La taberna de Cracovia ?Caramba!
El escritor y realizador cinematogr¨¢fico espa?ol mantuvo una peculiar charla con el escritor polaco Stanislaw Lem, uno de los grandes maestros de lo que ha venido en llamarse ciencia-ficci¨®n y que, en su caso, trasciende el g¨¦nero por su sorprendente originalidad, su reflexi¨®n ¨¦tica y su habilidad para la intriga. La entrevista con el autor de 'Solaris, La fiebre del heno' y 'Un valor imaginario', entre otras novelas, se realiz¨® a trav¨¦s de un ordenador
Una insidiosa sordera le manten¨ªa aislado. Su esposa puso como condici¨®n hablar en ruso o en alem¨¢n. La mediaci¨®n de un int¨¦rprete fue desestimada. Por fin, el profesor Lem accedi¨® a conceder la entrevista a trav¨¦s de un ordenador instalado en una taberna pirata de Cracovia que s¨®lo abre al amanecer para quienes se desayunan con vodka y humo al son de un ronco clarinete. En un principio, result¨® exasperante establecer la conexi¨®n. De pronto, las palabras irrumpieron en la pantalla. Para empezar, formul¨¦ una pregunta prosopop¨¦yica. Paso a connotar el resultado.
Pregunta. La realidad es un bosque muy variado. Fracasa quien pretende describirla. Uno puede ser ¨¢rbol o matojo, p¨¢jaro, tigre o lagartija, piedra, liquen, mosca, nube o bacteria, aire, agua, viento o fuego, sima o cima, caverna o abismo, enredadera. ?Desaparece la monta?a cuando miramos al mar?
Respuesta. Solemos ser obtusos cuando hablamos a la ligera de la realidad. Nuestra ¨²nica realidad, en este momento, es el lenguaje. At¨¦ngase a ello.
P. Perdone. No pretend¨ªa hablar de realidad sino de perspectiva.
R. La perspectiva es tan cambiante como la realidad. Le recuerdo que esto es s¨®lo una entrevista, un deleznable g¨¦nero literario que goza de absoluta impunidad. Diga lo que quiera, pero no suscite mi complicidad.
P. De acuerdo. La ausencia de pensamiento en los dispositivos parlantes, eso que usted llama ¡°quitar el antifaz¡±, nos revela el comportamiento de la mente humana, donde el yo pensante es una hip¨®tesis o suposici¨®n del propio engranaje mental, ?qui¨¦n dicta las palabras que estoy pronunciando, se?or Lem?
R. Lem son s¨®lo las siglas de un m¨®dulo de exploraci¨®n provisto de un diminuto cerebro electr¨®nico incapaz de responder a preguntas ce ¨ªndole ontol¨®gica. P. Sin embargo, ese m¨®dulo llamado Lem ha escrito treinta y tantos libros y ha emitido afirmaciones tan singulares como la de que todo lo creado en el siglo XX no vale nada.
"El animal humano es un proyecto m¨¢s de la naturaleza en un contexto c¨®smico"
R. Eso es evidente. El siglo XX ha sido s¨®lo un intento de puesta a punto de estrategias tecnol¨®gicas cuya validez intr¨ªnseca es nula.
P. Supongo que se trata de una boutade, no se puede negar la evoluci¨®n, por artificial y catastr¨®fica que resulte, de todo un siglo de extraordinarios descubrimientos.
R. Si echa jab¨®n en una palangana llena de agua y la agita, brotar¨¢n burbujas, pero las burbujas son ef¨ªmeras y su contenido es nada.
P. ?Qu¨¦ fracaso!
R. Ni ¨¦xito ni fracaso, trampa.
P. Si se trata de trampa y la llamada evoluci¨®n es s¨®lo huida hacia adelante que produce transformaciones triviales, no estamos abocados a la cat¨¢strofe?
R. S¨ª.
P. ?Qu¨¦ esperanza podemos tener?
R. Cada cual es libre de elegir su opci¨®n m¨¢s esperanzadora.
P. Pero, ?es posible la esperanza?
R. La esperanza, s¨ª.
P. Me refiero a una esperanza que corresponda a nuestras apetencias humanas.
R. La esperanza no es m¨¢s que una apetencia humana. Una veleidad psicol¨®gica que de no estar acorde con el c¨®digo en funciones conlleva desesperaci¨®n. Es posible, pero superflua.
P.??Enga?osa?
