Libros para quedar mal
La clave de las grandes autobiograf¨ªas es que en ellas siempre peligra la vida del artista
En octubre de 1955 Juan Goytisolo, que ten¨ªa 24 a?os, conoci¨® en Par¨ªs a una joven empleada de Gallimard ¡ªsu futura mujer, Monique Lange¡ª que despu¨¦s de hablar con ¨¦l de literatura y vida literaria, le pregunt¨® ¡ªpara ponerlo a prueba¡ª si era ambitieux (ambicioso). ?l entendi¨® un vicieux (un vicioso) y, c¨®micamente, se apresur¨® a tranquilizarla. Fue d¨ªas despu¨¦s de que Jean Genet, ¨ªntimo de Lange, le preguntara ¡°a quemarropa¡±, en una cena con otros comensales, si era ¡°maric¨®n¡±. Confundido, Goytisolo le respondi¨® que hab¨ªa tenido ¡°experiencias homosexuales¡±, algo que hasta entonces no hab¨ªa ¡°manifestado en p¨²blico¡±. La r¨¦plica de Genet, fue tronante: ¡°?Experiencias! ?Todo el mundo ha tenido experiencias! ?Habla usted como los pederastas anglosajones! Me refer¨ªa a sue?os, deseos, fantasmas¡±.
Dejando a un lado la civilizada paradoja de que alguien pregunte algo as¨ª tratando a su interlocutor de usted, hay que decir que Juan Goytisolo escribi¨® dos t¨ªtulos impagables sobre esos sue?os, deseos y fantasmas: Coto vedado y En los reinos de taifa. Se publicaron en 1985 y 1986, hace ahora 30 a?os, y desde entonces son un hito de la escritura autobiogr¨¢fica. Y lo son tanto por el raquitismo que padec¨ªa el g¨¦nero en Espa?a cuando aparecieron ¡ªalgo ya corregido con creces¡ª como por la radicalidad de la empresa: Goytisolo se arriesga a quedar mal y eso es clave en un libro de memorias que pretenda ser grande. La diferencia entre los grandes y los peque?os es la misma que existe entre una operaci¨®n de cirug¨ªa est¨¦tica y otra a coraz¨®n abierto: en las dos hay anestesia ¡ªescritura¡ª y riesgo ¡ªpublicaci¨®n¡ª, pero solo en una peligra la vida del artista.
En la era del selfie, que invita a confundir autoindulgencia y autobiograf¨ªa, las obras que se arriesgan a quedar mal son un g¨¦nero que sigue su propio ritmo. Aunque el Autorretrato sin retoques de Jes¨²s Pardo sigue estando en el podio ¡ª¡°era un corrupto en busca de corruptores¡±, llega a decir de s¨ª mismo¡ª, el curso pasado H¨¦ctor Aguilar Cam¨ªn se sum¨® a la carrera con Adi¨®s a los padres, magistrales memorias de infancia. All¨ª, junto al relato de la ausencia de su progenitor, que dej¨® tirada a la familia, el escritor mexicano se atreve a explicar c¨®mo esa herida produjo en ¨¦l un ¡°gesto de suficiencia, hijo no de la vanidad sino del desamparo, que el resto de mi vida negar¨¦ ante propios y extra?os, y ante m¨ª mismo, con mano militar¡±.
Por supuesto, la escritura de este tipo de libros tiene algo de bals¨¢mico: una autobiograf¨ªa no es un atestado. Y para demostrarlo, ah¨ª est¨¢n joyas como Verano, de Coetzee; Otra vida, de Per Olov Enquist; El acontecimiento, de Annie Ernaux; o Instrumental, de James Rhodes.
A veces, adem¨¢s, un escritor se arriesga a quedar mal y lo consigue. Es el caso de Emmanuel Carr¨¨re, que en Una novela rusa ¡ªque, faltar¨ªa m¨¢s, no es rusa ni novela¡ª lleva al extremo la primera persona para pintarse como un ser mezquino que, en plena paranoia sentimental, publica un relato de verano con el ¨²nico prop¨®sito de que sirva como instrucciones sexuales a su sufrida novia cuando esta, ajena al montaje, se lo encuentre al abrir el peri¨®dico.
Producir ciertos efectos con las palabras no est¨¢ al alcance de cualquiera. A veces esos efectos son secundarios y se traducen en lo que el eufemismo llama da?os colaterales. Puede que sea la posibilidad de ese da?o lo que produzca sensaci¨®n de verdad. Y que el resto sea solo literatura.
Babelia
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