Elizabeth Bishop prueba el anacardo
En una escala en R¨ªo de Janeiro, la poeta sufri¨® una reacci¨®n al¨¦rgica que casi acaba con su vida
Es sabido que no existen los acontecimientos triviales, o, mejor dicho, que aun los que podr¨ªamos considerar triviales tienen consecuencias enormes y de una duraci¨®n prolongada. Si Elizabeth Bishop no lo sab¨ªa, lo descubri¨® poco despu¨¦s de cumplir los 40 a?os, cuando, durante una escala en R¨ªo de Janeiro en el transcurso de un viaje, la poeta estadounidense mordi¨® la carne que envuelve al anacardo y sufri¨® una reacci¨®n al¨¦rgica que le deform¨® el rostro y estuvo a punto de provocarle la asfixia. ¡°Es una fruta siniestra. Nada deber¨ªa combinar fruto y nuez de esa forma indecente¡±, escribi¨® m¨¢s tarde. Lo hizo desde Brasil, porque nunca sigui¨® viajando; de hecho, se qued¨® en ese pa¨ªs durante 20 a?os.
Bishop no estaba sola cuando padeci¨® el brote al¨¦rgico, lo que fue una suerte no s¨®lo para ella: la acompa?aba Carlota de Macedo Soares, Lota, una heredera a la que hab¨ªa conocido poco antes en Nueva York. Macedo Soares era un personaje singular: una mujer rica, interesada por las artes y de una inteligencia brillante, que se hab¨ªa ense?ado a s¨ª misma arquitectura para dise?ar casas consideradas a¨²n hoy ep¨ªtomes intachables de la sensibilidad moderna; la misma sensibilidad que permea su gran contribuci¨®n al paisaje de R¨ªo de Janeiro, el Aterro do Flamengo, que preside desde las alturas la bella bah¨ªa de Guanabara.
Faltaban a¨²n 14 a?os para la inauguraci¨®n del parque (en 1965) cuando Macedo Soares cuidaba en su ¨¢tico del barrio de Leme a la poeta accidentada. Naturalmente, se enamoraron. Bishop y Macedo Soares estuvieron juntas los siguientes 15 a?os, en una historia de amor que incluy¨®, junto a los predecibles momentos de intimidad er¨®tica y convivencia, una actitud desafiante frente a la sociedad carioca, peleas, infidelidades, una cada vez m¨¢s indisimulada afici¨®n por el alcohol, rupturas y reconciliaciones y, al final, la separaci¨®n definitiva, seguida de un breve reencuentro en Nueva York en 1967: no se sabe si deliberada o involuntariamente, Macedo Soares se administr¨® una dosis mortal de somn¨ªferos en el piso que su antigua amante ocupaba en Manhattan el mismo d¨ªa en que se reencontraban y muri¨® en sus brazos.
Una poeta de revista
1. Laureada.? Muy posiblemente Elizabeth Bishop haya sido la poeta estadounidense m¨¢s premiada del siglo XX, o al menos una de las m¨¢s distinguidas: recibi¨® en dos ocasiones la beca Guggenheim (1947 y 1978), el Pulitzer en 1956, el National Book Award en 1969 y el National Book Critics Circle Award de 1977.
2. Editada.? Asidua colaboradora de The New Yorker, la correspondencia de Bishop ratifica la p¨¦sima fama de sus fact checkers: seg¨²n Javier Montes, consiste casi exclusivamente en un "intercambio de opiniones sobre comas y puntos (puntillos¨ªsimas hasta el tedio) con los editores de sus poemas".
3. Traducida.?El lector en espa?ol dispone de una Obra po¨¦tica de Bishop publicada por Igitur (2008), una Antolog¨ªa po¨¦tica (Visor, 2003), su libro Una locura cotidiana (Lumen, 2001), la prosa reunida (Vaso Roto, 2016) y su Antolog¨ªa de poes¨ªa brasile?a (Vaso Roto, 2009).
Elizabeth Bishop hab¨ªa nacido en 1911 y obtenido el Premio Pulitzer de poes¨ªa en 1956, a una edad relativamente inusual en el marco de un g¨¦nero como la poes¨ªa, donde (por lo com¨²n) los mejores frutos se cosechan al final del camino. Algo en la poes¨ªa de Bishop se inclinaba a la urgencia (la atenci¨®n al detalle en su obra permite imaginarla como alguien cuya mirada nunca se queda quieta), y ella misma tend¨ªa a no permanecer inm¨®vil durante mucho tiempo incluso desde antes de su llegada a Brasil: la muerte de su padre y la reclusi¨®n de su madre en un psiqui¨¢trico cuando era todav¨ªa una ni?a la convirtieron en alguien habituado a desplazarse con frecuencia al hilo de la compasi¨®n y la fortuna de sus parientes. Antes de ingresar a la universidad ya hab¨ªa vivido en los estados de Massachusetts y Nueva York y en la provincia canadiense de Nueva Escocia, pero fueron la mayor¨ªa de edad y el acceso a la herencia los que dieron paso a su periodo de mayor itinerancia.
Bishop vivi¨® algunos a?os en Francia, m¨¢s tarde en Espa?a y Marruecos y a continuaci¨®n en Key West (Florida) y en Washington. ¡°El simple hecho de haber tenido mi raci¨®n de viajes antes que los poetas que son m¨¢s o menos mis contempor¨¢neos parece haberme colocado en una generaci¨®n diferente¡±, le escribi¨® al poeta Randall Jarrell desde Brasil. En ese pa¨ªs, tambi¨¦n, viaj¨®: vio c¨®mo Brasilia surg¨ªa de la selva, atraves¨® el sert?o, recorri¨® Bah¨ªa y el norte del pa¨ªs. Sin embargo, su poema m¨¢s famoso acerca de Brasil no surgi¨® de un viaje: ¡®El hombre del r¨ªo¡¯ es el producto de una inmersi¨®n temprana en la bibliograf¨ªa y en los mapas del r¨ªo Amazonas (que la autora s¨®lo conoci¨® tiempo despu¨¦s, cuando en 1960 descendi¨® por ¨¦l hasta su desembocadura), pero no de una experiencia directa que, en alg¨²n sentido, prefigura. Como si Bishop lo hubiese escrito para no viajar o para demorar la partida.
En un ensayo excepcional acerca de aquellos escritores que, por diferentes circunstancias, quedaron Varados en R¨ªo, Javier Montes afirma: ¡°A lo largo de sus viajes, Bishop no consigue resolver (o m¨¢s bien, prefiere no hacerlo) una contradicci¨®n y un desarraigo que es justo la ra¨ªz de su trabajo¡±. Bishop lo dijo de otro modo en su bell¨ªsimo ¡®Cuestiones de viaje¡¯, donde se pregunt¨®: ¡°?Deber¨ªamos habernos quedado en casa e imaginar este sitio? / (¡) / ?Es falta de imaginaci¨®n lo que nos lleva / hasta sitios imaginados en vez de quedarnos en casa?¡±. Todos los viajes arrojan las mismas preguntas, pero en el caso de Elizabeth Bishop ¨¦stas son puramente ret¨®ricas, porque la escritora s¨ª sab¨ªa d¨®nde estaba su casa: all¨ª donde una fruta desconocida hab¨ªa hecho posible la convalecencia, el amor, el final circunstancial del viaje.
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