Baila, baila, hasta que llegue el sereno
El dibujante Ceesepe, que sigue pintando, fue uno de los protagonistas de la movida
Habla en voz baja, entre dientes, y si no oyes lo que dice te pierdes algo que siempre tiene sustancia; en todo caso ah¨ª est¨¢ la expresi¨®n de sus ojos para dar sentido a sus palabras masculladas, unos ojos redondos, que unas veces recuerdan a los de Picasso, otras a los de Buster Keaton y otras a un par de olivas negras h¨²medas y de buen tama?o. Parece t¨ªmido, o tal vez depresivo, pero en seguida te das cuenta de que tiene peligro, porque donde pone la bala pone despu¨¦s la mirada ir¨®nica acompa?ada con una sonrisa de conejo.
Imagino que estar¨¢ harto de que le pregunten por aquello de la movida, de la que, sin duda, fue uno de los protagonistas. Es una pesada mochila que lleva a cuestas. Levanta los hombros, hace una mueca de cansancio y recuerda a sus amigos de correr¨ªas, a Ouka Leele, al Hortelano, a Almod¨®var, a Mariscal, a Nazario y poco m¨¢s. El resto fue paja dorada que ha pasado a la historia sin dejar rastro.
Mucho antes de aquella fiesta Ceesepe ya era un chico raro, hijo de carpinteros, que ten¨ªa un puesto de tebeos en el Rastro. Le gustaba dibujar un poco a su aire, alimentado de historietas b¨¢rbaras que le¨ªa en los c¨®mics. Se matricul¨® en la escuela de Bellas Artes, que abandon¨® al poco tiempo porque no le serv¨ªa de nada. El chaval ten¨ªa su propio m¨¦todo. Comenzaba a dibujar de memoria la gamba de una mujer so?ada, primero un tac¨®n de aguja, despu¨¦s un tobillo fino, luego una pantorrilla adorable y la criatura iba creciendo por los muslos, el sexo de fruta, el torso de junco, los senos como escopetas apuntando hacia arriba hasta crear el rostro de una chica molona que no se parec¨ªa a ninguna que andaba por la calle. Esa primera figura comenzaba a echar ra¨ªces y ramas como una planta carn¨ªvora que llenaba el cuadro de un conglomerado surrealista de personajes derivados de aquel primer trazo inopinado.
Todos los dibujos de Ceesepe representan una fiesta abarrotada. L¨¢nguidas se?oritas, apaches, marineros, clarinetes y trompetas, jazzistas negros, Paris la nuit, signos del zodiaco, im¨¢genes de asesinos con navajas que se reflejaban en espejos Belle Epoque, seres gal¨¢cticos puntiagudos, cuerpos desnudos de chicas imposibles mezcladas con ¨¢ngeles del infierno, animales extra¨ªdos de la locura de El Bosco. En esta fiesta estaba reservado el derecho de admisi¨®n, m¨¢s que nada por falta de espacio. Si alguien intentaba participar en ese desmadre, Ceesepe lo miraba de arriba abajo y si lo ve¨ªa suficientemente rayado, le dejaba pasar, pero si ten¨ªa m¨¢s de 25 a?os lo mandaba a tomar por saco.
Es inevitable contar c¨®mo se inici¨® el baile. El 23 de febrero de 1981 entr¨® Tejero en el Congreso y grit¨® pistola en mano: "Quieto todo el mundo. Que no se mueva nadie". Imagino que este militar descerebrado ensayar¨ªa este aullido patri¨®tico muchas veces ante el espejo y tal vez lo fuera repitiendo mentalmente para darse ¨¢nimos mientras el autob¨²s de La Sepulvedana con las cortinillas corridas lo llevaba en compa?¨ªa de sus secuaces hasta la Carrera de San Jer¨®nimo. Cuando ese grito le sali¨® de las tripas en la tribuna del hemiciclo el efecto fue inmediato. Los diputados se tiraron al suelo, pero una vez solventado el peligro de un golpe de Estado, como reacci¨®n a esa orden de quedarse quieto, de que no se moviera nadie, en Madrid una peque?a camada de j¨®venes artistas, que se hab¨ªan negado a andar a cuatro patas, comenz¨® la movida. Y ah¨ª estaba Ceesepe.
Era todav¨ªa un Madrid de color marr¨®n, con anuncios de dise?o menestral, sin m¨¢s color que el de los chorizos y los sem¨¢foros, pero con las cortinas corridas en el autob¨²s La Sepulvedana los golpistas no pod¨ªan ver lo que hab¨ªa cambiado la ciudad por dentro. Una generaci¨®n de j¨®venes estaba haciendo estallar bragas y braguetas en las esquinas de las plazoletas, en los descampados de los pol¨ªgonos de extrarradio, en los t¨²neles, en el suburbano. Algo inaprensible hab¨ªa en el aire que pod¨ªa salvarte o hundirte. Fueron unos pocos artistas como Ceesepe los que hicieron que aquella generaci¨®n se reconociera. Ceesepe mandaba los dibujos a las revistas del rollo, V¨ªbora, Madriz y viv¨ªa a salto de mata, esto lo regalo, esto me lo hurtan, esto lo vendo, esto no lo cobro. Hasta que le lleg¨® el primer ¨¦xito en Par¨ªs y en la feria de ARCO de 1984. Entonces se cumpli¨® una vez m¨¢s el principio de que la naturalela imita al arte. Despu¨¦s de ver los dibujos de Ceesepe todos los t¨ªos modernos quer¨ªan ser apaches, todas las chicas quer¨ªan ser gal¨¢cticas como en los comics de Ceesepe, que a su vez hab¨ªa excitado el genio de Almod¨®var. La movida no fue nada, salvo que las tribus urbanas se pusieron a bailar, a bailar, a bailar en los lienzos de Ceesepe y se convirtieron en obras de arte.
Aquella fiesta termin¨®, pero Ceesepe sigue pintando. Su estudio en la calle Mayor de Madrid constituye un ejemplo del s¨ªndrome de Di¨®genes al rev¨¦s. El abarrotamiento de enseres es una forma exquisita de acopiar objetos est¨¦ticos anti basura como en uno de sus cuadros atiborrados. Si quieres sentarte deber¨¢s buscarte la vida hasta encontrar un taburete roto y si te caes de espaldas, Ceesepe te ver¨¢ en el suelo, sonreir¨¢ con los ojos y no dir¨¢ nada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.