Seg¨²n pasan los d¨ªas
El mi¨¦rcoles nos despertamos y el dinosaurio todav¨ªa estaba all¨ª y adem¨¢s llevaba peluqu¨ªn amarillo, como Lex Luthor en 'Superman'
Hay simbolismos de la realidad que ser¨ªan inaceptables por obvios en la literatura. Este noviembre de Nueva York est¨¢ siendo luminoso y templado casi cada d¨ªa, incluido el martes 8, ese d¨ªa futuro tan cargado de vaticinios y enigmas que de repente es una fecha pasada. El ¨²nico inconveniente de estos noviembres gloriosos de la ciudad es que al cambiar la hora las tardes se abrevian de golpe. En cuanto se descuida uno el oro lento del sol se ha desvanecido hasta en los aleros y en las ventanas m¨¢s altas que dan al oeste. A las cuatro y media est¨¢ cayendo la noche, y es muy posible que el fr¨ªo se est¨¦ afilando ya en el aire. Hay un desacuerdo entre el ¨¢nimo todav¨ªa caldeado por el sol y la brusca noche que llega. La iluminaci¨®n p¨²blica es rojiza y escasa. La claridad principal que llega a las aceras es la de los fluorescentes de las tiendas. As¨ª se distinguen y se disuelven las sombras de los que pasan. Las caras, incluso de cerca, se vuelven borrosas. La luz fluorescente es m¨¢s cruda en los sitios de comida barata: los McDonald¡¯s, los terribles Subway, los Kentucky Fried Chicken, donde los pobres se sientan a solas en mesas de pl¨¢stico y comen sin sacar los contenedores de comida de las bolsas. Los huecos de tiendas cerradas en las que se cobijan los indigentes adquieren una hondura de grutas: alguien se mueve dentro, en lo oscuro, un revoltijo de mantas, harapos y cartones.
El d¨ªa de las elecciones sal¨ª a la calle cuando todav¨ªa quedaba sol y anduve por mi barrio fij¨¢ndome en la gente que llevaba en la solapa insignias de haber votado. En el colegio electoral, una escuela p¨²blica, reinaba una cierta desgana administrativa. No hab¨ªa urnas, sino unas m¨¢quinas de votar con escaso aire de eficiencia, como cajeros autom¨¢ticos obsoletos. El ambiente de desgana llevaba semanas not¨¢ndose. Un local que lleva mucho tiempo cerrado se hab¨ªa convertido en oficina de campa?a dem¨®crata. En el mercadillo de los granjeros de cada jueves y domingo se instalaba un tenderete donde se vend¨ªan chapas de Hillary y de Hillary con Bernie Sanders, y camisetas con un letrero sobre la pechera que conmemoraba uno de los muchos exabruptos que razonablemente habr¨ªan arruinado la candidatura de Donald Trump: NASTY WOMAN.
En la tarde de la jornada electoral confirm¨¦ lo que hab¨ªa notado d¨ªas antes. Casi todos los activistas por Hillary eran mujeres, y ninguno de ellos, de ellas, era joven. Tampoco vi j¨®venes votando, ni mostrando hasta el final sus chapas de Hillary y sus camisetas de NASTY WOMAN. Esa era una de las diferencias mayores con lo que hab¨ªa visto otra tarde y otra noche de hace ocho a?os.
Casi todos los activistas por Hillary eran mujeres, y ninguno de ellos, de ellas, era joven
Aquel martes, despu¨¦s de las doce de la noche, cuando se hab¨ªa confirmado la victoria de Obama, estuve paseando por la ciudad. Vi de lejos fuegos artificiales y escuch¨¦ el clamor de la celebraci¨®n en Times Square. Me despist¨¦ en el metro, porque hab¨ªa en algunos trenes un barullo como de Nochevieja, y acab¨¦ en las honduras de Harlem. Aqu¨ª todo cambia muy r¨¢pido, de un momento a otro, de una calle a la contigua. Volv¨ª a casa en un tren medio vac¨ªo y muy silencioso, en el que hab¨ªa sobre todo trabajadores emigrantes que dorm¨ªan o se quedaban mirando al vac¨ªo con el derrumbe del cansancio y el sue?o. Hay zonas profundas de la realidad en la que no calan los fervores electorales.
Este martes no hab¨ªa motivo para salir a la calle. Cuando sucede lo inveros¨ªmil, lo cotidiano se vuelve un poco irreal. Todo permanece id¨¦ntico y sin embargo todo ha cambiado, y hay razones muy serias para la alarma y para la desolaci¨®n. La tristeza es un despertador silencioso que suena muy temprano. El mi¨¦rcoles nos despertamos y el dinosaurio todav¨ªa estaba all¨ª y adem¨¢s llevaba un peluqu¨ªn amarillo, como Lex Luthor en las pel¨ªculas de Superman, y era presidente de Estados Unidos.
Como la vida real prescinde si le da la gana de las cautelas de la literatura, el mi¨¦rcoles amaneci¨® gris y fr¨ªo, con una llovizna que rozaba la cara como patas de ara?a, con un cielo muy bajo en el que resaltaban m¨¢s las ramas negras de los ¨¢rboles que ya han perdido todas las hojas. En el metro la pesadumbre ensimismada de esa hora y de ese clima ten¨ªa un agravante visible de abatimiento pol¨ªtico. Yo ten¨ªa una cita con un amigo en Chelsea, en la galer¨ªa Pace, para ver juntos una exposici¨®n de cuadros de paleta m¨¢s oscura de Rothko. La hab¨ªa visto ya el s¨¢bado anterior, con mucha gente, con un esplendor indirecto de sol que se filtraba por las altas puertas de cristales transl¨²cidos.
Esta ma?ana la luz era m¨¢s d¨¦bil. Hab¨ªa tres o cuatro personas aparte de nosotros. A mi lado una pareja murmuraba furtivamente algo sobre las elecciones, como quien baja mucho la voz para decir algo en una iglesia.
Un cuadro de Mark Rothko sucede en el tiempo. Lo que se ve en el momento de empezar a mirarlo es el punto de partida de un viaje hacia el fondo en el que uno avanza en su inmovilidad por espacios sucesivos. Lo que al principio son l¨ªneas claras de separaci¨®n se convierte poco a poco en veladuras de tr¨¢nsito. Un color deriva en otro color que al principio no se ve¨ªa y ahora es como un fulgor que viene de dentro y de lejos. La superficie tan premiosamente cubierta por pinceladas de trazo invisible se disuelve en una sensaci¨®n de espacialidad como la de los fondos de Vel¨¢zquez o los horizontes de Turner.
Pens¨¦ con admiraci¨®n y congoja en todo el amor a su oficio, a su arte, que hab¨ªa puesto Mark Rothko en cada uno de esos cuadros: la paciencia, la reflexi¨®n, la mezcla de contemplaci¨®n y destreza manual que hacen que el tiempo del trabajo no pase m¨¢s r¨¢pido, ni se quede en suspenso: horas y d¨ªas y semanas de trabajo se desvanecen y lo que queda es la obra pintada, soberana, limpia de claudicaci¨®n y artima?a.
Habr¨¢ que aprender de ese ejemplo, en este tiempo del mundo que cada d¨ªa se ensombrece un poco m¨¢s, o mucho m¨¢s, de golpe, con la nocturnidad de un eclipse.
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