A la sombra de aquel molino
Me revelaron durante mi adolescencia que donde pas¨¦ los veranos tambi¨¦n pudo ser el lugar donde esper¨® Lorca su muerte
Agosto es la fruta de la infancia. El coraz¨®n del verano que se huele, se muerde y se derrama. Lo descubr¨ª de ni?o en el molino de mis abuelos que un d¨ªa dej¨® de llamarse Las Pasaderas para rebautizarse como La Colonia en los libros sobre la muerte de Garc¨ªa Lorca, porque alberg¨® dos veranos a los alumnos de las Escuelas Nacionales. Nunca ese apodo me nombr¨® la infancia. Siempre fui el ni?o de las Pasaderas. El molino que en mi memoria es un para¨ªso donde las ma?anas descend¨ªan temprano en forma de plato con higos, ciruelas y albaricoques. El molino en el que me revelaron, durante mi adolescencia a mitad de los setenta, que tambi¨¦n pudo ser el lugar donde esper¨® Lorca su muerte.
Es la teor¨ªa que ha prevalecido hasta surgir ahora el testimonio de Luis Molina afirmando que el coche pas¨® de largo, que se fingi¨® una aver¨ªa para hacerle empujar junto con los que lo custodiaban y aprovechar el momento para ajusticiarle un tiro en la nuca. Antes de esta versi¨®n, recogida por Juan Ram¨®n Iborra en El Cultural del pasado julio, el molino fue la antesala de su muerte. El golpe militar contra la Rep¨²blica tom¨® V¨ªznar, un pueblo cercano a Granada, ocupando las casas m¨¢s grandes: el palacio de Damas, el molino de Rafael, la casa de Do?a Rita, la F¨¢brica textil y Las Pasaderas. Desde el carril de acceso al molino part¨ªan diferentes veredas a otras paratas de siembra que no eran de mi familia. Sus propietarios pasaban a diario, con el saludo de paz a gente de paz, y al mediod¨ªa sent¨¢ndose un descanso a la sombra de un vino y a la vera de la acequia fr¨ªa que cruzaba el molino con rumores verdes, que de noche eran una nana de agua.
Un molino no es una huerta. Si en otras circunstancias lo hubiese conocido, a Federico le hubiese gustado su brisa oliva, el canto amarillo de las chicharras, la luciferina de las luci¨¦rnagas, la siesta de los lagartos al borde de los juncos: personajes de su romance en verso con la naturaleza. Lo mismo que el nombre de la culebra cristalina, que brota en herradura en Fuente Grande, y recorre la carretera hasta derramarse en los pilares en cuesta y desde los botijos hasta la garganta. Ayn¨¢damar, el manantial de las l¨¢grimas. Haber bebido un vaso de su agua antes de su muerte le hubiese dado a¨²n m¨¢s duende al enigma que la rodea. Ochenta agostos de tumbas equivocadas, de confesiones contradictorias y de libros, y no se sabe con certeza el dolor de lo sucedido entre sombras.
Yo crec¨ª con la suya. Un susurro de historias en guardia entre los hombres del pueblo que ahorcaban el seis doble del adversario con un palillo entre los dientes, recordando el toque de queda, los disparos a lo lejos, aquellos zapatos blancos de verano encontrados a pie de un sendero adentr¨¢ndose en los pinares. Unos dec¨ªan que sucedi¨® en la curva de Los Pozos a la derecha del acueducto por el que los ni?os nos ret¨¢bamos el valor sobre el v¨¦rtigo del barranco. Otros que lo mataron junto a un olivo de tres troncos cerca del Caracolar o que bajo el campo de tiro, frente al Cortijo de La Pepina, convertido en un terreno en pendiente donde la rivalidad entre los dos pueblos y sus veraneantes se jugaba un trofeo de f¨²tbol. Qu¨¦ dif¨ªcil centrar desde la banda de abajo al extremo en alto y a contraviento. ?ramos agosto corriendo detr¨¢s de la moto de Custodio el pescadero, grit¨¢ndole a las tormentas en Puerto Lobo, recorriendo la sierra de La Alfaguara repleta de nidos de ametralladora con corazones tiznados. Los ni?os a los que de vez en cuando alguien preguntaba desde la ventanilla de un coche el camino a La Colonia donde estuvo Lorca.
A nadie del pueblo le gustaba durante el franquismo que llegasen invocando al poeta. Tampoco en Las Pasaderas, cuyas paredes se raspaban y encalaban a finales de mayo, y en las que tres veces busqu¨¦ unos versos, una frase, la ¨²ltima caligraf¨ªa de Lorca contra la pared blanca del miedo. Nunca encontr¨¦ nada.
Los agostos se enhebran igual que las moras en tallos de hierba seca. Ochenta llevamos sin saber qu¨¦ pas¨® aquella noche en la que un coche la cruz¨® por dentro, con los grillos amordazados. Quiz¨¢ se detuvo en La Colonia y Federico tembl¨® a solas escuchando la casida del llanto, sin ¨¢ngeles cantando ni perros que ladren. Tal vez pas¨® de largo hasta la curva de una serenata negra. No sabemos qu¨¦ lugar abriga sus restos. Garc¨ªa Lorca es un personaje de Borges en un libro de arena.
Este jueves, en V¨ªznar y en todos los poemas del mundo, recordamos a Lorca, y a todos los Lorca de los barrancos de nuestra guerra. Hoy la luna llena los mira y ellos la est¨¢n mirando.
Babelia
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