El misterio del saxo evanescente
Un detalle bien inquietante. Igual es un problema m¨ªo pero, en los ¨²ltimos a?os, el saxof¨®n parece estar desapareciendo de la m¨²sica pop. Una ausencia tanto m¨¢s llamativa dada su omnipresencia a finales del siglo pasado.
Estamos ante una perdida de riqueza musical y emocional. El saxo, se sabe, es una prolongaci¨®n de la voz humana. Algo que su int¨¦rprete logra a fuerza de sacrificios para coordinar los m¨²sculos de las manos, el t¨®rax, la boca.
En los ¨²ltimos tiempos, el saxof¨®n parece estar desapareciendo de la m¨²sica pop
?Su eclipse tiene una lectura pol¨ªtica? Dicen que el inventor, el ¨ªnclito Adolphe Sax, era ¡°un anarquista de derechas¡±. La implantaci¨®n de su gama de instrumentos cont¨® con el antagonismo de la Iglesia Cat¨®lica y el establishment de la m¨²sica sinf¨®nica: Isidore Berger, compositor estadounidense, lo defini¨® (bellamente) como ¡°la sirena de Sat¨¢n¡±. M¨¢s adelante, ya identificado con el jazz, fue vituperado en la Alemania nazi y la URSS. El saxo, muchos advirtieron, tiene poder l¨²brico: por sus curvas, por la forma de tocarlo, por su lenguaje insinuante o imperioso.
Quiz¨¢s los puritanos no exageraban. El anecdotario del jazz cuenta con historias que certifican su poder er¨®tico. Se pierde en la noche de los tiempos el nombre del propietario del club que descubri¨® que el saxo atra¨ªa a un p¨²blico femenino y multiplicaba los ingresos. Y el saxofonista que fue amenazado por unos clientes tras su actuaci¨®n: sus chicas se hab¨ªan excitado y eso no era casualidad.
Cierto que, cuando el jazz se refugi¨® en los clubes, tras abandonar aquellas grandes salas donde reinaron las big bands, ya llevaba cierta aureola de ¡°inmoralidad¡±. En los locales de striptease estadounidenses, las se?oritas se desnudaban mientras tocaba un tr¨ªo encabezado por un saxofonista. Eran actuaciones el¨¢sticas, que obligaban a los m¨²sicos a alargar sus versiones de Harlem nocturne, Night train o el tema de La pantera rosa.
Todo est¨¢ en la mente del oyente, asegura Plas Johnson. El saxofonista que grab¨® la versi¨®n original de la melod¨ªa de Henry Mancini asegura que la sesi¨®n fue lo menos calenturiento que cabe imaginar: ¡°era el invierno de 1963 y nos convocaron a las 8 de la ma?ana¡±. Ahora el ritual se realiza con m¨²sica grabada pero crece la nostalgia por los viejos tiempos: Johnson, que a¨²n toca, suele aparecer en las convenciones de practicantes del burlesque.
De alguna manera, esa reputaci¨®n libidinosa del saxo se col¨® en el cine. Desde los setenta, se utiliza en las bandas sonoras para avisarnos de que se avecina una escena t¨®rrida o, en general, que los protagonistas viven bajo el imperio de la pasi¨®n: echen la culpa a Gato Barbieri por El ¨²ltimo tango en Par¨ªs, a Ronny Lang por Fuego en el cuerpo.
Y luego est¨¢ el Efecto Kenny G, que tanto da?o ha hecho a la reputaci¨®n del saxo soprano. Pero lo que estamos viviendo es algo m¨¢s desolador que el rebote c¨ªclico contra una saturaci¨®n. Parece que no hubiera hueco para el saxof¨®n en el pop moderno.
A un extremo, las producciones de alta gama, creaciones de laboratorio que evitan algo tan incierto como un m¨²sico soplando por una leng¨¹eta (el saxo se resiste a la elaboraci¨®n sint¨¦tica de su sonido). Al otro lado, esos grupos indies que muchas veces tienden al simplismo conceptual. Bandas formadas entre amigos, que buscan gratificaciones inmediatas, y ?qui¨¦n va a elegir el saxo, que exige esfuerzos sobrehumanos? Mientras esperamos mejores tiempos, es la hora de rescatar los discos de Morphine o James Chance.
Babelia
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