Tres batallas en una

En determinados momentos de la historia de un pa¨ªs se necesita una figura en la que poner el foco: el de la pol¨ªtica, el de los medios de comunicaci¨®n, el de la opini¨®n p¨²blica. Para arrastrar, para despistar, para provocar. En una escena clave de Lawrence de Arabia, el pr¨ªncipe ¨¢rabe Faisal preguntaba a un periodista estadounidense por qu¨¦ estaba tan empe?ado en encontrar a Lawrence. ¡°Muy sencillo. Busco a un h¨¦roe¡±. Ciertos poderes estadounidenses deseaban que su pa¨ªs entrara por fin en la I Guerra Mundial, y dotar de estatus de estrella medi¨¢tica a aquel extra?o militar podr¨ªa allanar el camino para el convencimiento del pueblo. Con Bobby Fischer, en 1972, durante su enfrentamiento con Bor¨ªs Spassky en el campeonato del mundo de ajedrez, ocurri¨® igual. En aquel acontecimiento hab¨ªa una batalla, la del ajedrez. Y otra, m¨¢s importante, la de la pol¨ªtica. La tercera batalla, quiz¨¢ la m¨¢s apasionante, se desarrollaba en la cabeza de uno de los contendientes.

El caso Fischer, pel¨ªcula de Edward Zwick sobre aquella m¨ªtica serie de partidas en Reikiavik, se ocupa de esas tres guerras con una narraci¨®n clara y did¨¢ctica, que ayuda a entender por qu¨¦ el Gobierno de Richard Nixon, con llamada clave de Henry Kissinger al jugador americano en un instante esencial, se implic¨® tanto en un acontecimiento deportivo que, en medio de una de las peores fases de la Guerra de Vietnam, y cerca ya de la retirada, conven¨ªa meter por los ojos a unos americanos que desayunaban con una ristra de muertos. Fischer se convirti¨® en s¨ªmbolo, pero tambi¨¦n en herramienta. Algo que en el interior de su cabeza privilegiada pero inestable era una bomba. Y Zwick lo marca con una pel¨ªcula, casi m¨¢s cerca del espionaje que del drama deportivo, en la que los efectos formales y la puesta en escena subrayan el descontrol mental de un hombre enrocado en sus fantasmas: efectos de sonido, c¨¢maras inclinadas, planos con el personaje en el extremo del encuadre y mucho aire por arriba...

A Zwick se le notan las ganas de salirse de su habitual clasicismo, el de Tiempos de gloria, a veces rampl¨®n, el de El ¨²ltimo samur¨¢i, y lo logra casi en todo momento. Aunque quiz¨¢ la explicaci¨®n al comportamiento de Fischer, la hipervigilancia materna, expuesta en unos flashbacks sin demasiado desarrollo, deja un regusto de excusa mal planteada. De aquello que Sidney Lumet defini¨® como la ¡°escuela dram¨¢tica del patito de goma¡±, la que explica la verdad psicol¨®gica que hace al personaje ser como es. Le quitaron el patito, o le obligaron a ejercer de vig¨ªa, y se convirti¨® en un paranoico.