Carta a un joven afroamericano
Ganador del National Book Award, el ensayista Ta-Nehisi Coates trata de desentra?ar los problemas raciales de EE UU en una larga ep¨ªstola a su hijo
Los americanos divinizan la democracia de un modo que apenas les permite darse cuenta de que de vez en cuando han desafiado a ese Dios. Pero la democracia es un dios que perdona, y las herej¨ªas de Am¨¦rica ¡ªla tortura, el robo, el esclavismo¡ª son tan comunes entre los individuos y las naciones que nadie puede declararse inmune a ellas. De hecho, los americanos, en un sentido muy real, nunca han traicionado a su Dios. Cuando Abraham Lincoln declar¨® en 1863 que la batalla de Gettysburg ten¨ªa que garantizar que ¡°el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la Tierra¡±, no estaba manifestando una simple aspiraci¨®n; al inicio de la guerra civil, los Estados Unidos de Am¨¦rica ten¨ªan uno de los ¨ªndices de sufragio m¨¢s elevados del mundo. La cuesti¨®n no es si Lincoln cre¨ªa de verdad en lo del ¡°gobierno del pueblo¡±, sino c¨®mo nuestro pa¨ªs, a lo largo de su historia, ha interpretado en la pr¨¢ctica el t¨¦rmino pueblo. En 1863 no se refer¨ªa a tu madre ni a tu abuela, ni tampoco se refer¨ªa a ti ni a m¨ª. Por consiguiente, el problema de Am¨¦rica no es haber traicionado el ¡°gobierno del pueblo¡±, sino los medios por los cuales ?el pueblo? adquiere ese nombre.
Esto nos lleva a otro ideal igualmente importante, uno que los americanos aceptan de manera impl¨ªcita pero que no reclaman de manera consciente. Los americanos creen en la realidad de la ¡°raza¡± como rasgo definido e incuestionable del mundo natural. El racismo ¡ª la necesidad de asignar a la gente unos rasgos inmutables y luego humillarla, reducirla y destruirla¡ª es la inevitable consecuencia de esta condici¨®n inalterable. En este sentido, el racismo es representado como el hijo inocente de la madre naturaleza, y solamente se lamenta la deportaci¨®n de esclavos al Nuevo Mundo o la expulsi¨®n de los Cherokee igual que uno lamenta un terremoto, un tornado o cualquier otro fen¨®meno que se pueda considerar ajeno a la acci¨®n de los hombres.
Pero la raza no es la madre del racismo, sino su hija. Y el proceso de designar al ¡°pueblo¡± nunca ha dependido de la genealog¨ªa ni de la fisiognom¨ªa, sino de la jerarqu¨ªa. Las diferencias en el color de piel y el pelo vienen de antiguo. Sin embargo, creer en la preeminencia de un tono y un pelo concretos, la idea de que estos factores pueden organizar de forma correcta una sociedad y de que encarnan atributos m¨¢s profundos, ¨¦sa es la idea nueva y central de una gente nueva a la que han criado irremediable, tr¨¢gica y enga?osamente para creerse blanca.
¡°A los departamentos de polic¨ªa de tu pa¨ªs les han otorgado autoridad para destruir tu cuerpo¡±
Esa gente nueva es, igual que nosotros, un invento moderno. Pero a diferencia de nosotros, su nuevo nombre no tiene un significado real divorciado de la maquinaria del poder criminal. Esa gente nueva era otras cosas antes de ser blanca ¡ª cat¨®licos, corsos, galeses, menonitas, jud¨ªos¡ª, y si todas nuestras esperanzas nacionales llegan a cumplirse de alguna forma, entonces volver¨¢n a ser otras cosas. O tal vez se vuelvan verdaderamente americanos y creen una base m¨¢s noble para sus mitos. No puedo predecirlo.
De momento, hay que decir que el proceso de blanqueo de las diferentes tribus, y el ascenso de la creencia en el hecho de ser blanco, no se produjo por medio de las catas de vino y las reuniones sociales para comer helado, sino mediante el saqueo de vidas, libertad, trabajo y tierra; mediante los latigazos en la espalda; las cadenas en brazos y piernas; el estrangulamiento de los disidentes; la destrucci¨®n de las familias; la violaci¨®n de las madres; la venta de los hijos; as¨ª como otros muchos actos destinados, principalmente, a negarnos a ti y a m¨ª el derecho a proteger y gobernar nuestros cuerpos.
