Escuchar en secreto
Grigori Sokolov consigue, a pesar de tocar ante casi dos mil personas, que su recital semeje un ritual privado
OBRAS DE SCHUMANN Y CHOPIN
Grigori Sokolov (piano).
Auditorio Nacional, 6 de junio.
La Fantas¨ªa op. 17 de Schumann tuvo una gestaci¨®n laboriosa. Concebida inicialmente con el t¨ªtulo Ruinas, Trofeos, Palmas; gran Sonata para el Pianoforte, para el Monumento de Beethoven, de Florestan y Eusebius, op. 12, acab¨® teniendo un t¨ªtulo menos alambicado y encabezada por unos versos de Friedrich Schlegel (del poema Die Geb¨¹sche): ¡°A trav¨¦s de todos los sonidos / en el sue?o multicolor de la tierra / un leve sonido resuena / para quien escucha en secreto¡±. Y Schumann pregunt¨® a Clara en una de sus cartas: ¡°?No eres t¨² el tono secreto que recorre mi obra?¡±. La cita de A la amada lejana al final del primer movimiento es otra referencia inequ¨ªvoca a su entonces prometida que, un d¨ªa despu¨¦s de tocar la obra por primera vez, se declaraba a¨²n ¡°medio enferma del entusiasmo¡± que le hab¨ªa provocado. Robert, por su parte, le confes¨® que era ¡°lo m¨¢s apasionado¡± que hab¨ªa compuesto nunca.
En estas citas se esconden algunas claves que ayudan a explicar el recital de Grigori Sokolov. El ruso consigue que, a pesar de tocar ante casi dos mil personas, su recital semeje un ritual privado, dirigido a todos y cada uno de sus oyentes individualmente. La ausencia de focos sobre piano y pianista en un escenario en semipenumbra coadyuvan a ello, claro, pero m¨¢s a¨²n su actitud de modestia al avanzar o retirarse del piano y al saludar o recibir fugac¨ªsimamente los aplausos como una suerte de oso polar hura?o y bonach¨®n a un tiempo. Su manera de tocar invita a escuchar casi en secreto, a bucear en aquello que quiere transmitirnos: cuesta imaginar la Arabeske de Schumann tocada con mayor sustancia musical, muy lejos de las banalizaciones al uso. Iniciada en un verdadero pianissimo, Sokolov logr¨® que las dos secciones en menor nacieran y volvieran a fundirse con el tema principal con una extra?a y po¨¦tica inevitabilidad. L¨¢stima que los prematuros aplausos sobre la armon¨ªa final de Do mayor le impidieran engarzarla sin pausa con el inicio de la Fantas¨ªa, donde el pianista no acab¨® de hacer justicia al ¡°Para interpretarse de un modo fant¨¢stico y apasionado de principio a fin¡± que prescribe Schumann al comienzo. Le falt¨® extremar un punto m¨¢s la fantas¨ªa y la pasi¨®n de esta m¨²sica instalada a menudo en la turbulencia y que pide a gritos lanzarse a tumba abierta, algo que casa mal con el pianismo reflexivo, detallista, estructurado y preciso de Sokolov.
Los dos Nocturnos op. 32 de Chopin fueron m¨¢s convencionales, pero el gran m¨²sico asom¨® de nuevo en el Scherzo de la Segunda Sonata, un prodigio de articulaci¨®n: ¨¦l resalta justamente lo que m¨¢s suele descuidarse. Muy sobria la marcha f¨²nebre y t¨¦cnicamente prodigioso el final, tocado como lo que es: un vislumbre visionario de la m¨²sica del futuro, sin aparente rumbo mel¨®dico ni sost¨¦n arm¨®nico. Proverbialmente generoso, ofreci¨® seis propinas, incluidos los cinco ¨²ltimos Momentos musicales de Schubert: el mejor, el cuarto, con su cristalino contrapunto a dos voces de estirpe bachiana. 150 minutos despu¨¦s (de iniciado el concierto), el p¨²blico segu¨ªa a¨²n aplaudiendo, ¡°medio enfermo de entusiasmo¡± tras haber compartido de nuevo el gran secreto.
Babelia
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