La voz del ¨¢ngel exterminador
El compositor ingl¨¦s Thomas Ad¨¨s convierte la primera versi¨®n oper¨ªstica de la m¨ªtica pel¨ªcula de Bu?uel en un gran acontecimiento cultural en el Festival de Salzburgo

Luis Bu?uel concibi¨® sin banda sonora El ¨¢ngel exterminador (1962), quiz¨¢ esperando o predisponiendo que Thomas Ad¨¨s (Londres, 1971) convirtiera la pel¨ªcula en una ¨®pera medio siglo despu¨¦s. Y que lo hiciera en el Festival de Salzburgo, con los honores y los s¨ªntomas de un acontecimiento. La noche del pasado lunes parec¨ªa abrumado el compositor brit¨¢nico entre los clamores y los bravos. Y debi¨® de impresionarle que un p¨²blico aburguesado y conservador identificara The Exterminating Angel como el s¨ªmbolo del porvenir de la ¨®pera contempor¨¢nea.
M¨¦rito de una obra vanguardista pero no herm¨¦tica. M¨¦rito de un asombroso montaje teatral que parec¨ªa un thriller macabro. Y m¨¦rito p¨®stumo de Luis Bu?uel, pues ocurre que la ¨®pera en cuesti¨®n procede de la pel¨ªcula misma, en la afinidad literal al guion, en el bucle de las escenas repetidas ¡ªcreyeron algunos contempor¨¢neos del cineasta que se trataba de un error en el montaje¡ª, en la devoci¨®n al bestiario surrealista (ovejas, osos, delirios on¨ªricos), en la s¨¢tira vitri¨®lica y grotesca de la alta sociedad.
En efecto, un grupo de amigos que vienen precisamente de la ¨®pera se adhieren a una cena del matrimonio N¨®bile y degeneran en animales feroces cuando asimilan que nunca van a poder abandonar la casa. Y no existe ning¨²n motivo concreto que los retenga, pero la propia sugesti¨®n de encontrarse en una barca de n¨¢ufragos ¡ªBu?uel tuvo presente el cuadro de G¨¦ricault¡ª los expone a los peores instintos. Y evoca un cuento kafkiano de Dino Buzzati, Miedo en la Scala (1948), que recrea la psicosis de una noche de estreno en parecidas circunstancias: nadie se atreve a salir del teatro porque ha cundido el rumor de una amenaza abstracta en el exterior. Al menos hasta que el canturreo de un barrendero al amanecer retrata el rid¨ªculo y el esperpento.
Thomas Ad¨¨s recurri¨® al compatriota Tom Cairns para escribir el libreto y responsabilizarlo del espacio dramat¨²rgico. Se explica as¨ª la integraci¨®n mim¨¦tica entre la trama y la escena, como se entiende el mecanismo evolutivo que ambos artistas incorporan a la pel¨ªcula de Bu?uel, sobre todo porque la banda sonora le confiere mayor crudeza y tensi¨®n opresiva. Es una ¨®pera despiadada, inmisericorde, m¨¢s asfixiante, siniestra y desgarrada de cuanto se antoja la referencia original.
Y no escasean los pasajes c¨®micos ni rid¨ªculos, pero la segunda parte de El ¨¢ngel exterminador se distancia de la iron¨ªa y de la mueca gui?olesca. Prevalece el retrato de una sociedad turbia, endog¨¢mica y ciega. Tan ciega que los protagonistas no se percatan del hallazgo conceptual que les proporciona Tom Cairns: una puerta gigantesca que son incapaces de cruzar por lo evidente que les resulta.

