Gallos y centellas

Antes de repetir que el saber no ocupa lugar, pruebe a meter la biblioteca de Andrew Carnegie en una soluci¨®n habitacional. Presto a coger un vuelo de Ryanair, Enrique Gavil¨¢n, profesor de historia medieval de la Universidad de Valladolid, pes¨® los libros, para llevarse los m¨¢s ligeros. Los de Agatha Christie suman 145 gramos cada uno, en su edici¨®n espa?ola; en la inglesa, un poco menos, por la misma raz¨®n que los monos¨ªlabos pesan menos que las esdr¨²julas. Nos lo cuenta ¨¦l mismo, en El cuello de la jirafa, mientras Ana Vall¨¦s, en son de clown, le coloca una corona de laurel.

Si en la b¨¢scula del aeropuerto los libros sobrepasan los diez kilos que la compa?¨ªa permite llevar en cabina, Gavil¨¢n les arranca el pr¨®logo. ¡°En teatro, el peso del texto no es decisivo¡±, opina. Sentado en pupitres a su alrededor, el p¨²blico se siente p¨¢rvulo, m¨¢s a¨²n cuando Baltasar Pati?o, iluminador de Matarile y alma gemela fundadora de la compa?¨ªa, comienza a repartir entre ¨¦l libros sui generis. Atraviesa la mitad de las p¨¢ginas de El lago salado, de Pierre Beno?t (el que me ha tocado en suerte), un peque?o cr¨¢ter, en el que hay sentado un hombrecillo.

Entre el cabaret literario, la danza ¨ªntima y la reuni¨®n c¨®mplice, el pen¨²ltimo trabajo de Matarile, n¨²cleo de teatro compostelano, crea un clima c¨¢lido, de confraternizaci¨®n, apto para intercambiar confesiones, esbozar sonrisas y contemplar estampas dom¨¦sticas tan magn¨¦ticas como la que forman M¨®nica Garc¨ªa y Mar¨ªa la Roja, bailarinas, cuando se sientan ensimismadas sobre cada uno de los pupitres, mientras un ventilador pone su pelo al viento. Como no hay belleza sin contrapunto bufo, ?scar Codesido se ocupa de poner el suyo, con tanta gracia como criterio.