Obra incompleta
Quiz¨¢ la muerte excus¨® a autores como Pessoa de buscar una coherencia que no llegar¨ªa a la altura del desorden de sus materiales
A Miguel Hern¨¢ndez, que tan pocos a?os tuvo para completar nada, lo entristec¨ªa de antemano la idea de unas obras completas: ¡°Yo s¨¦ que en esos sitios tiritar¨¢ ma?ana?/?mi coraz¨®n helado en varios tomos¡±. Hay algo antiguo y funerario en esa visi¨®n de unos tomos id¨¦nticos, encuadernados en oscuro, en piel o semipiel o pseudopiel, alineados en una estanter¨ªa como en un catafalco. Las ¨²nicas obras completas que no inducen a la somnolencia de lo monumental son quiz¨¢s las de La Pl¨¨iade, que tienen un tama?o muy manejable y una flexibilidad seductora, y aun as¨ª lo intimidan a uno cuando las ve como un gran muro de inmortalidad impenetrable en los estantes de las librer¨ªas francesas. En la exposici¨®n sobre Camilo Jos¨¦ Cela que hay ahora en la Biblioteca Nacional, una de las cosas que llaman la atenci¨®n, aparte de su inter¨¦s por coleccionar esquelas mortuorias y diplomas y esculturas o artefactos de premios, es lo joven que era todav¨ªa cuando ya hab¨ªa emprendido la publicaci¨®n de sus Obras completas, como un fara¨®n que empieza las obras de su pir¨¢mide nada m¨¢s ser elevado al trono.
Cuando yo ten¨ªa 20 a?os, una de las cosas que compr¨¦ con mi primera beca no de hambriento fue el tomo de las Obras completas de Garc¨ªa Lorca publicado por Aguilar en plena dictadura de Franco, con un pr¨®logo largo y muy hermoso de Jorge Guill¨¦n. Pero era un tomo, uno solo, aunque fuera muy grueso, aunque abrirlo y leerlo me diera la impresi¨®n de estar hojeando el libro de arena de aquel cuento de Borges que se public¨® por esos a?os. Y lo mejor de aquel volumen, con toda su amplitud, era su cualidad aluvial, su amontonamiento de cosas muy diversas, a veces inacabadas, cartas a amigos y poemas que Lorca no public¨® en vida, versos magn¨ªficos de ocasi¨®n escritos en el reverso de una foto tomada en una feria.
Algo que me parece cada vez m¨¢s revelador de Garc¨ªa Lorca es su parsimonia a la hora de publicar libros, como si se resistiera a dar una forma definitiva y cerrada a las cosas en las que estaba trabajando de manera intermitente, los poemas que difund¨ªa recit¨¢ndolos o copi¨¢ndolos a mano para sus amigos o para sus amores, los que barajaba y abandonaba y correg¨ªa y segu¨ªa teniendo entre manos. En el cat¨¢logo de las obras maestras conjeturales, inacabadas, nunca fijadas y fosilizadas en un texto final, una de las m¨¢s altas, junto al Libro del desasosiego, los poemas de Emily Dickinson, el Mois¨¦s y Aar¨®n de Sch?nberg, el Don Quijote de Orson Welles, etc¨¦tera, es Poeta en Nueva York. Nos estremece la historia de la visita de Lorca a la oficina de Jos¨¦ Bergam¨ªn para dejarle el manuscrito, y la nota que le dej¨® en la mesa al ver que no estaba, prometi¨¦ndole livianamente un regreso que no pudo suceder nunca. Y se ha estudiado mucho el proceso de la publicaci¨®n p¨®stuma en M¨¦xico, y la incertidumbre sobre la lista y el orden de los poemas que Garc¨ªa Lorca planeaba incluir. Pero se reflexiona mucho menos sobre el hecho, del todo irregular, de que Garc¨ªa Lorca tardara seis a?os enteros en decidirse a su publicaci¨®n, siendo como eran, y ¨¦l sin duda lo sab¨ªa, la cima de todo lo que hab¨ªa escrito hasta entonces, un torrente de furia expresiva que no ten¨ªa comparaci¨®n sino con algunas odas de Fernando Pessoa, con The Bridge de Hart Crane ¡ªLorca comparti¨® con ¨¦l alguna noche de juerga en Nueva York¡ª o con la Waste Land de Eliot.