La tensi¨®n del montaje proviene de la tensi¨®n de la m¨²sica. La dirige el propio Thomas Ad¨¨s como Bu?uel dirig¨ªa su pel¨ªcula, y persevera en un lenguaje caleidosc¨®pico, pol¨ªglota, corpulento, emocionante, provisto de felices hallazgos crom¨¢ticos, como un cuadro de Bacon, no exactamente tonal pero tampoco atonal ni inescrutable. Se dir¨ªa, adem¨¢s, que el compositor brit¨¢nico es consciente de su linaje. Y que esta relaci¨®n familiar con los antepasados ¡ªde Monteverdi a Britten¡ª repercute en un homenaje a las grandes convenciones de la ¨®pera, incluidos los d¨²os de amor en los vaivenes de un hermoso lirismo ¡ª?Puccini?¡ª y el aria final heredada a la gran diva de coloratura.
Sobreagudos
Le correspondi¨® cantarla en el trapecio de los sobreagudos a la soprano Audrey Luna, pero la propia naturaleza coral de la ¨®pera ¡ªy de la pel¨ªcula¡ª contradice la habitual atribuci¨®n de los protagonismos. Todos los cantantes ¡ªhasta 22¡ª se han demostrado flexibles a un pormenorizado esfuerzo musical y teatral, incluidas las viejas glorias de Thomas Allen y de John Tomlinson, conscientes probablemente ambos de que su gigantesca carrera ha llegado a tiempo de formar parte de una revelaci¨®n oper¨ªstica.
Era la sensaci¨®n que predominaba al abandonar el teatro salzburgu¨¦s. Se hab¨ªa producido un extra?o consenso entre la vanguardia de la m¨²sica de Ad¨¨s, la audacia teatral de Cairns y el entusiasmo de los espectadores. Luis Bu?uel no hab¨ªa imaginado que El ¨¢ngel exterminador alojaba en su embri¨®n el porvenir de la ¨®pera. Y no es una hip¨¦rbole. El propio Ad¨¨s ha reconocido la influencia absoluta del cineasta. Y ha necesitado casi 10 a?os para atreverse a resucitarlo en una sesi¨®n de espiritismo.
No estaba solo. El proyecto aglutina el concurso del Festival de Salzburgo, el Met de Nueva York y el Covent Garden de Londres. Una uni¨®n temporal de teatros que se atiene a las connotaciones mesi¨¢nicas de El ¨¢ngel exterminador en cuanto la ¨®pera resuelve el cortocircuito de la creaci¨®n contempor¨¢nea y el fervor popular.
Y lo hace sin concesiones ni capitulaciones. Es un espect¨¢culo complejo, pero tambi¨¦n inici¨¢tico, como un sortilegio que incita a la cooperaci¨®n de los espectadores. Empezando porque las paredes de la Casa de Mozart ¡ªas¨ª se llama el teatro salzburgu¨¦s¡ª est¨¢n recubiertas de cuadros de Max Ernst y de Giorgio de Chirico y de fotograf¨ªas de Man Ray, a medida de un ¡°circuito¡± premonitorio o de un viaje lis¨¦rgico.
Se trata de entrar en trance, de mirar el escenario como un espejo. Y de salir de la ¨®pera con ganas de comprar entradas para la siguiente funci¨®n.
El revulsivo brit¨¢nico
No se explica la vitalidad de la ¨®pera contempor¨¢nea sin la gran influencia que est¨¢n ejerciendo los nuevos compositores brit¨¢nicos. De hecho, el ¨¦xito incontestable de Thomas Ad¨¨s con El ¨¢ngel exterminador redunda en otras de sus obras anteriores (La tempestad), pero sobre todo abunda en el hito que ya hab¨ªa supuesto el estreno mundial de Written on the Skin, de su compatriota George Benjamin.
Son personalidades distintas y cultivan lenguajes diferentes. Coinciden, en cambio, en la concepci¨®n del espect¨¢culo oper¨ªstico desde la integraci¨®n de un libreto corpulento, una dramaturgia de vanguardia y una m¨²sica compleja pero inteligible. El camino est¨¢ abierto. Y el optimismo ha regresado a la ¨®pera.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.