Rub¨¦n Dar¨ªo, despiadado cr¨ªtico del arte argentino de finales del siglo XIX
Un libro recupera las siete cr¨®nicas que escribi¨® el poeta nicarag¨¹ense sobre el Sal¨®n del Ateneo de Buenos Aires de 1895
"Entre los setecientos mil habitantes, m¨¢s o menos, de este poderoso centro del continente, mientras las rotisseries y caf¨¦s nocturnos se pueblan de alegres gozadores de la vida, cuando los teatros se vac¨ªan, y en los salones se danza, o conversa de modas, de negocios o de pol¨ªtica, hay, no lo dud¨¦is, l¨¢mparas que alumbran cabezas de so?adores, de trabajadores (...) hay muchos esp¨ªritus que se consagran a su obra, llevados de la mano y alentados por sus amigos inmortales, sus m¨²sicos, sus pintores, sus escultores, sus poetas". As¨ª era Buenos Aires en 1895 a los ojos del poeta nicarag¨¹ense Rub¨¦n Dar¨ªo (1867-1916), quien hab¨ªa desembarcado en la ciudad dos a?os antes. El gran representante del modernismo en espa?ol admiraba la bulliciosa escena cultural porte?a, pero consideraba que las artes pl¨¢sticas del pa¨ªs no estaban a la cabeza del continente, a diferencia de otras disciplinas, como la literatura y la m¨²sica. Su opini¨®n cr¨ªtica qued¨® plasmada en las siete cr¨®nicas de arte publicadas por el diario La Prensa sobre la tercera exposici¨®n celebrada en el Ateneo de Buenos Aires, uno de los epicentros culturales de la ciudad, que frecuent¨® desde el primer d¨ªa. Los art¨ªculos acaban de aparecer por primera vez en forma de libro en Rub¨¦n Dar¨ªo. Cr¨®nicas de arte argentino, del especialista dariano Rodrigo Javier Caresani.
A fines del siglo XIX la escena art¨ªstica local se debat¨ªa entre el hispanismo y el nacionalismo. En 1895, reci¨¦n aprobado el Museo Nacional de Bellas Artes, que abrir¨ªa sus puertas un a?o despu¨¦s, "hab¨ªa dos perspectivas muy fuertes sobre c¨®mo hacer arte nacional: los espa?oles, que eran muy poderosos, ped¨ªan no corromper la est¨¦tica ni la lengua con el franc¨¦s y el ingl¨¦s; y los criollistas insist¨ªan en volver a los cl¨¢sicos criollos y quer¨ªan que el referente fuese el gaucho", dice Caresani. En sus cr¨®nicas, Dar¨ªo se pelea con ambas opciones y rompe una lanza por una pintura m¨¢s innovadora. "Ser¨ªa la se?al del sursum que en lugar de la persecuci¨®n de tantos vulgares asuntos de la vida diaria, en lugar de invariables marinas y usad¨ªsimos g¨¦neros, se buscase un campo m¨¢s elevado, mayor distinci¨®n; que el alma personal anime la tela con la magia del estilo", defiende como ideal pict¨®rico. Casi nada de lo expuesto en el Sal¨®n de Buenos Aires ser¨¢ rescatado por su pluma mordaz.
En su primera cr¨®nica, el poeta nicarag¨¹ense hace un repaso por el arte latinoamericano de la ¨¦poca y cita, entre otros, al colombiano Alberto Urdaneta, al salvadore?o Francisco Wenceslao Cisneros, al venezolano Francisco Arturo Michelena Castillo y al cubano Armando Menocal. Sus mayores elogios son para los chilenos Pedro Lira y Alfredo Valenzuela Puelma. "Ese pa¨ªs, tan rico en fuertes economistas, jurisconsultos y hombres positivos, como seco en imaginativos y poetas, el pa¨ªs del C¨®digo Civil y de los versos de don Andr¨¦s Bello, ha consagrado grande atenci¨®n a las artes pl¨¢sticas", dice el cr¨ªtico sobre Chile, el pa¨ªs que, en su opini¨®n, "mayor cultivo ha tenido el arte pict¨®rico desde hace algunos a?os". Dar¨ªo cree que "hay ambiente para el arte en Buenos Aires", pero pone pocos ejemplos.
"Las palabras que brotan de los labios delante de algunos de esos cuadros son estas: 'muy bien hecho'. Pero nada m¨¢s", escribe el escritor nicarag¨¹ense al comparar la mayor¨ªa de obras expuestas en el Sal¨®n del Ateneo con las "exquisitas" del paisajista franc¨¦s Camille Corot. "Esas cosas pintadas all¨ª son cosas sin alma; no despiertan en nuestro ser emoci¨®n alguna; es la traslaci¨®n al lienzo de una naturaleza sin voz y sin lenguaje", opina sobre las obras de Luigi Paolillo, pintor italiano establecido en Buenos Aires.
El acuarelista Emilio Angelini Caraffa tampoco sale bien parado con su obra El primer mate. "Su cuadro, en conjunto, no es prueba de amor a la nobleza y grandeza del arte. Habr¨¢ quienes le aplaudan: los amigos del asunto nacional, los partidarios de un so?ado arte min¨²sculo y propio, los gustadores del sabor de la tierruca, los que creen el universo tan solamente lo que abarcan sus ojos. ?Tenga cuidado el artista!", escribe en su cuarta cr¨®nica.
Diana Cid Garc¨ªa, la estrella de la muestra
Una de las pocas excepciones es su amigo Eduardo Schiaffino, el primer director del Museo Nacional de Bellas Artes. "Tiene Lady Rowena, en medio de la penumbra, una belleza especial, una belleza que se podr¨ªa decir triste", indica sobre el cuadro de Schiaffino. Incluso apunta que se llevar¨ªa la nota m¨¢s alta del Sal¨®n "si no hubiese expuesto sus cuadros una mujer, Diana Cid Garc¨ªa, misteriosa, suave, enigm¨¢tica, llena de visiones y de sue?os".
"Da la sensaci¨®n de una mujer espectral que ocultase bajo sus formas enigm¨¢ticas, casi religiosamente ic¨®nicas, una perversidad sacr¨ªlega y misteriosa. Es una mujer que inquieta. Una mano maestra, que aparta el velo", ensalza el poeta modernista la Morphine de Cid Garc¨ªa. "Decir que la estrella del Sal¨®n es una mujer en una cultura de hombres y para hombres fue un cachetazo a las expectativas de todos los pintores que estaban ah¨ª", explica Caresani. "En el fin de siglo, las mujeres pintoras ten¨ªan un lugar muy secundario, no formaban parte de las exposiciones o estaban en los m¨¢rgenes, fue un gesto muy pol¨¦mico", agrega el autor del libro, publicado por la editorial Din¨¢mica en Managua con motivo del centenario de la muerte del poeta.
Debido a sus cr¨ªticas despiadadas, las cr¨®nicas pasaron de salir en portada a ir cada d¨ªa m¨¢s escondidas en el interior del diario, donde permanecieron olvidadas durante m¨¢s de 120 a?os.
Babelia
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