Los libros que no son
Los guiones hab¨ªan cambiado. Ana Karenina no mor¨ªa, el t¨ªo de Hamlet resultaba ser su verdadero padre, Alonso Quijano se quedaba con Dulcinea...
Recuerda que todo lo que puede suceder en el mundo est¨¢ en esta librer¨ªa. Y lo que no puede suceder, tambi¨¦n. Lo dec¨ªa mi t¨ªo con la certeza del que sabe que la vida no da para todas las lecturas, pero que quien lee multiplica su existencia por la infinidad de los mundos impresos. Hab¨ªa puesto en mis manos lo ¨²nico que ten¨ªa: aquel pasadizo oscuro, aquel laberinto construido estanter¨ªa a estanter¨ªa, historia a historia, t¨ªtulo a t¨ªtulo. Me hab¨ªa ense?ado los secretos del oficio. De ¨¦l hab¨ªa aprendido cu¨¢nto se pod¨ªa pedir por una primera edici¨®n. Cu¨¢nto se pod¨ªa pagar. C¨®mo cotizaba el moho. Y que all¨¢ enfrente, a cuatro horas de ferri, al otro lado del R¨ªo de la Plata, hab¨ªa todav¨ªa tesoros por descubrir. Cuando, ya viejo, rendido y fatigado, comprendi¨® que me hab¨ªa contado todo lo que necesitaba saber me dio las llaves de La Casa de Asteri¨®n. Aunque a mi t¨ªo se le olvid¨® mencionar que pod¨ªa encontrarme con clientes como aquel.
?Qu¨¦ es esta mierda de Ana Karenina? El tipo que acababa de entrar tir¨® el libro contra el mostrador por no arroj¨¢rmelo a la cara. Pero el golpe, que dejar¨ªa el lomo herido para siempre, me doli¨® igual. Era una edici¨®n de los primeros cincuenta, de Aguilar, con una cenefa escarlata en los cortes. Lo recog¨ª como a un p¨¢jaro ca¨ªdo del nido mientras le preguntaba si no le hab¨ªa gustado la traducci¨®n.
?La traducci¨®n? ?Pero qu¨¦ co?o me est¨¢ diciendo de la traducci¨®n? Esta Ana Karenina no muere al final. ?C¨®mo que no muere al final? Y busqu¨¦ en las ¨²ltimas p¨¢ginas un desenlace que nunca llegaba y un tren no entraba en la estaci¨®n. Para cuando me di cuenta, el lector se hab¨ªa llevado su indignaci¨®n y su dinero y solo me hab¨ªa dejado la inquietud estupefacta de quien empezaba a sospechar que, en efecto, en una librer¨ªa todo puede pasar.
Me agarr¨¦ a aquella edici¨®n inesperada de Karenina como un n¨¢ufrago torpe a un flotador. Y me lanc¨¦ entre los corredores de estantes. Sin saber muy bien qu¨¦ buscaba, pero con la certeza de lo que no quer¨ªa encontrar. Lo que encontr¨¦.
Abr¨ª con cierta prudencia una edici¨®n inglesa de Moby Dick. Tapa roja. Guardas decoradas. Y aunque a Ismael le segu¨ªan llamado Ismael, en mitad de la narraci¨®n la ballena blanca agonizaba sobre la grasienta cubierta del Pequod. No puede ser. Desvalido y desconcertado, cre¨ª que hab¨ªa perdido la capacidad de leer. O de recordar. No s¨¦ si tem¨ª la traici¨®n de mi memoria o me tem¨ª a m¨ª mismo. O si me asust¨® el abismo de no poder leer de nuevo las historias que am¨¦. Pero asfixiado por la rebeli¨®n de unos libros que se negaban a ser como siempre fueron, tuve que salir de all¨ª.
Cerr¨¦ la librer¨ªa. Y ya en la calle, clav¨¦ los ojos furtivos en el suelo, para evitar cruzar la mirada con un cliente que se dirig¨ªa decidido hacia m¨ª. A saber qu¨¦ contar¨¢ el Vonnegut que se llev¨®. Cruc¨¦ sin importarme el tr¨¢fico. Hasta llegar al refugio del bar de Eliseo. Me mir¨® con la cara de un profesor que pilla escap¨¢ndose a un escolar.
?Qu¨¦ haces aqu¨ª a esta hora? Se lo expliqu¨¦ como pude. Como se explica lo extraordinario. Es decir, mal. Que los libros hab¨ªan cambiado. Que no mor¨ªa Ana Karenina, que el t¨ªo de Hamlet resultaba ser su verdadero padre, que Alonso Quijano se quedaba con Dulcinea en Barataria, que a Bartleby le daba por trabajar.
Pues claro, contest¨® con una tranquilidad que me admir¨®. ?Qu¨¦ esperabas? ?Qu¨¦ cre¨ªas que era la cooperaci¨®n del lector? ?El texto abierto? ?Tanto doctorado para no saber que Umberto Eco hablaba de algo estrictamente real?
Bien. No solo hab¨ªan cambiado los libros. Hab¨ªa cambiado el mundo. Eliseo ahora era experto en semi¨®tica. Me hablaba de recepci¨®n, de interpretaci¨®n, de c¨®mo el texto muta con cada lectura y con cada lector. Y me lo dec¨ªa como una verdad incontrovertible. Y as¨ª me explic¨® que hay libros que se pueden leer toda la vida y libros que no se deben releer. Que no nos podemos ba?ar dos veces en el mismo r¨ªo ni empaparnos dos veces en las mismas p¨¢ginas. Y como un tonto, le cre¨ª.
Por eso yo no leo nunca, dijo como si nada, mientras pasaba una bayeta por la barra. Para no encari?arme. Porque nunca puedes volver a aquel primer momento. Esto me lo ense?¨® tu t¨ªo. Esto y lo que los libros hacen cuando no miramos.
Lo-que-los-libros-hacen-cuando-no-miramos. Lo repet¨ª sin creer lo que me estaba diciendo. Pero con la vaga certeza de que algo deb¨ªa pasar. Quiz¨¢ mi t¨ªo no me hab¨ªa ense?ado todo. Quiz¨¢ hab¨ªa obviado lo que no se pod¨ªa creer.
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