De salarios, imb¨¦ciles y amanuenses
Durante una ¨¦poca tuve que escribir discursos para gente que ten¨ªa quien se los escribiera, por ejemplo, el rey Juan Carlos
Estoy convencido de que, en conjunto, y considerando todos los factores, Francia es el pa¨ªs que puede presumir de la mejor y m¨¢s tupida y eficaz red de librer¨ªas del mundo. Las peque?as independientes -me refiero a las que venden b¨¢sicamente libros, no cuadernos, ni pegatinas, ni chuches, ni prolijo merchandising escolar-, se encuentran casi por doquier, y no s¨®lo en las grandes ciudades. Los franceses leen m¨¢s que nosotros y, sobre todo, respetan profundamente la cultura escrita, lo que redunda en una mayor asistencia a las librer¨ªas y en mejor informaci¨®n ciudadana acerca de lo que se edita. Al contrario de lo que a menudo se deja sentir en el lado de ac¨¢, all¨ª la ciudadan¨ªa considera las librer¨ªas parte esencial del paisaje urbano. Existen muchas y muy variadas razones para explicar c¨®mo ha llegado a ser as¨ª, pero hoy quiero se?alar un factor (causa o efecto) que quiz¨¢s levante alguna ampolla agraviada (hay quien me ha pedido si, por favor, no podr¨ªa olvidarme de mencionarlo en este Sill¨®n de Orejas): el sueldo de los libreros. Este mes entr¨® en vigor el acuerdo salarial firmado por el sindicato del gremio (SLF) y las centrales sindicales, y que ha sido recientemente ratificado por el Minist¨¨re du Travail. Administrativamente, los libreros franceses est¨¢n clasificados en 12 niveles laborales (sabido es que, al menos desde la ¨¦poca del naturalista Bouffon, a nuestros vecinos les priva la taxonom¨ªa); pues bien, para una actividad de 151?67 horas mensuales de trabajo el nuevo convenio fija remuneraciones m¨ªnimas brutas entre los 1460 euros, para el nivel m¨¢s bajo, y los 3620 para el m¨¢s alto. Punto. Ya s¨¦ que blablabl¨¢, que all¨ª los m¨¢rgenes son mejores, el nivel adquisitivo incomparable, la riqueza nacional mayor (y eso sin contar que tienen a Isabelle Huppert). Pero el asunto merece una reflexi¨®n. ?O no?
"Trumpazo"
En la cubierta del ¨²ltimo n¨²mero de The New Yorker, el genial dibujante Chris Ware (?C¨®mo? ?Que a¨²n no ha le¨ªdo/visto su novela gr¨¢fica Jimmy Corrigan, el chico m¨¢s listo del mundo? ?Y a qu¨¦ espera?), dibuja una escena en que se muestra, de frente, el interior de un veh¨ªculo policial con dos polic¨ªas, uno blanco y otro negro, que miran hacia adelante, sin dirigirse la palabra y con expresi¨®n preocupada; el coche circula por un calle de barrio de cualquier ciudad estadounidense, bajo un ominoso cielo gris nada tranquilizador. Me ha parecido que el dibujo expresaba perfectamente un sentimiento de angustia muy compartido. No se si habr¨¢n notado la frecuencia con que en las ¨²ltimas semanas se han sucedido, a lo largo del vasto territorio de la metr¨®poli del imperio del que somos s¨²bditos desde que nacemos (por ahora), los enfrentamientos (y asesinatos) raciales, las protestas vecinales, los atentados islamistas con olla a presi¨®n y metralla de tornillos, y las alarmas y controles cada vez m¨¢s exhaustivos sobre la ciudadan¨ªa. Se dir¨ªa que alguien intenta sembrar de tachuelas y clavos oxidados la recta final que conduce al famoso primer martes despu¨¦s del primer lunes, cuando sepamos urbi et orbi qu¨¦ cara (no del todo nueva, pero blanca), sustituye a la del (ya) amortizado emperador negro en la tambi¨¦n blanca morada ol¨ªmpica. El debate -me qued¨¦ a verlo de madrugada, bien acompa?ado por mi amigo Johnny Walker- lo gan¨® la vieja dama, pero no hay que fiarse: su rival - a quien casi todo al mundo ama odiar- sabe agitar con astuta intuici¨®n los fantasmas del miedo, de la inseguridad, de la desuni¨®n, tres de sus armas favoritas. La semana pasada, cuando habl¨¦ de la trumpman¨ªa editorial, se me olvid¨® citarles un ejemplo publicado en Espa?a: Trump, ensayo sobre la imbecilidad (Malpaso), de Aaron James. De su autor ya se conoc¨ªa (aunque no se tradujo al espa?ol) un ensayo m¨¢s general sobre la imbecilidad y los que la practican titulado Assholes: a Theory (Doubleday, 2012). El libro tuvo su ¨¦xito de ventas, lo que le anim¨® a su autor a ir por la secuela. El de ahora es una aplicaci¨®n pr¨¢ctica de aquella jocosa-filos¨®fica investigaci¨®n. Me he divertido ley¨¦ndolo, pero cuidado con el humor, aunque vaya acompa?ado de "filosof¨ªa": recuerden los chistes sobre Franco. Y, por cierto, yo habr¨ªa traducido asshole por gilipollas (o, mejor, huev¨®n).
