Choca los cinco
Algunos saludos sirven para pactar que las diferencias ser¨¢n insalvables
El apret¨®n de manos es tan importante que no sirve para nada, pero hay que saludarse igual. Cuando dos o m¨¢s personas se encuentran, sus manos no respiran tranquilas hasta que se estrechan entre s¨ª. Despu¨¦s, ya pueden meterse en l¨ªos, o simplemente trasladar objetos de un lado a otro. En The Cocoanuts (1929), la primera pel¨ªcula de los Hermanos Marx producida por la Paramount, hay una secuencia en el lobby de un hotel en la que Groucho, Chico, Harpo y Zeppo se persiguen en c¨ªrculo con las manos extendidas para saludarse, y cuando al fin lo hacen, se dan apretones reiteradamente, hasta el absurdo.
Se trata de un abuso de los buenos modales que no ha pasado de moda. En Espa?a, mientras los partidos juegan a formar Gobierno, sus l¨ªderes se saludan por saludarse tambi¨¦n hasta la extenuaci¨®n. La maniobra desprende un largo aburrimiento, como cuando vas por el campo, y al cruzarte con una lata de refresco vac¨ªa, le das una patada de puntera para matar el tiempo.
En su ¨²ltima reuni¨®n, Mariano Rajoy y Pedro S¨¢nchez se situaron ante los medios gr¨¢ficos, y se estrecharon la mano durante 23 segundos consecutivos, de pie. En ese tiempo no se dijeron nada. Sonre¨ªan por libre. Ni siquiera se miraron entre s¨ª; en cierto sentido, estaban a oscuras. Fue un milagro que encontrasen la mano del otro. Recordaban a aquel reportero que accedi¨® al vestuario de un equipo de f¨²tbol para obtener unas declaraciones exclusivas. El vestuario era un caos, y el agua caliente de las duchas hab¨ªa formado una neblina impenetrable a trav¨¦s de la que el periodista le tendi¨® la mano al goleador para felicitarlo. Cuando se dio cuenta, le estaba agarrando el pene por cortes¨ªa y choc¨¢ndole las cinco con decisi¨®n. La historia se la cont¨® el reportero a Javier del Pino por la radio.
La vida se hizo largu¨ªsima durante el saludo entre S¨¢nchez y Rajoy. Al final de la pel¨ªcula daba pena que se soltasen. Quiz¨¢ por eso, cuando se sentaron, volvieron a saludarse durante otra larga temporada. Al acabar casi era oto?o. Fue el pre¨¢mbulo de un desencuentro. Hace tiempo que algunos saludos ya no sirven para sellar un acuerdo, o refrendar la paz, sino para pactar que las diferencias ser¨¢n insalvables. Bajo esa l¨®gica, a continuaci¨®n se habla para constatar que no hab¨ªa nada que hablar.
Finalizada la reuni¨®n apenas quedaba en pie el saludo inicial, que como se hab¨ªa grabado, y durado tanto, a¨²n estaba en v¨ªas de disiparse. Naturalmente, saludar bien, aunque resulte vacuo, requiere t¨¦cnica. Algunos estudios calculan que estrechamos unas 15.000 veces la mano a lo largo de nuestra vida; un pol¨ªtico, much¨ªsimas m¨¢s. S¨¢nchez saluda con todo el cuerpo, con una armon¨ªa y una decisi¨®n que parecen ensayadas ante el espejo, al que se dirigir¨ªa con un ¡°c¨®mo est¨¢s, Pedro, te veo estupendo¡±. Rajoy lo hace como si al final fuese a regalarte la mano de recuerdo, porque tiene m¨¢s en una caja. Sabe que con un saludo no se arregla nada, pero se gana tiempo. S¨®lo una vez se le recuerda haciendo ascos a un choque de manos. Fue precisamente ante S¨¢nchez, que le tendi¨® la suya y se qued¨® con ella colgando, como la aguja de un reloj parado. Quiz¨¢ ese d¨ªa Rajoy no ten¨ªa manos de reserva, y opt¨® por preservarla.
Nos saludamos tantas veces, a menudo para que nos saquen una foto, que estrecharse la mano evoca un gesto bald¨ªo, hueco. Lejos quedan aquellos domingos de los que hablaba Josep Pla, en los que con afectaci¨®n la gente se saludaba destap¨¢ndose la cabeza y ¡°se dirig¨ªa, mutuamente, unos magn¨ªficos, excelentes sombrerazos¡±. Ni siquiera nos escupimos en la palma antes de comprometer nuestra palabra. El proceso de vaciamiento llega hasta ese punto silencioso en el que le ofreces la mano a alguien, y ya no le dices ¡°choca los cinco¡±, por miedo a que haga una rima con el ¡°cinco¡± y te deje clavado.
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