Gary Clark Jr. y su ¡®blues¡¯ rejuvenecido
El inspirado guitarrista de Texas prende la llama en la ¨²ltima jornada del Mad Cool
Le han considerado en muchas ocasiones el hijo putativo de Jimmie Vaughan o Eric Clapton, circunstancia que servir¨ªa para ruborizar al m¨¢s templado. Pero el joven Gary Clark, este tejano solo pod¨ªa haber crecido Austin, se ha encargado esta tarde de demostrar en el escenario principal del Mad Cool que es mucho m¨¢s que un instrumentista habilidoso. Su dominio de la guitarra es el propio de los prodigios, de los talentosos ind¨®mitos, pero hemos visto tantos malabaristas del m¨¢stil que no basta ya con una t¨¦cnica depurada y unos dedos raudos como l¨¢tigos. No es el caso, desde luego, de Clark, que se las ingeni¨® para prender la llama en la explanada a unas muy inclementes 19.15 horas y dej¨® constancia de esa virtud escasa e inaprensible que es el carisma. Aunque el infierno encontrara acomodo en las coronillas de los asistentes, nadie pudo retirarle la mirada a ese hombre circunspecto y seductor que reinventaba sin descanso las ruedas cl¨¢sicas de los 12 compases.
Clark es un caballero espigado y presumido que luce sombrero, gafas oscuras y gesto adusto, aunque a la tercera canci¨®n ya mira de frente y presume de sonrisa blanqu¨ªsima. Pero m¨¢s cautivadora a¨²n es su aproximaci¨®n a las seis cuerdas, siempre m¨¢s sentida que pirot¨¦cnica. En la excelente Cold Blooded, donde recurre al falsete para escorarse hacia el rhythm & blues, derram¨® un solo parsimonioso, como si todas y cada una de las notas sollozaran a consecuencia de su pellizco. Algo parecido, solo que con mayor electricidad, suced¨ªa en Bright Lights, que hace honor a su nombre refulgente para convertirse en un demoledor plato inaugural.
Su dominio de la guitarra es el propio de los prodigios, de los talentosos ind¨®mitos
Fueron 50 minutos apenas, pero suficientes para dejar constancia de un joven veterano al que se le barrunta una proyecci¨®n todav¨ªa enorme. Gary Clark Jr. es due?o de una voz doliente y mucho m¨¢s adulta de lo que podr¨ªan sugerir sus 32 a?os. Dispone de un vast¨ªsimo conocimiento del blues can¨®nico, pero es capaz de merodear por los territorios vecinos del soul o sugerir acentuaciones en las partes d¨¦biles, a la manera del reggae. Iguala en versatilidad al otro gran artista afroamericano esencial de la temporada, Ben Harper. Y en The Healing, el mejor colof¨®n posible, acaricia directamente el cetro de Jimi Hendrix, lim¨ªtrofe ya con la estratosfera.
Solo un sonido algo espeso, quiz¨¢ escorado en demas¨ªa hacia los bajos, emborron¨® la desafiante comparecencia de Clark, un tipo sin duda sabedor de su maestr¨ªa y amigo de los desarrollos suntuosos, siempre m¨¢s cercanos a los seis minutos que a los tres. En contraste, el concierto inmediatamente posterior de Walk Off The Earth, en el colindante segundo escenario, era una bagatela intrascendente y tontorrona, un rosario de coreos vacuos. Solo una versi¨®n de Happy, de Pharrell Williams, enderez¨® el panorama.
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