Amanuenses
C¨®mo nos cambia el tiempo. Por dentro y por fuera. Lo confirm¨¦ de nuevo el otro d¨ªa, cuando me prob¨¦ frente al espejo una camiseta con la cara estampada de Sam Beckett que me hab¨ªa comprado en Dubl¨ªn hace treinta a?os; como desde entonces me he ensanchado lo m¨ªo, al pon¨¦rmela el rostro del autor de Malloy tambi¨¦n engord¨® ostensiblemente, hasta adquirir el contorno que ten¨ªa el del mu?eco Michelin antes de perder peso: me sent¨ª tan irrespetuoso con mi ¨ªdolo (durante a?os he tenido la trilog¨ªa que inicia Molloy en la mesilla de noche) que decid¨ª regal¨¢rsela a un sobrino. Y, siguiendo con los estragos del tiempo, perm¨ªtanme revelarles un rid¨ªculo secreto. Hace tambi¨¦n muchos a?os, y durante una breve ¨¦poca, tuve que escribir algunos discursos para gente que ten¨ªa quien se los escribiera, ya me entienden. No he sido ni ser¨¦ el ¨²nico, pero no hay muchos que lo confiesen, es como si escribir discursos por encargo fuera menos digno que inventarse esl¨®ganes para el lavavajillas o escribir ditirambos en las cuartas de cubierta de libros que no se los merecen. Entre los que pronunciaron mis (pero no eran del todo m¨ªas) palabras estaba el entonces titular de la Corona, para qui¨¦n escrib¨ª algunos discursos sobre los premiados en el Cervantes, que luego la Alteza ley¨® (1986) en el Paraninfo de Alcal¨¢ de Henares, arropado por toda la deliciosa antig¨¹edad (tomo la expresi¨®n de un verso estupendo de Sarri¨®n) que suele asistir a la ceremonia. Lo he recordado estos d¨ªas porque uno de mis (sus) discursos de entrega del premio fue el dedicado a Buero Vallejo, un autor cuya obra no apreciaba entonces demasiado, pero de quien siempre admir¨¦ su postura c¨ªvica. Lo he recordado estos d¨ªas, con motivo de la celebraci¨®n de su centenario. De modo que aquel lejano 23 de abril de hace treinta a?os -ay- el Rey y yo elogiamos profusamente (y con distinto grado de convicci¨®n) la obra del dramaturgo, y ambos fuimos largamente aplaudidos por la audiencia. Tengo que confesarles que de lo ¨²nico de lo que me siento orgulloso es que fue la primera vez que o¨ª a aquel Rey (hoy) em¨¦rito pronunciar la palabra "dictadura" para referirse al r¨¦gimen que le hab¨ªa sentado en el trono: ya hab¨ªa tenido lugar el intento de golpe de Tejero, de modo que en La Zarzuela estuvieron listos y no me/le corrigieron el texto. Cosas de la vida.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.