La tentaci¨®n de la realidad
Un recorrido por la literatura en espa?ol de los ¨²ltimos 25 a?os evidencia el af¨¢n experimental de los creadores de ficci¨®n, que han acabado por colonizar el terreno de la vida real
Todo empez¨® a cambiar en medio, hacia 2001, y por una vez el fetichismo milenarista fue a remolque de la evidencia hist¨®rica y literaria. A partir de entonces, la percepci¨®n de los cambios de la industria cultural y literaria dej¨® de ser s¨®lo apocal¨ªptica, y las grandes concentraciones editoriales no fueron vividas como la agon¨ªa de la edici¨®n literaria cl¨¢sica, sino como principio de otro funcionamiento: crec¨ªan imprevistos espacios minoritarios para la edici¨®n peque?a, literaria y valiosa. Javier Pradera fue uno de quienes supieron muy temprano que no conven¨ªa confundir la expectativa personal del fin de ¨¦poca con el fin de la literatura y la edici¨®n literaria.
Pero por dentro el cambio hab¨ªa empezado antes. La novela se hab¨ªa lanzado, al menos desde el Mario Vargas Llosa de La t¨ªa Julia y el escribidor, o desde Mart¨ªn Gaite y El cuarto de atr¨¢s, o desde Elena Poniatowska y La noche de Tlatelolco, a la conquista de una nueva tierra por colonizar. La novela dejaba de ser el espacio excluyente de la ficci¨®n y ansiaba colonizar tambi¨¦n el espacio de la realidad para armar relatos donde la sobredosis de historia real y autobiogr¨¢fica cambiaba el estatuto de esos nuevos raros libros. El disparadero espa?ol a fin de siglo se llama Javier, porque fueron primero Javier Mar¨ªas con Negra espalda del tiempo y despu¨¦s Javier Cercas con Soldados de Salamina quienes buscaron el efecto de la ficci¨®n en la novela reduciendo en grados distintos la dosis de ficci¨®n a cambio de una nueva tentativa de veracidad para la novela. Con lealtad a la biograf¨ªa, la autobiograf¨ªa y la historia se pod¨ªan urdir apasionantes novelas le¨ªdas y vividas como ficci¨®n. El efecto de esos experimentos fue viral y alcanz¨® a todos los ¨¢mbitos de la creaci¨®n narrativa, incluida la de los dos Javieres, uno por la v¨ªa de la poderosa narraci¨®n de Tu rostro ma?ana y el otro a trav¨¦s de un ensayo hist¨®rico que hipnotizaba como novela de ficci¨®n, sea Anatom¨ªa de un instante, sea El impostor o, incluso, aunque no haya aparecido todav¨ªa, El monarca de las sombras (2017).
La mancha creci¨® como en las novelas del no-Nobel Philip Roth porque la sinton¨ªa era de ¨¦poca y atrajo el talento y la potencia narrativa de autores que estaban en las dos orillas como si no hubiese dos orillas: Enterrar a los muertos o El d¨ªa de ma?ana, de Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n, navegaban por intereses literarios semejantes a Los informantes o La forma de las ruinas, de Juan Gabriel V¨¢squez, en la misma ¨®rbita que ensayaban Jordi Soler desde Los rojos de ultramar o H¨¦ctor Abad Faciolince en El olvido que seremos. Se aventuraban en el pasado individual y colectivo para extraer preguntas antes que sermones y lecciones, como a su modo hab¨ªan hecho Esther Tusquets con relatos atados a sus experiencias traum¨¢ticas, Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n atado a sus desenga?os ideol¨®gicos con Gal¨ªndez o El estrangulador, o como har¨ªan tanto Antonio Mu?oz Molina con relatos de salmodia hipn¨®tica como El jinete polaco o Rafael Chirbes con dos joyas diminutas, La buena letra y Los disparos del cazador (frente a la onda expansiva de las novelas oce¨¢nicas de Almudena Grandes y en paralelo con la fiebre del relato breve o el microrrelato de Augusto Monterroso y una infinita progenie al menos hasta Andr¨¦s Neuman). Para entonces, todav¨ªa no hab¨ªa crecido el ansia, puro siglo XXI, de inspecci¨®n cr¨ªtica del presente que anima las indocilidades plurales de Javier P¨¦rez And¨²jar, Ricardo Men¨¦ndez Salm¨®n, Isaac Rosa, Marta Sanz o Fernando Aramburu.
