La importancia de llamarse Marsalis
Ellis y Branford Marsalis ofrecen dos horas de m¨²sica arrebatadora en Jazzaldia
El primero en visitarnos fue Wynton, siendo el l¨ªder espiritual de los Jazz Messengers de Blakey. ¡°Menudo soplagaitas¡±, pensamos los (entonces) j¨®venes cr¨ªticos; luego lleg¨® su hermano, Branford. ¡°?ste s¨ª que mola¡±, nos dijimos. Salvo Federico Gonz¨¢lez, cr¨ªtico, entonces, de este peri¨®dico, todos prefer¨ªamos a Branford.
La cosa: los Marsalis, como los Jones o los Heath, forman una saga de m¨²sicos de rancio abolengo en el jazz, con Wynton y Branford a la cabeza, y Delfeayo y Jason siguiendo sus pasos de lejos. Nos sabemos qui¨¦n fue el primer Jones o el primer Heath, pero s¨ª conocemos al primero de los Marsalis.
Ellis Marsalis, pianista, 81 a?os de vell¨®n, abri¨® anoche la tanda de conciertos en la Plaza de la Trinidad, consuetudinario foro festivalero desde el principio de los tiempos. ¡°Aqu¨ª, o llueve, o alguien toca un solo de bater¨ªa¡±, le suelta a uno la aficionada guasona. Anoche fueron las dos cosas.Dado que el patriarca volver¨¢ a tocar en sucesivas ocasiones, me va a permitir el lector que guarde mi comentario para futuras ocasiones.
Le sucedi¨® en el escenario su primog¨¦nito, a quien todos preferimos sobre Wynton, salvo Federico Gonz¨¢lez, ya se ha dicho. Y es que Branford tiene algo que no tiene su laureado hermano, ll¨¢menlo coraz¨®n, o agallas, o lo que sea que le lleva a uno a perder el sentido cuando est¨¢ a lo que verdaderamente importa. Branford coge el saxo ¨Ctenor o soprano- y nadie sabe lo que va a ocurrir, empezando por ¨¦l mismo.
As¨ª pues, era Branford, su cuarteto -?Joey Calderazzo, al piano!- y Kurt Elling en un aparte del escenario; un cantante estupendo, tanto, que ni siquiera parece un cantante. Elling tiene algunas cosas peculiares. Por ejemplo, es el actual propietario del apartamento que ocupaban los Obama en Chicago. Y su aspecto, de ni?o de colegio de pago, que da gusto de verle, tan aseadito y repeinado. Luego, que le gustan las canciones, cuanto m¨¢s raras y m¨¢s tristes, mejor. Cosas como I'm not promising the moon, que compuso Sting en un d¨ªa de baj¨®n. Menos mal que tambi¨¦n hubo una S¨® Tinha De Ser Com Voc¨º, de Jobim; y una There's A Boat That's Leavin' Soon For New York...
Cuesta imaginarse una pareja m¨¢s compenetrada que ellos dos.
¡°?Y c¨®mo es eso de escuchar jazz mientras cae la de Dios?¡±, le pregunta a uno el cantor por los pasillos del hotel que ambos compartimos. ¡°Esto es San Sebasti¨¢n¡±, le respondo. ¡°Estamos acostumbrados¡±.
Aparte la Trini, estaba el concierto de la tarde en el Kursaal, con John Scofield, Brad Mehldau y Mark Guiliana evocando los Power Trios de anta?o, y Gorka, donostiarra de treinta y tantos, lleg¨¢ndose al nirvana junto a su hijo de corta edad: ¡°esto es algo que podr¨¢s contar a tus nietos¡±, le suelta a la criatura. Y es que esto de las estrellas junt¨¢ndose para lucir tipo tiene su tir¨®n. Luego, que el que es estrella, lo es hasta durmiendo. A las pruebas me remito.
Haciendo cuentas, hab¨ªa un guitarrista (Scofield), un pianista (Mehldau) y un bater¨ªa (Guiliana). Lo que no hab¨ªa es un contrabajista. Y si hay un instrumento que no puede faltar bajo ninguna circunstancia, ese es, precisamente, el contrabajo. Soluci¨®n: cada uno hizo de bajista a su modo y manera por turnos, y a otra cosa.
El recital fue una cosa de puro groove, mucho volumen y largas improvisaciones. Todos los temas eran obra de los all¨ª presentes: Wake up, de Mehldau; Love the most, de Scofield, y as¨ª. Resultado: dos horas y pico de m¨²sica arrebatadora, por momentos, y extenuante, siempre, incluyendo los dos bises. Y el reto?o de Gorka, dormido como un bendito en los brazos de su padre.
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