El h¨²ngaro que sonre¨ªa
El escritor h¨²ngaro P¨¦ter Esterh¨¢zy muri¨® ayer a los 66 a?os
Hay al menos tres escritores risue?os, y entre ellos est¨¢ Peter Esterh¨¢zy, el h¨²ngaro que sonre¨ªa. Los otros son Jorge Luis Borges, que sonre¨ªa y hac¨ªa sonre¨ªr, y Juan Carlos Onetti, que se sonre¨ªa por dentro.
El caso de Esterh¨¤zy, que acaba de morir en Budapest a los 66 a?os que cumpli¨® en abril, era muy especial. Se re¨ªa (y se sonre¨ªa) de su sombra, que ven¨ªa de un ¨¢rbol plenamente aristocr¨¢tico (lo describi¨® en Armon¨ªa celestial, Galaxia Gutenberg, 2003) y de la mancha principal de su pa¨ªs en el siglo XX, el estalinismo y su comunismo intr¨ªnseco (descrito en Peque?a pornograf¨ªa h¨²ngara, Alfaguara, 1992).
En Armon¨ªa celestial era ya el autor maduro, capaz de afrontar el pasado, hasta el siglo XVII, como si fuera hoy, y en Peque?a pornograf¨ªa h¨²ngara era el autor que sonre¨ªa, y se re¨ªa, ante el espect¨¢culo incre¨ªble de aquel comunismo de pacotilla que a¨²n no hab¨ªa entregado la cuchara y que ¨¦l afront¨® con el humor que despertaban sus astracanadas.
Cuando, en 2004, con Armon¨ªa celestial aun caliente, recibi¨® el premio de la Paz de los libreros alemanes, en la Feria de Francfort, se rio de la solemnidad del tiempo que viv¨ªamos entonces, pero se puso serio ante una sola cosa: la guerra que hab¨ªa sonado con toda su tragedia y malaventura, en Irak, propulsada, como se ha confirmado ahora, por dirigentes fan¨¢ticos de s¨ª mismos que pusieron al mundo en la v¨ªa del desastre que ahora anochece sobre Francia y sobre Europa.
All¨ª, ante aquel auditorio de intelectuales y libreros y pol¨ªticos, aludi¨® al hecho que estall¨® en Irak: ¡°S¨®lo una l¨ªnea: de siempre admiro a Estados Unidos, estoy contra de la guerra. Punto final¡±.
Era delicado, como su silencio sonriente. De entre los escritores que he conocido no fue solo el m¨¢s sonriente (con Onetti, con Borges), sino el m¨¢s sol¨ªcito, el m¨¢s tranquilo; su vecindad no era el ego, sino la broma, la amistad que part¨ªa de sus ojos grandes y claros. Su geograf¨ªa humana estaba presidida por un pelo alborotado y bello que se peinaba con las manos como si estuviera describi¨¦ndolo.
Le gustaba el f¨²tbol, porque en su familia aparte de arist¨®cratas hubo tambi¨¦n futbolistas; de la estirpe de Kubala, que era un tema de conversaci¨®n cuando vino a Madrid en 1992, y cuando lo vimos varias veces en Fr¨¢ncfort, en los bares chiquitos de aquellos hoteles. Esterh¨¤zy ten¨ªa la preocupaci¨®n del estilo en el f¨²tbol, pero tambi¨¦n en la vida. Elegante siempre, no se burl¨® de lo serio sino de lo solemne. Aquel d¨ªa en que recogi¨® el premio de los libreros alemanes habl¨® de la pena de Europa, que no hab¨ªa hecho los deberes en el siglo XX, lleno de sangre, y que inauguraba el siglo XXI (en ese entonces), sin sentimiento, sin energ¨ªa.
En el Este los problemas se hab¨ªan metido bajo la alfombra (¡°y ahora ni siquiera tenemos alfombra, nos la robaron los comunistas¡±) y en el resto de Europa se hab¨ªan escondido los problemas, directamente, porque pareci¨® que el ¨²nico problema era castigar a Alemania por Hitler, as¨ª que ¡°las cuentas con el pasado¡± no las hicimos todos, las hicieron, tan solo, los alemanes.
Parec¨ªa un pianista, un tipo que hubiera convivido con Beethoven¡ y con Kubala; hab¨ªa en ¨¦l una armon¨ªa (una armon¨ªa celestial, probablemente) que se acentu¨® con el tiempo, aunque el tiempo puli¨® su rostro, lo hizo m¨¢s terso, menos muchacho, m¨¢s adulto. Pero ni ese contratiempo que finalmente lo venci¨® le quit¨® la sonrisa con la que llegaba a los pa¨ªses (a Espa?a, por ejemplo) como si no tuviera que hablar para hacerse entender.
La sonrisa, la risa, eran su arma; su literatura fue, adem¨¢s, el alma de su casa y de su patria.
Babelia
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