Cort¨¢zar y un tal Poe
La publicaci¨®n en espa?ol de las obras en prosa del escritor de Boston, traducidas por Julio Cort¨¢zar a lo largo de nueve meses de emocionante viaje por Italia, cumple su sesenta aniversario
En literatura a veces es bueno confundir trabajo y placer. Algunos escritores lo saben, y obtienen sus libros de esa mezcla peligrosa. En 1953, Julio Cort¨¢zar (1914-1984) se fue de vacaciones a Italia para traducir los cuentos y ensayos de Edgar Allan Poe (1809-1849), y despu¨¦s de nueve meses de viaje, regres¨® a Par¨ªs con casi dos mil p¨¢ginas de traducci¨®n, pr¨®logos y notas al pie. El idilio del autor de Rayuela con Poe, sin embargo, hab¨ªa comenzado mucho antes, casi como si no tuviese un principio. En su juventud, como recuerda Miguel Herr¨¢ez en Julio Cort¨¢zar, una biograf¨ªa revisada, el autor argentino, sin directrices ni maestros, empez¨® a ?devorar toda la literatura fant¨¢stica que ten¨ªa a su alcance: Horace Walpole, Joseph Sheridan Le Fanu, Charles Maturin, Mary Shelley, Ambrose Bierce, Gustav Meyrink y Edgar Allan Poe, este en la edici¨®n espa?ola de Blanco Belmonte?. Un buen lector acepta ser perturbado desde que es un muchacho todav¨ªa sin criterio. En La vuelta a Julio Cort¨¢zar en (cerca de) 80 preguntas, el escritor argentino confiesa a Elena Poniatowska que de ni?o despert¨® a la literatura moderna cuando ley¨® los cuentos de Poe, ?que me hicieron mucho bien y mucho mal al mismo tiempo. Los le¨ª a los nueve a?os y, por Poe, viv¨ª en el espanto, sujeto a terrores nocturnos hasta muy tarde en la adolescencia?.
En realidad, cuando la traducci¨®n de Poe a¨²n era un prop¨®sito lejano, Julio Cort¨¢zar y Aurora Bern¨¢rdez ya planeaban un viaje a Italia, que pensaban completar en Vespa. En el verano de 1952, harto de moverse en bicicleta por Par¨ªs, y en autoestop por las ciudades de los alrededores, Julio compr¨® una moto de segunda mano a un m¨¦dico argentino. Su plan inclu¨ªa llev¨¢rsela en tren hasta Mil¨¢n, y desde all¨ª recorrer el pa¨ªs durante un mes. Pero eso fue antes de que el 14 de abril de 1953 se cruzase una viejecita en su destino y, para no atropellarla, Cort¨¢zar se cayese de la Vespa y se rompiese una pierna.
En julio de ese a?o, a¨²n convaleciente, recibi¨® una carta en su apartamento de la Rue de Gentilly con lo que ¨¦l denomin¨® un ?notici¨®n?: Francisco Ayala, profesor en la Universidad de Puerto Rico y director de su editorial, le comunicaba que la instituci¨®n aceptaba su propuesta para la traducci¨®n de los relatos y ensayos de Poe. Le pagar¨ªan 2.500 d¨®lares (que al final ser¨ªan 3.000). ?Es para que a uno se le caigan las medias, realmente?, confes¨® lleno de felicidad a su amigo Eduardo Jonqui¨¨res.
Cort¨¢zar y Ayala se hab¨ªan conocido a finales de los a?os cuarenta en Buenos Aires, durante el exilio del espa?ol. En sus memorias, Recuerdos y olvidos, Ayala evoca c¨®mo en aquellas fechas nadie hac¨ªa caso del joven Cort¨¢zar. ?Yo tomaba caf¨¦ a veces con Daniel Devoto, Luis Baudizzone y alg¨²n otro, y Cort¨¢zar se nos sumaba, apresurado, jovial, irritado, asertivo?. A?os despu¨¦s, Ayala se acord¨® de sus conversaciones en Argentina y ?me escribi¨® pregunt¨¢ndome si yo quer¨ªa hacer la traducci¨®n?, le cont¨® a Elena Poniatowska. Cort¨¢zar no lo dud¨® y, siguiendo las formalidades, se ofreci¨® a la Universidad de Puerto Rico.
