El agosto de los escritores
Quiz¨¢ todos los veranos se parezcan, con su mezcla de guerra, paz, silencio, playa, viajes, felicidad, hast¨ªo
?C¨®mo era la vida en agosto hace cincuenta a?os, y hace cien, y en el siglo de Le¨®n Tolstoi? Quiz¨¢ todos los agostos se parezcan, con su mezcla de guerra, paz, silencio, playa, viajes, felicidad, hast¨ªo. Tolstoi anota en sus diarios, el 12 de agosto de 1854, que ese d¨ªa empez¨® la ma?ana bien, trabaj¨® un poco, pero por la tarde¡ "Dios, ?no voy a reformarme nunca? Perd¨ª en el juego lo que me quedaba de dinero y 3.000 rublos que no pude pagar. Ma?ana vender¨¦ mi caballo". En otro universo, y en otro siglo, Virginia Woolf hablaba de agosto de 1927 como el a?o de los d¨ªas felices en los que aprendi¨® a conducir y "el coche est¨¢ resultando la alegr¨ªa de nuestras vidas, una vida adicional, libre, m¨®vil y airada".
Hay a?os, o vidas, en las que ante agosto nada posee gravedad bastante. "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Nataci¨®n", escribe Franz Kafka en una de las entradas m¨¢s citadas de sus diarios, en agosto de 1914. Por contra, hay existencias que en ese mes se vuelven grav¨ªsimas. Insensible al consuelo, Alejandra Pizarnik registr¨® en una nota del 25 de agosto de 1962, durante su estancia en Saint-Tropez que "s¨¦ perfectamente que si no me suicido pronto, me dar¨¦ a la bebida".
En 1959, Gil de Biedma pas¨® el 10 de agosto con ?ngel Gonz¨¢lez en Miraflores, donde visitaron a Vicente Aleixandre. "D¨ªa agradable, pero de mucho alcohol", escribe, resumiendo una estampa t¨ªpica del verano. En otro gesto propiamente estival, Josep Pla paseaba en 1918 por Canadell cuando observ¨® a cuatro muchachos agujereando las paredes de las casetas de la playa para ver c¨®mo las se?oritas se desnudaban a la hora del ba?o. "Siempre hace gracia contrastar, sobre la piedra de toque de la realidad, los t¨®picos escolares".
Siguiendo la costa, hacia el sur, se llega a Palam¨®s. All¨ª pas¨® varios meses de 1962 Truman Capote, trabajando en A sangre fr¨ªa. En una de sus postales a Marie Deway, con fecha de 8 de agosto, daba cuenta de la "gran aventura" que hab¨ªa vivido el d¨ªa anterior, cuando "un incendio forestal quem¨® la finca de al lado y casi nos engull¨®". Lo ¨²nico que cogi¨® antes de salir corriendo fue el manuscrito de la novela.
Los viajes para trabajar son consustanciales al verano. En una conferencia de 1932, Federico Garc¨ªa Lorca contaba c¨®mo tres a?os antes lleg¨® el mes de agosto "y con el calor estilo ecijano" que asolaba Nueva York decidi¨® marcharse al campo, a Edem Mills, donde dos ni?os "con paciencia me ense?aron la lista de los presidentes de Norteam¨¦rica". Tras su periplo por Cuba, llegaron tambi¨¦n a Nueva York Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y Zenobia Camprub¨ª. Esta glosa en sus diarios, el 10 de agosto de 1939, que pasaron la ma?ana en el Museo de Arte Moderno. "El cuadro de Picasso, El perro y el hombre, de su per¨ªodo azul, me embeles¨®. [¡] El Gala de Dal¨ª, espl¨¦ndido".
En Descubrimientos, al llegar agosto Clarice Lispector improvisa preguntas para un cuaderno escolar. ?Cu¨¢l es la cosa m¨¢s antiguo del mundo? "Podr¨ªa decirse que Dios". ?Y la m¨¢s bella? "El instante de inspiraci¨®n". ?La m¨¢s grande? "El amor". ?La m¨¢s constante? "El miedo". "?Y lo m¨¢s f¨¢cil de hacer? Existir, despu¨¦s de que se pasa el miedo".
A veces agosto es un mes de espera. En sus notas de 1965, Ricardo Piglia relata c¨®mo pas¨® un domingo preso en una comisar¨ªa. Hab¨ªa ido a un concierto de Mercedes Sosa, "est¨¢bamos un poco borrachos y de pronto, al salir, empezamos a pelear con un grupo de provincianos". Fue en Buenos Aires. En la misma ciudad, en 1951, Julio Cort¨¢zar se sent¨® a escribir una carta a Edith Aron para anunciarle que regresaba a Francia y que le gustar¨ªa verla. "No s¨¦ si se acuerda todav¨ªa del largo, flaco, feo y aburrido compa?ero que usted acept¨® para pasear algunas veces por Par¨ªs para ir a escuchar a Bach". Lo espera una ciudad eterna, floreciente, distinta a la que paseaba Gaziel en 1914, en plena Gran Guerra, con los museos, las salas de conferencias y los teatros cerrados. "Los editores y libreros tambi¨¦n han clausurado oficinas y tiendas, con unos r¨®tulos que dicen: ? cause de la mobilisation", escribe en Diario de un estudiante.
Hay tantas im¨¢genes de Par¨ªs en agosto como escritores. En 1967, Paul Auster acababa de llegar a la ciudad, donde descubre el placer de fumar Parisiennes y salir temprano a la calle para tomar caf¨¦ con los trabajadores, el vendedor de hielo, el basurero¡ "Lo ¨²nico curioso es que esos hombres ¨Cdestaca en Informe de interior¨C en lugar de tomar caf¨¦ trasiegan toda clase de ex¨®ticas bebidas alcoh¨®licas".
Babelia
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