¡®Breaking bad¡¯ en la Alemania nazi
El III Reich recurri¨® a la metanfetamina para crear ciudadanos ¡®en¨¦rgicos¡¯ y tapar las miserias del nacionalsocialismo
De la antigua f¨¢brica de medicamentos Temmler en Berl¨ªn-Johannisthal solo se conservan las ruinas. Nada recuerda ya su pr¨®spero pasado, cuando entre sus paredes se prensaban millones de comprimidos de pervitina al d¨ªa. El recinto empresarial est¨¢ en desuso, es terreno bald¨ªo.
Estos muros albergaron en su d¨ªa el laboratorio del doctor Fritz Hauschild, jefe de Farmacolog¨ªa de Temmler entre 1937 y 1941 y buscador de un nuevo tipo de medicamento, una ¡°sustancia potenciadora del rendimiento¡±. Esta es la cocina de la droga del III Reich. Aqu¨ª, entre crisoles de porcelana, espirales de condensaci¨®n y enfriadores de vidrio, los qu¨ªmicos elaboraban una mercanc¨ªa pur¨ªsima. Las tapas de los barrigudos matraces de ebullici¨®n repiqueteaban y desped¨ªan con un silbido constante un vapor caliente de color rojo y amarillo, mientras las emulsiones chasqueaban y las manos de los qu¨ªmicos enfundadas en guantes blancos regulaban los percoladores.
Nac¨ªa la metanfetamina. Y lo hac¨ªa con una calidad que ni en sus mejores momentos consigue el propio Walter White, el cocinero de drogas de Breaking Bad, la serie de televisi¨®n estadounidense que ha hecho del crystal meth un s¨ªmbolo de nuestro tiempo.
La expresi¨®n breaking bad se podr¨ªa traducir como algo parecido a ¡°cambiar de repente y hacer el mal¡±. No ser¨ªa un mal t¨ªtulo para la historia de Alemania entre los a?os 1933 y 1945.
¡®El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich¡¯
Norman Ohler (Alemania, 1970) periodista y escritor es autor de tres novelas. Trabaj¨® como corresponsal en Cisjordania, y ha realizado un proyecto cinematogr¨¢fico con Wim Wenders. El gran delirio (Cr¨ªtica), a la venta el 4 de octubre, es su primera obra de no ficci¨®n fruto de su investigaci¨®n en archivos alemanes y estadounidenses. En el libro detalla el uso masivo de metanfetamina en la Alemania nazi, donde era consumida por los ciudadanos, y sobre todo por los soldados.
En el primer semestre de 1939 ¡ªlos ¨²ltimos meses de paz¡ª, la popularidad de Hitler alcanz¨® un cl¨ªmax moment¨¢neo. ¡°?Todo lo ha hecho este hombre?¡±, se dec¨ªa entonces, y muchos camaradas nacionales tambi¨¦n quisieron poner a prueba su capacidad de rendimiento.
Era una ¨¦poca en la que parec¨ªa que el esfuerzo volv¨ªa a merecer la pena, pero tambi¨¦n una ¨¦poca de exigencias sociales: hab¨ªa que subirse al carro y hab¨ªa que triunfar ¡ªaunque solo fuera para no generar desconfianzas¡ª. Al mismo tiempo, el auge generalizado alimentaba la preocupaci¨®n de no poder mantener un ritmo tan acelerado, mientras que la creciente esquematizaci¨®n del trabajo tambi¨¦n planteaba nuevas exigencias al individuo, convertido ahora en un engranaje necesario para el buen funcionamiento del motor. Cualquier ayuda ¡ª incluida la qu¨ªmica¡ª era bien recibida para animarse.
Por consiguiente, la pervitina hizo m¨¢s f¨¢cil para el individuo acceder al estado de enorme excitaci¨®n y a la publicitada ¡°autocuraci¨®n¡± que supuestamente hab¨ªan cautivado al pueblo alem¨¢n. La potente droga se convirti¨® en un producto de primera necesidad cuyo fabricante tampoco quer¨ªa ver limitado al sector m¨¦dico. ¡°?Despierta, Alemania!¡±, hab¨ªan exigido los nazis a trav¨¦s de una canci¨®n de su partido (Deutschland erwache!). La metanfetamina se encarg¨® de mantener despierto al pa¨ªs. Enfervorizada por un funesto y embriagador c¨®ctel de propaganda y principio farmacol¨®gico activo, la gente cay¨® en un estado de dependencia cada vez mayor.