Su primera decisi¨®n, con la carta de Ayala aprobando su propuesta en la mano, fue dejar su trabajo matinal, en una distribuidora de libros, con el argumento de que Roma ?bien vale un laissez-passer y dos o tres beneficios estudiantiles?. Casi al mismo tiempo, se deshizo del bast¨®n que le hab¨ªa legado la Vespa. Justo en ese instante, Cort¨¢zar quedaba atrapado en la ?graciosa situaci¨®n de un individuo que es millonario?, ya que lo que cobrar¨ªa por Poe andar¨ªa no muy lejos del mill¨®n de francos, ?y al mismo tiempo se pregunta c¨®mo se las va a arreglar para vivir durante esos meses intermedios?, pues entre las tradiciones de la Universidad de Puerto Rico estaba no adelantar un c¨¦ntimo hasta la entrega de la traducci¨®n. La salida, una vez m¨¢s, fue pedir dinero prestado a los amigos.
Como si fuese una parte m¨¢s del viaje, o un tr¨¢mite de la traducci¨®n, el 22 de agosto Julio se cas¨® con Aurora. Despu¨¦s desarrendaron su habitaci¨®n de la Rue de Gentilly, vendieron la Vespa, almacenaron sus libros en un guardamuebles, y sin m¨¢s, el 16 de septiembre partieron de Par¨ªs en tren hacia una Roma veraniega. Durante los primeros d¨ªas se instalaron en el Albergo Pelliccioni, junto a la estaci¨®n Termini, para despu¨¦s trasladarse a la Via di Propaganda Fide, a una pensi¨®n a cien metros de la Piazza di Spagna, cerca de la casa en la que vivi¨® y muri¨® su amado John Keats, circunstancia que hizo las delicias de ambos. Pagar¨ªan 20.000 liras al mes.
El oto?o cabe en un bolsillo, de tan feliz que se siente, y en sus cartas a los amigos Cort¨¢zar les habla de la belleza de una Roma ?llen¨ªsima de italianos que invaden las calles con las manos y la voz?. Aurora y ¨¦l no esperan un minuto para visitar los museos, de manera que al regresar a la pensi¨®n lo hacen tan cansados que se toman montones de mates amargos. ?Yo estoy ya hasta las orejas en Poe. Hoy traduje diez p¨¢ginas de los cr¨ªmenes de la Rue Morgue. ?Br¡!?, le escribe a Eduardo Jonqui¨¨res, cuyas cartas son un relato direct¨ªsimo para conocer su periplo italiano y su pulso con el escritor estadounidense. La ciudad les descubre otro milagro: la pizza romana. ?Aparte de deliciosa, aparte de ser la locura m¨¢s inconmensurable del sistema solar, es barata y nos deja repletos y felices como gatos?.
S¨®lo se resignan a quedarse en casa los d¨ªas de lluvia. Entonces, leen y corrigen lo que han traducido de Poe hasta el momento. En silencio y lentamente llega el primer problema serio de dinero. Dependen de los pr¨¦stamos de Jonqui¨¨res, desde Buenos Aires, y la remesa que ten¨ªan que recibir, por alguna raz¨®n que no alcanzan a entender, se retrasa. En su ¨²ltima carta, Eduardo, de hecho, afirmaba que ?supongo ya las habr¨¢s recibido?, en referencia a las liras.
El oto?o cabe en un bolsillo, de tan feliz que se siente, y en sus cartas a los amigos Cort¨¢zar les habla de la belleza de una Roma ?llen¨ªsima de italianos que invaden las calles con las manos y la voz?
Cort¨¢zar, inquieto, se preguntaba si se habr¨ªa olvidado de hacer alg¨²n tr¨¢mite, o ignorado alguna instrucci¨®n de su amigo, por lo que ley¨® varias veces la correspondencia. ?Estuve a punto de ponerla al fuego, frotarla con vinagre, a ver si asomaban rojas letras como en ¡°El escarabajo de oro¡±?. Con s¨®lo 36.000 liras, pocas para Roma, tomaron la decisi¨®n de racionar el dinero y vivir con mil liras diarias. Ello implicaba almorzar con modestia, traducir sin descanso, tratar al hambre con displicencia, y de noche comer un huevo pasado por agua y un s¨¢ndwich de stracchino o de fontina. Tambi¨¦n inauguraron la era del caf¨¦ con leche, renunciando a la pizza y al autob¨²s. No estaban los tiempos para poner en riesgo la felicidad. ?Como simult¨¢neamente yo andaba traduciendo las aventuras de A. Gordon Pym, el tema del canibalismo volv¨ªa muchas veces a nuestros di¨¢logos, y se adecuaba l¨²gubremente a nuestra situaci¨®n?. Barajaron la posibilidad de llamar por tel¨¦fono a Argentina, y hablar con Jonqui¨¨res para aclarar la situaci¨®n, pero eso les costaba 9.000 liras; descartado. Restaba la opci¨®n del cable, que les permit¨ªa contar en unas pocas palabras su tragedia, por la mitad de precio. Pero el 9 de diciembre, cuando ya hab¨ªan decidido sacrificar 4.500 libras en esa comunicaci¨®n, el cartero toc¨® el timbre y, con un sobrecito azul, sus problemas econ¨®micos de disiparon.