R. No enga?osa, superflua. Quiz¨¢ encubridora. Pero no impartamos m¨¢s opiniones. Resultar¨ªa m¨¢s interesante tratar de averiguar las fronteras que nuestro di¨¢logo establece limitando la imaginaci¨®n o reconvirti¨¦ndola en aderezo residual.
P. ?Algo as¨ª como lo de la flecha de Lucrecio, lanzada desde los l¨ªmites del universo para demostrar que el universo no tiene l¨ªmites?
R. Esa es una est¨²pida especulaci¨®n. Nosotros s¨®lo podemos comprobar los l¨ªmites de nuestros circuitos mentales, explorar los c¨®digos diferentes del pensamiento ininterrumpido y agotarnos en el empe?o sin llegar jam¨¢s a conclusiones porque s¨®lo somos receptores de ruido que nos obstinamos en organizar, confundiendo el orden con el sentido.
P. ?Y qu¨¦ sentido tiene eso?
R. Ninguno, por supuesto. Nc tiene sentido, pero funciona. Sin exceder jam¨¢s el tejemaneje del lenguaje, hasta que el lenguaje se modifica por desgaste y sobrevie. ne un estado ensimismado que nos hace atisbar la existencia del silencio como liberaci¨®n. Esa fi. sura ahist¨®rica produce inmediato p¨¢nico y reanudamos la noria del discurso en curso, reiter¨¢ndonos en c¨ªrculos viciosos, y todos los c¨ªrculos lo son, hasta la muerte y destrucci¨®n del cerebro.
P.??Caramba!
R. Bonita palabra, ?qu¨¦ significa?
P. No significa, denota.
R. Estupor, supongo.
P. Asombro.
R. Imaginemos que fuera la palabra primigenia, la que primero pronunci¨® el hombre primitivo al producirse el primer destello de consciencia y vislumbrar la realidad, ?caramba!
P. Cabr¨ªa plantearse incluso si pronunci¨® la palabra porque descubri¨® la realidad o descubri¨® la realidad porque pronunci¨® la palabra, ¡°Caramba¡± equivaldr¨ªa al ¡°¨¢brete s¨¦samo¡± de la conciencia.
R. Si fue antes o despu¨¦s no cambia nada. Ah¨ª radica la irrisi¨®n de nuestras elucubraciones. La causalidad o casualidad es irrelevante desde el momento en que el tiempo es reversible pero irreparable. Aunque nuestra percepci¨®n alterara lo real y realmente desapareciera la monta?a cuando miramos al mar, no solucionar¨ªamos el problema porque un tornillo apretado en sue?os no resuelve una situaci¨®n que existe cuando uno est¨¢ despierto.
P. Eso me recuerda lo de ¡°si tuerces a la izquierda, perder¨¢s la cabeza. Si tuerces a la derecha, morir¨¢s. Y no hay camino de retorno¡±.
R. Exactamente.
P. Tambi¨¦n lo de ¡°salvar¨¦is al hombre rechazando todo lo humano¡±.
R. Efectivamente. Pero no cometamos la puerilidad de atribuir al dudoso concepto de ¡°lo humano¡± cualidades espec¨ªficas que lo conviertan necesariamente en una alternativa menos desastrosa. Tenemos razones para pensar todo lo contrario. El animal humano, m¨¢s all¨¢ de sus buenas o malas intenciones, biol¨®gica o psicol¨®gicamente, con alma o sin ella, calzado o descalzo, es un proyecto m¨¢s de la naturaleza en un contexto c¨®smico, dudosamente amable, aparentemente hostil, probablemente indiferente, y del que, en cualquier caso, es imposible emanciparse porque no conocemos ni conoceremos el universo, por muchos siglos que consigamos sobrevivir y por mucha tecnolog¨ªa que obtengamos o nos sea dada. Es bastante tonto hablar de lo humano porque el hombre vive fuera de casa.
P. Pero estamos aqu¨ª.
R. S¨ª. En una pantalla de ordenador, en un espacio imaginario donde las palabras confluyen, en una taberna inexistente de la ciudad de Cracovia, fuera hace fr¨ªo, el suelo est¨¢ helado, y de repente todo esto se habr¨¢ esfumado, mientras un lector perplejo descubre nuestra conversaci¨®n fosilizada en la p¨¢gina de un peri¨®dico y su mirada aliviada se topar¨¢, por fin, con el punto final, y exclamar¨¢ ¡°?Caramba!¡±.
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