Lo de afuera est¨¢ peor
Romeo Castellucci, la semana pasada: ¡°Si el teatro no es radical, no es teatro, es otra cosa, decoraci¨®n o consuelo. El teatro nunca consuela¡±. ?Otro partidario de las afirmaciones categ¨®ricas! ?Est¨¢ seguro, se?or Castellucci? ?Nunca ha entrado en el teatro con una pena negra en el alma, y una comedia le ha levantado el ¨¢nimo? Quiz¨¢s la comedia no sea para usted el lenguaje de los dioses sino una rebaja, un pacto, una trivialidad, una renuncia. O, como dice, una forma de decoraci¨®n. Para demasiada gente la radicalidad ha de ser amarga, crispada. ?No hay una risa radical? Yo creo que s¨ª, de Buster Keaton a Louis C.K. Radical por la profundidad de su mirada hacia lo humano y por la pureza de su forma. Pienso en el humor como una tabla de surf convertida en tabla de salvaci¨®n: humor contra el paso y el peso del tiempo, humor como empecinada resistencia ante los monstruos de nuestra ¨¦poca. Radicalidad gloriosamente ligera.
A mi entender, la misma forma consuela siempre. La belleza de la escritura, la belleza hecha de entrega y coraje en el trabajo de los actores y del equipo. Cu¨¢ntas veces nos ha ensanchado el coraz¨®n (dig¨¢moslo claro: nos ha salvado) una funci¨®n de l¨ªneas bien tensadas, de frases que parecen inventadas en el momento mismo de pronunciarse. Cu¨¢ntas veces la colocaci¨®n precisa de una mirada o un gesto nos ha hecho decir ¡°esto es verdadero¡± y nos ha reconciliado con la vida.
?Y la misma tragedia no consuela? Uno entre cien ejemplos: Edgar en El rey Lear. ¡°Lo peor no ha llegado mientras podamos decir ¡®Esto es lo peor¡±. O m¨¢s cerca: har¨¢ siete a?os me consol¨® un montaje suyo, se?or Castellucci. Una tragedia: Purgatorio, en el Lliure. Acababan de darme la peor noticia imaginable. Y la obra trataba de un asunto atroz: la insoportable destrucci¨®n de la inocencia. La plasmaci¨®n de un estado de horror: el ritual de una pesadilla infinita.
No he olvidado aquella escena. El comedor vac¨ªo. Arriba, los golpes, los gemidos de goce animal, los gritos de dolor. Luego, un gran silencio. El ni?o baja las escaleras. Lleva un pa?uelo ensangrentado como la ofrenda de un m¨¢rtir a un dios salvaje. Pone la mano en el hombro del padre. ¡°Ya pas¨®. Ya ha acabado¡±. ?La v¨ªctima consolando al verdugo! Algo que ha pasado en cientos de casas, cientos de colegios, y sigue pasando. Nunca pens¨¦ que con algo tan nauseabundo pudiera hacerse una obra de arte, y la intensidad de ese arte me salv¨®. Los aplausos al final: dol¨ªa aplaudir. Hasta respirar, volver a respirar, dol¨ªa. Hab¨ªamos bajado en ascensor al fondo del pozo y ahora sal¨ªamos a la calle. Al d¨ªa siguiente anot¨¦ en mi diario: ¡°Quiz¨¢s el teatro de Romeo Castellucci sea, a fin de cuentas, terap¨¦utico, porque no he so?ado con Purgatorio. Nada del espect¨¢culo se infiltr¨® en mis sue?os. Quiz¨¢s, parafraseando a Gonzalo Su¨¢rez, habr¨ªa que decir que Castellucci vela por nosotros¡±. Y ahora pienso en ?ngel Pavlovsky, un rey de la comedia, una noche del oto?o que sigui¨®, dici¨¦ndome en el Capitol: ¡°El otro d¨ªa un espectador se fue a media funci¨®n pero volvi¨® a entrar, porque lo de afuera est¨¢ peor¡±.
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