El taller retrata al pintor
Guillermo P¨¦rez Villalta confiesa su curiosidad por los estudios de otros artistas
A menudo se compara el estudio de un artista con su cabeza, al menos as¨ª lo he hecho yo varias veces. Cuando imaginamos, pensamos, o el cerebro crea im¨¢genes alucin¨®genas, contemplamos estas como si de un particular gabinete o, m¨¢s modernamente, si de una proyecci¨®n se tratase, c¨®modo instrumento que llevamos sobre los hombros sin necesidad de enchufe ni bater¨ªa.
No sucede as¨ª en los sue?os que nos cuentan historias en las que somos protagonistas. Imaginar para un artista tiene mucho de la contemplaci¨®n en el taller: miramos la obra que a¨²n no existe proyectando la que imaginamos sobre la superficie blanca del lienzo o el papel. O por el contrario, meditamos y corregimos aquello que tenemos en labor. De hecho, la soledad en el estudio se asemeja a nuestra soledad en los pensamientos, solo que en ellos podemos traerlos a la realidad visible de la representaci¨®n que solemos llamar arte.
Siempre he sentido una gran curiosidad por los estudios ajenos. El m¨ªo ya lo conozco como mi cabeza, s¨¦ por qu¨¦ est¨¢n all¨ª las cosas, o bien por qu¨¦ me gustan, o son recuerdos, s¨ªmbolos o modelos. Pero en los ajenos ya sean en la realidad presente, fotografiados o representados por los propios artistas en sus cuadros, todo adquiere la curiosidad del enigma. ?Por qu¨¦ est¨¢ esa figura all¨ª? ?Representa algo para el artista? De hecho llega a ser el entretenimiento principal del cuadro. Podemos encontrarlo entre otros temas en San Lucas pintando a la Virgen, de Giorgio Vasari, como representaci¨®n del pintor, o a San Gregorio en su estudio (Orazio Borgianni) que, aunque no pinte, s¨ª que nos ofrece unos lugares para que la curiosidad husmee por las repisas.
Cuando visito estudios de otros pintores siempre atrae mi mirada esos paneles que a veces se extienden por todas las paredes, donde el artista ha pinchado im¨¢genes que le interesan: postales, fotograf¨ªas, recortes de publicaciones, estampas, incluso frases escritas u objetos varios que penden a modo de exvotos en un curioso cosmos al que miras con pudor, pues habla m¨¢s de la intimidad del artista que sus propias palabras o su propia obra.
No puedo dejar de mirarlos y dejar que mis pensamientos creen intrincadas relaciones como un laberinto en cuyos caminos nos gusta perdernos. No puedo sustraer de mis pensamientos esa obra intrigante de Warburg titulada Atlas Mnemosyne cuyas im¨¢genes forman como si fuesen las casas de un barrio, o poblaciones, invit¨¢ndonos a pasear por ellos para encontrar sugerentes relaciones llenas de ideas.
Todos deseamos hacer nuestros gabinetes. Yo, por ejemplo, colecciono postales compradas en los museos, poseo cientos. Una selecci¨®n de ellas descansa en mi mesilla de noche y como si de una singular baraja se tratase, juego a relacionarlas, a establecer preferencias seg¨²n el momento o encontrar singularidades y extra?ezas. Es muy divertido. Por ejemplo la elecci¨®n de la que ocupa la cara superior: la que se ve es todo un dilema.
A todos nos gusta hacer nuestras colecciones ideales. Recuerdo esas grandes composiciones de Panini depositadas en el Louvre donde en una de ellas se representan las, pod¨ªamos decir, mejores pinturas guardadas en Roma y en la otra, representaciones de las grandes obras arquitect¨®nicas de dicha ciudad. Son fascinantes, como lo son todos esos cuadros de representaciones de colecciones reales o de la aristocracia. Aparte de la diversi¨®n que supone el reconocer las obras, tambi¨¦n es un relato de la extra?a vida de estas pasando de mano en mano antes de acabar casi todas en los museos.
