Reconciliaci¨®n familiar con el hacha y el verso
El extra?o espect¨¢culo de los Larretxea recorre Espa?a Durante el recital, el hijo interpreta sus poes¨ªas mientras sus padres talan troncos
Que las costuras de la intimidad han reventado lo sabemos hace tiempo y lo tienen muy claro los espectadores de Black Mirror y de otras distop¨ªas que alertan de la llegada de los lobos tecnol¨®gicos. Lo que era m¨¢s dif¨ªcil de predecir es que esa intimidad expuesta (extimidad, dicen algunos) vendr¨ªa de lo m¨¢s profundo de los valles del Pirineo, de caser¨ªos cerrados a la lluvia y a internet, de habitantes de mundos de muy ayer. Las heridas, conflictos y afectos de una familia protagonizan un extra?o recital que recorre las ciudades de Espa?a como dando la raz¨®n a quienes sostienen que se rompieron las fronteras entre lo p¨²blico y lo privado. Si se han roto de verdad, la familia Larretxea ha talado a golpe de hacha el ¨²ltimo tronco que quedaba en pie en la muga.
A Hasier Larretxea (Arr¨¢yoz, Navarra, 1982) le dec¨ªan en el instituto que le iban a echar de casa y del pueblo. En clase de literatura escrib¨ªa poemas donde quedaba de manifiesto su homosexualidad, en unos valles y en unos pueblos donde nadie estaba acostumbrado a que un chaval se expresara as¨ª. A?os despu¨¦s, no solo regresa a su valle del Bazt¨¢n, cuyo paisaje se dibuja en todos sus versos, sino que lleva al valle de viaje por toda Espa?a. O, al menos, a su aita y a su ama, Patxi y Rosario, que protagonizan un espect¨¢culo que emociona y extra?a a todos los que se lo encuentran. Hasier, el hijo poeta, recita su obra, en castellano y en euskera, publicada en libros como Niebla fronteriza (El Gaviero) o De un nuevo paisaje (Stendhalbooks). Son versos que hablan de la reconciliaci¨®n, de la distancia y el cari?o y del reencuentro con la casa. Mientras, los aludidos (especialmente, el aludido, Patxi), sierran madera y talan troncos con hachazos r¨ªtmicos que hacen la percusi¨®n a las palabras de Hasier.
Patxi Larretxea, 61 a?os, campe¨®n nacional de deportes de la madera en 2005, un atleta rural, una leyenda entre los aizkolaris (¡°el ¨²nico aizkolari con barba¡±, recuerda su hijo), viene de un mundo de m¨²sculo y destreza. Quer¨ªa que su hijo siguiera sus pasos, porque le ve¨ªa hechuras de le?ador y pod¨ªa fundar con ¨¦l una dinast¨ªa de deportistas vascos, pero el heredero andaba perdido de ciudad en ciudad, lejos del valle y de la vida de los aizkolaris, buscando en sus versos una forma de volver a casa y de lograr que su padre aceptase qui¨¦n era, hasta que acab¨® en Madrid, donde pudo vivir su homosexualidad sin eufemismos y casarse con Zuri, a quien dedica sus libros. ¡°Mi padre no ven¨ªa a verme ni asist¨ªa a mis recitales po¨¦ticos ¡ªcuenta Hasier¡ª, hasta que los amigos de la librer¨ªa Garoa de San Sebasti¨¢n me dijeron: ¡®Yo creo que si le ponemos un tronco aqu¨ª en la puerta, se anima y viene¡¯. Qu¨¦ va, le dije yo, pero acced¨ª, sin estar convencido. La sorpresa fue que mi padre vino y tal¨® el tronco mientras yo recitaba¡±.
La combinaci¨®n fue cat¨¢rtica. El p¨²blico recog¨ªa las astillas y ped¨ªa al le?ador que las firmase. En vez de llevarse los poemarios dedicados, se llevaban trozos de madera. ¡°No iba a estas cosas porque, ?qu¨¦ iba a hacer yo all¨ª? Necesito hacer algo¡±, dice Patxi. ¡°Mi padre hizo un esfuerzo enorme ¡ªcuenta el hijo¡ª, se expres¨® como sab¨ªa expresarse, y en este tiempo se ha abierto a un mundo, expresa emociones que no cre¨ª que fuera a expresar, est¨¢ feliz¡±. Aquello fue en 2013. Desde entonces, han llevado su reencuentro por una docena de ciudades, entre otras, Madrid, Pamplona, Barcelona o Zaragoza, y Hasier se han convertido en el s¨ªmbolo de un cambio de actitud en la cultura y la sociedad euskaldunas, con caminos cruzados de idas y vueltas y prejuicios astillados.
Rosario, la ama, ayuda a Patxi. Le saca las hachas del estuche como un caddie elige los palos del golfista, le se?ala d¨®nde ha de asestar el golpe y sostiene el otro extremo de la sierra gigante. Rodeado de h¨ªpsters con pintas de le?ador (pero sin hechuras) en el patio de l¡¯Antic Teatre de Barcelona, en una performance organizada por la librer¨ªa Calders, Hasier lee recuerdos de su padre, de su vida de aizkolari de torneo en torneo por los pueblos del Pa¨ªs Vasco y Navarra, y destaca en un texto de Niebla fronteriza que su padre (pantalones blancos en la competici¨®n, ch¨¢ndal en los entrenamientos) llev¨® una vez para entrenar una camiseta de la selecci¨®n espa?ola que escandaliz¨® en aquel ambiente euskaldun y nacionalista. Patxi, con el filo del hacha a sus pies, en reposo, se r¨ªe de la an¨¦cdota, y su risa domina toda la escena, porque la caja de resonancia es un pecho de piedra. Patxi es todo robusto, un cuerpo ¨¦pico sin blanduras ni huecos, pero se r¨ªe como un personaje de P¨ªo Baroja y mira a su hijo con un orgullo antiguo, como si aquellos versos que lee fueran en realidad los hachazos que no quiso dar al negarse a seguir su estirpe deportiva.
En estos espect¨¢culos po¨¦ticos no s¨®lo queda expuesta la intimidad de caser¨ªo y niebla de una familia euskalduna (¡°mi abuelo era un contrabandista que no sab¨ªa hablar castellano¡±, dice Hasier), sino los silencios de todo un pueblo. Lo de la familia Larretxea puede leerse como met¨¢fora de una cultura que ha vivido demasiado tiempo encerrada. Parte de su ¨¦xito se debe, adem¨¢s de a la fuerza emocional y a las l¨¢grimas que se enjuagan los asistentes mientras aplauden, a que puede leerse as¨ª, a que no se trata s¨®lo de la reconciliaci¨®n de un padre y un hijo, sino una especie de reconciliaci¨®n colectiva.
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