¡®Narcos¡¯: Los galanes no pueden ser capos
La paradoja que se produce es que las escenas entre sicarios est¨¢n magn¨ªficamente actuadas, mientras que las altas reuniones entre capos o pol¨ªticos son telenovelescas
En Narcos se produce un fen¨®meno muy interesante: mezcla telenovela con cine. Una de sus grandes bazas es su reparto panamericano, con int¨¦rpretes procedentes de California a Argentina, combinada con la diversidad de personajes, desde dealers de poca monta al propio presidente de Colombia.
Gracias a esta diversidad, conviven actores y galanes y, en funci¨®n de la escena, la serie pasa del cine a la telenovela. Es decir, los galanes y los actores de cine son especies diferentes. El gal¨¢n es un int¨¦rprete de telenovela y, por lo tanto, act¨²a para un p¨²blico popular, en un ambiente teatral. El actor de cine es disciplinado y austero, consciente de la jerarqu¨ªa del lenguaje f¨ªlmico.
En el teatro, los actores son los responsables de transmitir la mayor¨ªa de la informaci¨®n. No hay montaje ni c¨¢mara, solo presencia, y, por lo tanto, tienen que mostrar a trav¨¦s de sus gestos o su voz qu¨¦ est¨¢ pasando. El gal¨¢n de telenovela, como en un teatro, sobreact¨²a y gesticula grandiosamente. Pr¨¢cticamente no tiene que actuar, sino narrar.
En el cine, la introducci¨®n de la c¨¢mara y el montaje lo cambian todo. El actor y sus movimientos son una pieza del puzzle, no el puzzle en s¨ª mismo. Como p¨²blico, interpretamos los gestos en funci¨®n de su contexto.
El plano de una cuna vac¨ªa seguido de un actor sonriendo nos da a entender que espera un beb¨¦. Si est¨¢ triste, asumimos algo completamente distinto.
Por eso, muchos int¨¦rpretes disfrutan m¨¢s del teatro, porque otorga m¨¢s libertad, m¨¢s espacio: pueden hacer m¨¢s. En cambio, el cine exige contenci¨®n, disciplina, austeridad y mucha, mucha repetici¨®n.
En la industria iberoamericana, los actores mejor parecidos tienden a ser encasillados como galanes, mientras aquellos que no dan el list¨®n a menudo son condenados a papeles de sicarios, narcos, bandidos o sirvientes.?
La paradoja que se produce en Narcos es que las escenas entre sicarios est¨¢n magn¨ªficamente actuadas, mientras que las altas reuniones entre capos o pol¨ªticos son incre¨ªblemente telenovelescas.
Por ejemplo, Diego Cata?o (Cuernavaca, 1990) hace un magn¨ªfico papel como el sicario La Quica. No necesita hacer mucho para transmitir una gran naturalidad. Consigue lo m¨¢s importante que busca un actor: encajar tan bien con su personaje que el p¨²blico no repare en su actuaci¨®n, un honor ir¨®nicamente ingrato. No es sorprendente, por tanto, que se haya dedicado principalmente al cine: no es que est¨¦ c¨®modo en su personaje, sino en el medio.
En cambio, las escenas entre galanes como Alberto Ammann (en el papel de Pacho Herrera) y Cristina Uma?a (Judy Moncada), o Ra¨²l M¨¦ndez (C¨¦sar Gaviria) y Manolo Cardona (Eduardo Sandoval) parecen sacadas directamente de una telenovela. Estos actores, con cr¨¦ditos previos en televisi¨®n, punt¨²an cada una de sus l¨ªneas como aclarando al espectador despistado qu¨¦ est¨¢n sintiendo en ese preciso momento. Para el no despistado, esto chirr¨ªa con el resto de la serie, que parece buscar una especie de realismo digital.?
Esta sobreactuaci¨®n, unida a la decoraci¨®n estramb¨®tica de las casas de los grandes capos sudamericanos de los 90, hace que algunas escenas de Narcos parezcan directamente sacadas de alguna telenovela globalmente popular de hace 15 a?os. Es curioso porque la siguiente escena entre los empleados de esos dos capos es de un talento sorprendente.?
Babelia
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