Antes de que existiesen estos, estaban los gabinetes, las c¨¢maras de maravillas. Siento fascinaci¨®n por ellos, apenas quedan con el apelativo de ¡°tesoros¡±: el de Federico II en Viena, el del Delf¨ªn en Madrid. Quiz¨¢s lo m¨¢s pr¨®ximo ser¨ªa el Victoria y Alberto de Londres, maravillosa acumulaci¨®n de todo. Este gusto, al igual que las colecciones, tambi¨¦n se reflej¨® en la pintura pero casi siempre de un modo aleg¨®rico. La serie de los sentidos que guarda nuestro Museo del Prado es un ejemplo de ello. Cada uno de ellos es motivo para el despliegue de una c¨¢mara de las maravillas, incluso los bodegones y vanitas han servido para ello. El gusto por la riqueza espl¨¦ndida y suntuosa. En realidad estas representaciones de espacios que guardan el arte tienen algo de teatro de la memoria, juegos mnem¨®nicos para guardar el recuerdo de las obras de arte, de clasificarlas de alg¨²n modo en nuestro cerebro y convertirlas en esas proyecciones que este hace y que nosotros parecemos mirar.
Muchas de estas colecciones, el tiempo y la econom¨ªa las han hecho visitables. Afortunadamente, aunque algunas lleven el nombre de museo, no lo son. Son lugares que un d¨ªa fueron vividos y aun hoy cuando los visitamos, vemos lugares con muebles, jarrones, espejos y sillas, en las que no te dejan sentar pero que en otros momentos sirvieron para contemplar las obras de las paredes. Pienso en la Galer¨ªa Doria Pamphilj y en la Wallace Collection o esas casas de antiguas familias que han abierto sus puertas para que podamos contemplar las obras en un ambiente m¨¢s acogedor que las secas salas de los museos.
En el siglo XVIII aparecieron unos lugares intermedios entre el taller-estudio y el espacio p¨²blico. Se trata de oficializar lo que de alg¨²n modo exist¨ªa en los talleres de algunos artistas, las academias. En ellas se impart¨ªa una ense?anza te¨®rico-pr¨¢ctica en un espacio que ten¨ªa algo de galer¨ªa, pues en ella se expon¨ªan las figuras mod¨¦licas del clasicismo. Las escayolas se copiaban una vez y otra y se contemplaban con un respeto hoy inexistente. Pi¨¦nsese que Vel¨¢zquez fue a Italia entre otras cosas a sacar calcos de estatuas famosas. Tambi¨¦n albergaban las academias copias de pinturas conocidas y sobre todo colecciones de grabados que era la fuente de informaci¨®n de lo que ocurr¨ªa. En el fondo era otro lugar mnem¨®nico.
Tambi¨¦n se dibujaban modelos vivos del natural, curioso ritual que aun hoy sigue atrayendo a muchos. Conozco a artistas ya maduros atra¨ªdos por esta pr¨¢ctica que les divierte y relaja. Pero la ense?anza fue convirti¨¦ndose en escuelas y las academias en museos, perdi¨¦ndose ese aire ritual en torno al arte para siempre. Pues llegan los museos con su aire de archivo-almac¨¦n donde se pone en evidencia cuando una obra es importante frente al descubrimiento de estas en esas paredes llenas, dispuestas para que el ojo curioso y ¨¢vido busque las mejores piezas. Adem¨¢s, como ¨²ltimamente les da por cambiar de sitio las obras no nos sirven como teatro de la memoria. Con lo divertido que es recorrer mentalmente las salas de los museos recordando las obras.
Los lugares que albergan el arte tienen algo especial, llegan a ser algo ¨ªntimo, como bellos cofres de ese inefable esp¨ªritu del arte que guardamos en nuestras cabezas.
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