?Por qu¨¦ estaba feliz Bergman?
Los suecos parecen tristes o alejados, pero son c¨¢lidos aunque su risa se active tan solo cuando ya est¨¢n frente a ti
Todo conspiraba para que ese d¨ªa no estuviera feliz Ingmar Bergman, nevaba a mares, eran las doce de la ma?ana de una noche sin fin, Estocolmo parec¨ªa una carroza rusa perdida en Siberia y ¨¦l ten¨ªa que conceder una entrevista en el Dramaten, su teatro, una hora con alguien a quien no conoc¨ªa.
Al otro lado de la ecuaci¨®n, el periodista deseaba que el artista de Gritos y susurros, que no resolvi¨® su infancia y por tanto no resolvi¨® su vida, dijera no, no quiero, y cerrara la puerta que abri¨® Gabi Gleichman, h¨²ngaro y sueco, entonces periodista y ahora, tambi¨¦n, el autor de El elixir de la inmortalidad (Anagrama), en la que sigue el rastro europeo de Baruch Spinoza.
Los dos, alentados por Gleichmann, avanzaron desde caminos distintos a la misma direcci¨®n, y fatalmente se encontraron, en efecto, en un despacho austero del Dramaten; ¨¦l era enorme, como un gigante n¨®rdico, sonre¨ªa como si estuviera esperando la visita desde antes del alba, iba vestido con un pantal¨®n verde, una camisa verde, un chaleco verde, como si viniera de cazar venados, y se agarraba al quicio de la puerta como si la estuviera fijando. Era ¨¦l mismo la puerta entera, aquella madera sim¨¦trica que le daba a su rostro, a su cuerpo enorme, el aspecto de un cuadro reci¨¦n pintado.
Los suecos parecen tristes o alejados, suecos del norte siempre, aunque sea verano y haga sol en Estocolmo; pero son c¨¢lidos en invierno y en verano, aunque su risa se active tan solo cuando ya est¨¢n frente a ti, pregunt¨¢ndote de d¨®nde eres, antes de que t¨² mismo desenfundes o rompas la timidez que da encontrarse con un astro as¨ª, autor de melancol¨ªas irresueltas y monumentos de silencio que se equiparan, en el siglo XX, a las met¨¢foras rotas de Samuel Beckett.
Pero no son tristes, ni solitarios, ni ajenos; son hospitalarios en seguida, como si salieran de un cascar¨®n de nieve y te estuvieran aguardando para darte paz. Olof Palme te abr¨ªa el despacho como si te hubiera encontrado solo y desamparado en una calle del mundo o de Estocolmo; los Landelius (Nancy, Peter) buscaban en lo alto de su despensa cualquier lata que constituyera el centro de una cena improbable que sab¨ªa a Santa Luc¨ªa; los Malmestr?m (Tamara, Anna, Gofio, Oso) hac¨ªan comilonas en tu honor para que t¨² te las comieras en fotograf¨ªas. Y Gleichmann era capaz de abrir la puerta de Bergman como si estuviera regalando aire, como si no le costara nada.
Y Bergman era este gigante que est¨¢ en la puerta de su despacho en el Dramaten. En sus manos cab¨ªan todas tus manos y en su risa se dilu¨ªan los gritos y los susurros, las fuentes de la edad que son sus pel¨ªculas. Como si, en efecto, estuviera habitado por todos sus personajes pero en ese momento quisiera dar a conocer, tan solo, el ni?o que fue. Estaba a punto de irse a la isla donde viv¨ªa, donde escrib¨ªa o dibujaba sus pel¨ªculas, y eso, dijo, le otorgaba cierto sentimiento de reencuentro con las edades perdidas. ¡°Pues volver es siempre regresar a otro¡±.
Ten¨ªa los ojos de Lorca, asombrados o tristes, sucesivamente, y la lengua vivaz, como si hubiera estado callado desde hace un siglo o m¨¢s. ¡°?Usted tiene siempre esos ojos? ?Por qu¨¦ no se hace actor?¡± No era Bergman, en ese momento, un monstruo callado que se activara con tus palabras; era ¨¦l quien te sonsacaba desde que te mostraba el mundo que se abr¨ªa ante nosotros, Luis Mag¨¢n, Gabi Gleichmann, el plumilla que iba a interrogarlo, muerto de miedo por no saber de d¨®nde sacar las preguntas.
