicos muy altos con barbas muy largas. Gente que ve los conciertos de espadas al escenario y gente que va ser mirado. Pero lo cierto es que el Primavera Sound se ha convertido en un festival que sigue siento realmente interesante y especial, disfrutable y a veces hasta revelador. Todo lo malo que tiene no es distinto a todo lo malo que tiene los dem¨¢s festivales de estas dimensiones. Si quiere comodidad, vaya a la ¨®pera.
Babelia
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