La viralidad de lo nuevo no fue caprichosa ni cosa del marketing, sino resultado de una transformaci¨®n profunda de la imaginaci¨®n literaria en el tr¨¢nsito al siglo XXI. Tambi¨¦n los historiadores asumieron la taracea literaria de su oficio como fuente de legitimidad para escapar a la pl¨²mbea pesadez positivista ¡ªdesde Santos Juli¨¢ hasta Enrique Moradiellos, pasando por Juli¨¢n Casanova o Jordi Amat¡ª. Asumieron no s¨®lo la lecci¨®n historiogr¨¢fica de la tradici¨®n anglosajona, sino tambi¨¦n la lecci¨®n derivada de un pu?ado de ensayistas y pensadores armados de estilo y heterodoxia: fue el tiempo que vivi¨® la plenitud expresiva y expansiva de Fernando Savater, de Rafael S¨¢nchez Ferlosio, F¨¦lix de Az¨²a o Jorge Wagensberg sin duda porque hab¨ªan vivido ya en la imaginaci¨®n expresiva y la libertad de escritura de modelos de futuro como Octavio Paz y, por supuesto, Jorge Luis Borges.
La globalizaci¨®n de los mercados y los viajeros hab¨ªa llegado tambi¨¦n a la colonia hisp¨¢nica, y parec¨ªa de nuevo, como hab¨ªa sucedido entre 1967 y 1980 aproximadamente, que la literatura en espa?ol crec¨ªa en un solo continente hecho de lengua y rutas extra?amente ¨ªntimas. All¨ª y aqu¨ª se suced¨ªan los injertos, las influencias y la emulaci¨®n literaria. Espa?a tard¨® en saber que exist¨ªa un visceral ind¨®mito como Fernando Vallejo o un escritor experimental como Ricardo Piglia, pero fue Espa?a quien protegi¨® a un animal literario como Roberto Bola?o y aclimat¨® al viajero y ensayista Mart¨ªn Caparr¨®s, mientras Enrique Vila-Matas popularizaba la exploraci¨®n monomaniaca de la literatura minoritaria. El nuevo bicho se llam¨® autoficci¨®n, pero en realidad era s¨®lo una mutaci¨®n m¨¢s de la novela.
Todo conspir¨® de golpe para que la divisi¨®n entre lector minoritario y lector masivo se disolviese en nuevas formas literarias que dejaban de ser marginales: ni la autobiograf¨ªa en sus m¨²ltiples modalidades renunci¨® a ser literatura en manos de Jorge Sempr¨²n y su experiencia del siglo XX, ni hab¨ªa solo memoria en Pret¨¦rito imperfecto, de Carlos Castilla del Pino, o en El pez en el agua, de Mario Vargas Llosa. La autobiograf¨ªa y el memorialismo eran ya pura literatura y el diario conquistaba la facticidad ficticia como reflejo inverso de la novela empastada a la realidad: la vida cuajaba como literatura en Julio Ram¨®n Ribeyro y se envenenaba de intimidad en los diarios de Francisco Umbral, se reviraba de humor en Andr¨¦s Trapiello con su Sal¨®n de pasos perdidos y de acidez tormentosa en Miguel S¨¢nchez-Ostiz; todos sacud¨ªan el ¨¢rbol literario del diario de escritor con un impulso parecido al de una poes¨ªa que compromet¨ªa historia e intimidad con Juan Gelman, Gioconda Belli o Joan Margarit, Luis Garc¨ªa Montero o Carlos Marzal, o la exploraci¨®n moral que atraviesa la mejor prosa de un poeta surrealista, Pere Gimferrer. Para entonces, Ida Vitale, Nicanor Parra, Olga Orozco, Mario Benedetti o Jos¨¦ Emilio Pacheco se hab¨ªan hecho nuestros, all¨ª y aqu¨ª.
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