Sobre la mesa c¨¢lida, de caoba, cabe imaginar, hab¨ªa una cesta de frutas de la que sobresal¨ªa una manilla de pl¨¢tanos de Canarias; quiz¨¢ fue Gleichmann el que le sugiri¨® el toque caribe de nuestras islas para decorar el centro de la estancia, por la procedencia del que iba a preguntarle, o simplemente fue el impulso de la memoria que todos los suecos de la segunda parte del siglo XX tienen de Canarias como tierra a la que fueron a tomar el sol para curarse los huesos. Lo cierto es que all¨ª estaban los pl¨¢tanos, al alcance sus manos de guitarrista, como el Eduardo Fal¨² de las canciones tristes.
Desde que quiso saber del pasado de los ojos que lo miraban, ya no ces¨® de hablar, de cualquier cosa, de la infancia, de las im¨¢genes, del cine, de Goya¡ Era un torrente feliz de palabras, un muchacho que ten¨ªa la maleta hecha para irse a una isla. Y como siempre pasa en las entrevistas, al principio le preguntamos por qu¨¦ era tan reacio a hacer lo que ¨ªbamos a hacer, una entrevista.
--S¨ª, es una cuesti¨®n de principios. Cuando trabaj¨¦ haciendo pel¨ªculas ten¨ªa que hacer muchas entrevistas y me presionaban para que participara m¨¢s que nunca. Ahora quiero proteger mi privacidad y eso significa que se acabaron las entrevistas. Es muy dif¨ªcil ver a alguien durante una hora. Te puedes encontrar con alguien que no te gusta y tienes que sentarte con ese alguien durante una hora. Lo que sale de all¨ª son simples opiniones y malos entendidos. Si son m¨ªos, no hay problema, pero si vienen de otra persona s¨ª.
--Como espectador espa?ol siempre tuve la sensaci¨®n de que alg¨²n d¨ªa usted iba a decir: ¡°Ya no voy a hablar m¨¢s¡±.
--S¨ª. Esto [la entrevista] es puro accidente. Ahora estoy alejado del mundo de las pel¨ªculas y soy un campesino. Solo quiero sentarme en mi mesa a escribir y leer.
Luego hablamos de la infancia y ¨¦l dijo: ¡°Soy un ni?o. Ya lo dije una vez: toda mi vida creativa proviene de mi ni?ez. Y emocionalmente soy un cr¨ªo. La raz¨®n por la que a la gente le gusta lo que hago o hac¨ªa es porque soy un ni?o y les hablo como un ni?o¡±.
Desde que nos vimos pasaron m¨¢s de dieciocho mil palabras; al final agarr¨® las c¨¢maras de Mag¨¢n, nos junt¨® como si estuviera haciendo juegos malabares con las sombras del cuarto y nos hizo varias fotograf¨ªas. Quer¨ªa saber si hab¨ªamos estado c¨®modos y al irse nos abraz¨® como si nos hubiera necesitado. Por la noche llam¨® a Gabi Gleichmann para decirle que por la ma?ana, antes de vernos, sinti¨® que ojal¨¢ quien iba a preguntarle le llamara para decirle que no habr¨ªa entrevista, que le hab¨ªa surgido otro viaje o que la nieve lo hab¨ªa ahogado en Estocolmo. Es curioso, le dijo Gabi, a tu invitado le pas¨® lo mismo.
Fue uno de los encuentros m¨¢s felices de esta vida de encuentros que es el periodismo. Bergman muri¨® en verano, el 30 de julio de 2007. La noticia lleg¨® al periodista a las islas C¨ªes, desierta como la isla que ansiaba aquel ni?o que nunca dej¨® de serlo y que nos recibi¨® con risas y pl¨¢tanos. ?l hab¨ªa nacido el 14 de julio de 1918.
Babelia
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