Los d¨ªas pasan, como si s¨®lo fuesen hojas escritas que se mueven con un dedo, y Cort¨¢zar se consagra exclusivamente a Poe. Est¨¢ a punto de llegar 1954 y admite que va con un poco de retraso. Quisiera escribir una novela, pero tendr¨¢ que esperar a concluir la traducci¨®n y est¨¦ de regreso en Par¨ªs. ?Hasta ahora Europa me ha invadido de tal manera que no me deja ser yo mismo. Todo el tiempo estoy siendo otras cosas, el paisaje, los cuadros, los olores, la felicidad?. No le importa no escribir: ?Nunca cre¨ª en las ¡°misiones¡± de los escritores?. A veces ¨¦stos lo son tambi¨¦n porque no escriben, o lo hacen sin horarios prefijados. Pese a todo, en Italia encuentra momentos salvadores ?en una sala de espera, un banco de plaza, incluso una trattoria? para componer alg¨²n poema.
Cuando se cumplen cuatro meses de estancia en Roma, la traducci¨®n de Poe entra ?en lo que un mal escritor llamar¨ªa el per¨ªodo crucial pero que yo, m¨¢s purista, califico de quilombo desatado?. No lleva la cuenta, pero las cuartillas se amontonan vertiginosamente sobre la mesa. ?Poe se ha propuesto escribir conmigo su mejor cuento fant¨¢stico, el del escritor que no se deja traducir del todo. Hace dos meses calcul¨¦ que me faltaban unas seiscientas p¨¢ginas. Traduzco diez diarias como promedio. Anoche saqu¨¦ cuentas y me falta unas¡ seiscientas (exagero un poco en beneficio de tu sonrisa, pero la verdad es que el Edgardo tiene una elasticidad que ya la quisiera mi cu?ad¨ªsimo¨Cescritor prol¨ªfico)?, confiesa. Su previsi¨®n es que en febrero la traducci¨®n y la correcci¨®n est¨¦n listas, y entonces emprender un viaje por Italia a la espera de llegar a Florencia, y ah¨ª escribir el estudio preliminar y las copiosas notas que proporcionen al trabajo ?un airecillo universitario (sin pedanter¨ªa)?.
La vida de escritor es imprevisible, y en uno de sus salidas de placer a San Giovanni in Laterano, para seguir explorando el museo, a Cort¨¢zar se le ocurre que, si alguna vez tiene tiempo, escribir¨¢ un Manual de instrucciones. La idea la encuentra casi tirada en el suelo. El museo est¨¢ cerrado y visitan el palacio de la Scala Santa, cuya escalera es tradici¨®n subir de rodillas. Entre las cosas que hay a la venta descubre un peque?o libro con instrucciones justamente para subir la Scala Santa. ?Tan bien me pareci¨® que me di cuenta hasta qu¨¦ punto estamos hu¨¦rfanos de buenas instrucciones para hacer cantidad de cosas importantes. Har¨ªan falta instrucciones para beber una tacita de caf¨¦, por ejemplo, o para sentarse en una silla. Son cosas elementales, es decir, profundas, o sea malentendidas?.
Pasan la Navidad en la intimidad de Poe y escuchando la misa del gallo en Santa Maria in Aracoeli. El d¨ªa de fin de a?o vagan hasta tarde, y a las once de la noche vuelven a casa porque les han advertido del peligro que corren si los sorprende la medianoche en la calle. ?Y no era cuento, porque los entusiastas romanos tiran carradas de botellas y platos a la calle, con lo cual no se ve un alma en las aceras?.
Por fin llega febrero. Para entonces, tiene ante s¨ª 1.400 p¨¢ginas corregidas y casi listas para imprenta. La faena ha sido tit¨¢nica. Sin embargo, quedan unas trescientas p¨¢ginas, y las notas y el estudio preliminar. Pero el grueso del trabajo est¨¢ hecho: setenta y cinco cuentos y casi treinta ensayos. En la ¨²ltima semana del mes env¨ªan su equipaje a Florencia, y con dos bolsas de mano emprenden un viaje en autoestop que los lleva a N¨¢poles, Salerno, Amalfi, Ravello, Roma, Orvieto, Perugia, As¨ªs, Arezzo, Siena y San Gimignano, antes de recalar en Florencia. En una carta a su amigo el poeta Alfredo (Fredi) Guthmann admite que cruzar Italia en autoestop, en pleno mes de marzo, con poco turismo y fr¨ªo, es una experiencia dur¨ªsima. Las leyes del pa¨ªs impiden a los camioneros llevar a mujeres, y los coches de lujo no paran ?ni a tiros, seguramente porque el due?o teme que uno le manche el tapizado?; en los autom¨®viles peque?os, Cort¨¢zar simplemente no cabe.
