A vueltas con los mitos
El cr¨ªtico de cine de EL PA?S recuerda sus ¨ªdolos de adolescencia a ra¨ªz de la muerte de Bud Spencer
Me cuentan que Internet se alborot¨® extraordinariamente con la muerte de Bud Spencer, que infinidad de adultos le rend¨ªan emocionado y agradecido tributo, que alegr¨® hasta l¨ªmites desmesurados su adolescencia y su juventud en las salas de cine. En un programa de radio, los oyentes tambi¨¦n recalcan esa admiraci¨®n y las infinitas risas que les proporcion¨® este hombre, al lado de Terence Hill, en Le llamaban Trinidad, Le segu¨ªan llamando Trinidad, Joe Banana, Y si no, nos enfadamos y otras muestras arrebatadoras de la comedia y el w¨¦stern, o la mezcla de ambos. Y, c¨®mo no, respeto enormemente que Spencer fuera un ¨ªdolo de masas, que tanta gente lo asocie a los momentos m¨¢s risue?os de su joven cinefilia. Tambi¨¦n a aquellos que identifican el cine que dirigi¨® Mariano Ozores, o el landismo, o Esteso y Pajares, o tantas perlas de su cultura cin¨¦fila, con sus ininterrumpidas carcajadas. Bueno, cada uno se divierte como quiere. O como puede.
Pero si me pregunto cu¨¢les fueron mis mitos cin¨¦filos en la edad de los descubrimientos, descubro que tambi¨¦n tengo derecho a ellos. Igualmente formaban parte de la programaci¨®n de los cines de barrio. Y algunas de esas pel¨ªculas no eran toleradas para menores, lo que a?ad¨ªa la adrenalina y el riesgo de tener que colarse. All¨ª descubr¨ª a Eddie Felson (Paul Newman), a su coja y suicida novia, a Gordo de Minnesota, al tibur¨®n Bert en El buscavidas; a Brando enfrent¨¢ndose a La jaur¨ªa humana; al trepa Lemmon jugando a las cartas con la ascensorista en El apartamento; a Bogart en un aeropuerto envuelto en niebla; al Mayor Dundee y a El grupo salvaje; a Wayne rastreando durante d¨¦cadas a una ni?a que raptaron los apaches, matando a traici¨®n a Liberty Valance, besando a la rabiosa Maureen O¡¯Hara en el pueblo de Innisfree. O sea, los mitos que sigo amando 50 a?os despu¨¦s.
Y existi¨® una ¨¦poca, aunque resulte dif¨ªcil de creer, en la que televisi¨®n espa?ola fue la mejor filmoteca, donde los cr¨ªos pod¨ªamos descubrir la gran historia del cine. Era en blanco y negro, pero eso no afectaba en lo m¨¢s m¨ªnimo a la maravillosa sensaci¨®n que te proporcionaba el descubrimiento de esas pel¨ªculas. Ciclos dedicados a Bogart, a Cooper, a Monroe, a Huston, a Wilder, a Welles, a Renoir, a Preston Sturges, a Mankiewicz, a Hawks, a Jacques Tourneur, al Lang americano, al Hitchcock americano, a Von Sternberg, a Chaplin, a Keaton, a Von Stroheim.
Y tambi¨¦n exist¨ªa el refugio de los cineclubs en Salamanca. Es posible que a veces llegara a la docta presentaci¨®n de las pel¨ªculas pero sal¨ªa pitando en cuanto finalizaban, nunca me quedaba a los coloquios, me negaba a ser culturizado. Y all¨ª descubr¨ª con pasmo a autores insoportables de los que aseguraban que eran pura trascendencia. Pero nunca me enga?aron ni hice esfuerzos por enga?arme a m¨ª mismo. Pero gracias a esos cineclubs descubr¨ª parte de la obra (no toda, exist¨ªa una dama infecta llamada censura y tuvo larga vida en aquel pa¨ªs casposo) de directores geniales como Luis Bu?uel, Roberto Rossellini, Carl Dreyer, F. W. Murnau, gente que otorgan sentido a la palabra clasicismo. Tambi¨¦n andaban por all¨ª directores que en aquella ¨¦poca me cargaban, pero que a medida que envejec¨ªa descubr¨ª que no me hab¨ªa enterado de su arte en algunas de sus pel¨ªculas. Por ejemplo, el se?or Ingmar Bergman, autor de joyas como Fresas Salvajes, Persona y Fanny Alexander. Con otros, el reencuentro es imposible.
Babelia
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