Una de las cosas que compr¨¦ con mi primera beca no de hambriento fue el tomo de las Obras completas de Garc¨ªa Lorca publicado por Aguilar en plena dictadura de Franco
Por pereza, por cautela, por distracci¨®n, por el instinto de no interrumpir un largo proceso en marcha, Lorca dej¨® sin publicar durante los seis a?os m¨¢s productivos de su vida esa colecci¨®n nunca organizada ni cerrada de poemas. Los fil¨®logos y los editores especulan sobre ellos, pero esa incertidumbre que nadie puede resolver ahora se ha inscrito en su naturaleza misma, se ha convertido en parte de su originalidad y su poder¨ªo. Tampoco sabemos nada de cu¨¢ntos poemas habr¨ªa publicado Emily Dickinson si hubiera tenido tiempo de armar un libro: por ah¨ª andan, agrupados en colecciones exhaustivas o en antolog¨ªas o selecciones que en vez de aminorar su sentido lo ampl¨ªan al encontrar conexiones nuevas, secuencias y arquitecturas del azar.
Baudelaire nunca lleg¨® a publicar en libro los poemas en prosa dispersos por los peri¨®dicos, ni tuvo un t¨ªtulo seguro para ellos, as¨ª que lo mismo puede llamarse, seg¨²n la elecci¨®n de los editores, Peque?os poemas en prosa o El ¡®spleen¡¯ de Par¨ªs. El profesor Francisco Fuster ha publicado diversas antolog¨ªas de art¨ªcu?los de Julio Camba, y en cada una de ellas esos textos dispersos se organizan como por s¨ª mismos con una gozosa coherencia, con un impulso de orden que se parece m¨¢s a los procesos de la naturaleza que a los prop¨®sitos siempre poco d¨²ctiles de la voluntad humana. Los art¨ªculos de Julio Camba, los poemas de Emily Dickinson forman libros casi tan infaliblemente como los cristales de hielo forman estrellas geom¨¦tricas.
Baudelaire nunca lleg¨® a publicar en libro los poemas en prosa dispersos por los peri¨®dicos, ni tuvo un t¨ªtulo seguro para ellos
Los mundos acad¨¦micos y literarios andan todav¨ªa fascinados por la superstici¨®n del dise?o inteligente, una prueba m¨¢s del contumaz oscurantismo que los mantiene hostiles y cerrados a los aires saludables del conocimiento cient¨ªfico. No ha hecho falta que nadie dise?e una hoja, una nube, una pupila, un cerebro. Es probable que la armon¨ªa y la belleza de una obra de arte, literaria o visual o musical, dependa tambi¨¦n m¨¢s de sus propias leyes interiores que de la voluntad consciente de su autor. Todo el silencio y la holganza del mes de agosto los he dedicado, con la ayuda de un diccionario portugu¨¦s-espa?ol, a leer un libro que es mucho m¨¢s rico y m¨¢s estimulante porque su autor nunca lleg¨® a darle una forma definitiva, el Livro do Desassossego, en una estupenda edici¨®n de bolsillo ordenada por Richard Zenith, y publicada en Lisboa por Ass¨ªrio & Alvim. Y esa lectura la he disfrutado m¨¢s todav¨ªa al compartirla con la de las obras sueltas de Walter Benjamin que viene publicando con persistencia ejemplar la editorial Albada, en traducciones de Alberto Brotons Mu?oz. Albada publica tambi¨¦n en tomos muy imponentes las Obras completas de Benjamin, pero yo soy un lector ambulante y comod¨®n y me quedo siempre que puedo con los libros aislados, breves y abarcables, en mayor o menor medida sobrevenidos y conjeturales, porque una gran parte de los mejores ensayos de Benjamin o quedaron inacabados o ¨¦l nunca lleg¨® a reunirlos: piezas dispersas, publicadas en peri¨®dicos y revistas, al azar de una ocasi¨®n, por un impulso o por un encargo; cuadernos de notas y p¨¢ginas de diario. La ¨²nica organizaci¨®n que Walter Benjamin dio en vida a su obra m¨¢s ambiciosa fue la de guardar manuscritos y borradores en una maleta, m¨¢s o menos como Fernando Pessoa con las confesiones esquinadas y las divagaciones del ayudante de contable Bernardo Soares. Los dos murieron, como Lorca y como Proust, antes de tiempo, pero quiz¨¢s la muerte lo que hizo fue excusarlos de intentar una coherencia voluntaria que nunca habr¨ªa estado a la altura del desorden f¨¦rtil y org¨¢nico de sus materiales. A m¨ª lo que me gustar¨ªa es trabajar durante a?os, sin ning¨²n apuro, en un libro inacabado.
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