La idea ut¨®pica de una comunidad basada en convicciones y que vive en armon¨ªa social, tal como le gustaba propagar al nacionalsocialismo, result¨® ser un espejismo a la vista de la competencia real entre intereses econ¨®micos individuales en una meritocracia moderna. La metanfetamina salv¨® las fracturas generadas y la mentalidad del dopaje se extendi¨® por todos los rincones del pa¨ªs. La pervitina permiti¨® al individuo funcionar en la dictadura. Nacionalsocialismo en pastillas.
Guerra rel¨¢mpago con metanfetamina
En 1939, la fiebre de la pervitina recorri¨® el III Reich y se ensa?¨®, por ejemplo, con las amas de casa que, en plena menopausia, ¡°engull¨ªan pastillas como si fueran bombones¡±, las madres primerizas que, durante el per¨ªodo puerperal, tomaban metanfetamina para combatir la depresi¨®n posparto antes de dar el pecho, o las viudas exigentes que buscaban a su postrera media naranja en las agencias matrimoniales y se desinhib¨ªan en la primera cita con elevadas dosis. El ¨¢mbito de indicaci¨®n del medicamento ya no conoc¨ªa l¨ªmites. Partos, mareos, v¨¦rtigos, alergias, esquizofrenia, neurosis de ansiedad, depresiones, abulia, trastornos cerebrales... Daba igual: doliera lo que les doliera, los alemanes siempre echaban mano del tubito azul, blanco y rojo de Pervitin.
Como, desde el inicio de la guerra, hasta el caf¨¦ era dif¨ªcil de conseguir, la metanfetamina sol¨ªa sustituirlo en los desayunos para alegrar un poco la moca aguada. Esta ¨¦poca de carencias fue descrita por Gottfried Benn, tambi¨¦n en clave qu¨ªmica, con las siguientes palabras: ¡°En vez de para atiborrar a pilotos de bombarderos o zapadores de trincheras, la pervitina deber¨ªa emplearse con determinaci¨®n en las escuelas superiores para las oscilaciones cerebrales. Ll¨¢mese ritmo, droga o entrenamiento aut¨®geno moderno: se trata del secular anhelo humano de superar las tensiones que se han vuelto insoportables¡±.
A finales del oto?o de 1939, el Servicio de Salud del Reich reaccion¨® a la ya innegable tendencia. El secretario de Estado Leo Conti, ¡°l¨ªder de la Salud del Reich¡± una especie de ministro de Sanidad¡ª, intent¨® impedir, si bien con algo de retraso, que ¡°todo un pueblo sucumba al estupefaciente¡±. Con el objetivo de endurecer el marco legal, se dirigi¨® al Ministerio de Justicia para expresar su ¡°preocupaci¨®n sobre el hecho de que, si se instaura la tolerancia hacia la pervitina, una buena parte de la poblaci¨®n podr¨ªa quedar incapacitada... Quien quiera eliminar el cansancio con pervitina, debe saber que esta conduce irremisiblemente a una lenta desintegraci¨®n de las reservas f¨ªsicas y ps¨ªquicas necesarias para rendir y, con ello, al colapso¡±.
En noviembre de 1939, Conti orden¨® que la pervitina se dispensara ¡°exclusivamente con receta m¨¦dica¡± y, pocas semanas despu¨¦s, pronunci¨® un discurso en el ayuntamiento de Berl¨ªn ante miembros del Colegio Alem¨¢n Nacionalsocialista de M¨¦dicos para advertir del ¡°nuevo y gran peligro que, con todos los efectos secundarios de la adicci¨®n, seguramente no podremos evitar¡±. Sin embargo, sus palabras no debieron tomarse muy en serio, porque el consumo sigui¨® aumentando.
Muchos farmac¨¦uticos ten¨ªan manga ancha ante la nueva norma e incluso serv¨ªan a sus clientes envases con contenido de uso cl¨ªnico sin necesidad de receta. Cada vez era menos problem¨¢tico conseguir hasta varias ampollas de pervitina inyectable al d¨ªa o adquirir de golpe varios cientos de pastillas en las farmacias. Entre los soldados tampoco cambiaron las cosas, ya que la obligaci¨®n de presentar receta m¨¦dica estaba limitada a la poblaci¨®n civil.
Extracto de El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich, de Norman Ohler. Traducci¨®n H¨¦ctor Piquer Minguij¨®n. Editorial Cr¨ªtica, octubre 2016.
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