Entre el mundo y yo
Ta-nehisi Coates (Baltimore, 1975) es una de las voces m¨¢s sobresalientes en el panorama ensay¨ªstico estadounidense. Su padre, un veterano de Vietnam que form¨® miembro de las Panteras Negras, fund¨® la editorial Black Classic Press. Coates estudi¨® en la Universidad Howard y fue premiado por la fundaci¨®n MacArthur con la llamada ¡°beca de los genios¡±. Escribe en la revista ¡®The Atlantic¡¯, y para su libro, una carta dirigida a su hijo, tom¨® como modelo ¡®La pr¨®xima vez el fuego¡¯ de James Baldwin.
La gente nueva no es original en este sentido. Tal vez haya existido, en alg¨²n momento de la historia, alguna gran potencia cuyo ascenso se viera exento de la explotaci¨®n violenta de otros cuerpos humanos. Si existi¨®, yo todav¨ªa no la he descubierto. Pero esta banalidad de la violencia nunca podr¨¢ excusar a Am¨¦rica, porque Am¨¦rica se desmarca de lo banal. Am¨¦rica se cree excepcional, la m¨¢s grande y noble de las naciones que han existido, un campe¨®n solitario que se interpone entre la ciudad blanca de la democracia y los terroristas, los d¨¦spotas, los b¨¢rbaros y otros enemigos de la civilizaci¨®n. Uno no puede declararse superhumano y al mismo tiempo alegar un error mortal. Yo propongo que nos tomemos en serio las afirmaciones que llevan a cabo nuestros compatriotas de que Am¨¦rica es excepcional, es decir, propongo que sometamos nuestro pa¨ªs a unos est¨¢ndares morales superiores. Esto es dif¨ªcil, porque existe a nuestro alrededor todo un aparato que nos pide que aceptemos la inocencia de Am¨¦rica tal como se nos presenta y que no pidamos demasiado. Y es muy f¨¢cil apartar la vista, vivir con los frutos de nuestra historia y olvidar las grandes maldades que se han cometido en nombre de todos nosotros. Pero t¨² y yo jam¨¢s hemos tenido ese privilegio. Creo que lo sabes.
Te escribo ahora que tienes 15 a?os. Y te escribo porque ¨¦ste ha sido el a?o en que has visto c¨®mo estrangulaban a Eric Garner por vender cigarrillos; porque ahora sabes que a Renisha McBride la mataron por pedir ayuda; que a John Crawford lo mataron por estar de compras en unos grandes almacenes. Y has visto tambi¨¦n c¨®mo unos hombres de uniforme pasaban con el coche y asesinaban a Tamir Rice, un ni?o de 12 a?os al que hab¨ªan jurado proteger. Y has visto a unos hombres con los mismos uniformes golpear a Marlene Pinnock, una abuela, en el arc¨¦n de una carretera. Y ahora sabes, si no lo sab¨ªas antes, que a los departamentos de polic¨ªa de tu pa¨ªs les han otorgado autoridad para destruir tu cuerpo. No importa que esa destrucci¨®n sea resultado de una reacci¨®n desafortunadamente excesiva. No importa que su origen sea un malentendido. No importa que la destrucci¨®n parta de una pol¨ªtica rid¨ªcula. Si vendes cigarrillos sin la debida autorizaci¨®n, tu cuerpo puede ser destruido. Si guardas resentimiento a la gente que est¨¢ intentando inmovilizar tu cuerpo, te lo pueden destruir. Si te metes en una escalera a oscuras, tu cuerpo puede ser destruido. A quienes lo destruyen casi nunca se les hace responsables de ello. A la mayor¨ªa simplemente les pagan una pensi¨®n. Y la destrucci¨®n no es m¨¢s que la forma superlativa de un dominio cuyas prerrogativas incluyen los registros, las detenciones, las palizas y las humillaciones. Esto le pasa a toda la gente negra. Y les ha pasado siempre. Y no se responsabiliza a nadie.
Extracto de Entre el mundo y yo, de Ta-Nehisi Coates, traducido por Javier Calvo y publicado por Seix Barral (18 de octubre, 2016).
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