Cuando se cumplen cuatro meses de estancia en Roma, la traducci¨®n de Poe entra ?en lo que un mal escritor llamar¨ªa el per¨ªodo crucial pero que yo, m¨¢s purista, califico de quilombo desatado?
En Florencia permanecieron dos meses y asistieron a la llegada de la primavera. Y, como estaba previsto, liquidaron a Poe en jornadas de nueve horas de trabajo. Por fin. M¨¢s de 2.000 p¨¢ginas, incluidos pr¨®logos, notas, biograf¨ªas y otros adornos cr¨ªticos, que enviaron a mediados de mayo a la Universidad de Puerto Rico. Entonces, emprendieron su giro final por Italia, a lo largo de veinte d¨ªas. Despu¨¦s de facturar sus maletas a Par¨ªs, y quedarse con lo imprescindible, visitaron Pisa, Lucca, Prato, Bolonia, R¨¢vena, Classe, Ferrara y Venecia, donde les sonri¨® la suerte y consiguieron una habitaci¨®n barata, a 1.600 liras tutto compresso, en la Piazza de San Marco, en un quinto piso, en el ala izquierda del edificio de la Torre del Orologio, ?de modo que los Reyes Magos que salen a adorar al Ni?o cuando da la hora desfilaban a dos metros de nuestras ventanas?.
Los diez d¨ªas que pasaron en Venecia fueron felic¨ªsimos. Cort¨¢zar incluso tuvo ocasi¨®n de ver la g¨®ndola de la muerte, en la que embarcan los ata¨²des para llevarlos a la isla de San Giorgio, custodiada por cuatro hombres de negro que reman lentamente. ?La vimos una ma?ana de sol deslumbrante, cuando embarcaban a alguien que hab¨ªa muerto en el hospital. Te aseguro que quisiera tener talento para meter eso en un cuento alguna vez. Es de las cosas m¨¢s terribles que me ha dado Europa?, le confes¨® a su amigo Dami¨¢n Bay¨®n.
Tras abandonar Venecia viajaron a Padua y Verona. Los ¨²ltimos cinco d¨ªas italianos los pasaron en Mil¨¢n. El 9 de junio regresaron a Par¨ªs, y Cort¨¢zar envi¨® la traducci¨®n de Poe y, casi a continuaci¨®n, los contratos firmados a la Universidad de Puerto Rico. Previ¨® que la liquidaci¨®n ser¨ªa cuesti¨®n de un par de semanas. Tardar¨ªa cuatro meses. Entremedias, consigui¨® trabajo de traductor en la Unesco, y eso alivi¨® sus apuros econ¨®micos. A comienzos de agosto recibi¨® carta de Dami¨¢n Bay¨®n, que le advert¨ªa de la partida inminente del cheque hacia Par¨ªs. ?Se me hab¨ªa ocurrido ¨Cle respondi¨® Cort¨¢zar a vuelta de correo, mientras deshojaba las ma?anas, a su espera¨C que quiz¨¢ han hecho con ¨¦l un barquito de papel y lo han puesto a la orilla del mar, para que llegue solito?. Lleg¨® tarde, pero lleg¨® en forma de travelers cheque, lo que a Cort¨¢zar le permiti¨® retirar el dinero en peque?as cantidades, a medida que le hac¨ªa falta, en lugar de en un solo abono.
Faltaba mucho tiempo, sin embargo, para que la traducci¨®n adquiriese aspecto de libro. Esperar es uno de los tr¨¢mites enojosos e inevitables de la vida literaria, como si para todo hubiese un invierno largo e inh¨®spito. La obra no estuvo lista hasta 1956, cuando apareci¨® en dos tomos en la editorial de la Universidad de Puerto Rico en colaboraci¨®n con la Revista de Occidente. En ese tiempo, Cort¨¢zar retom¨® la escritura y viaj¨® a Argentina, Uruguay o la India, y sigui¨® traduciendo a otros escritores. En mayo de 1957, en carta al escritor Jean Bernab¨¦, le cont¨® que ?los libros me llegaron cuando ya ni me acordaba de todo el trabajo que me hab¨ªa dado esa traducci¨®n?.
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