Shirley Jackson: 100 a?os de historias para no dormir
El relato 'La loter¨ªa' provoc¨® pavor e indignaci¨®n por introducir lo macabro en un ambiente dom¨¦stico
Reparto
Summers ¨C Enrique Vill¨¦n
Sra. Warner ¨C Terele P¨¢vez
Tessi Hutchinson ¨C Silvia Salgado
Bill Hutchinson ¨C Manuel Tallaf¨¦
Sra. Delacroixe -Mar Barrera
Imag¨ªnese un 26 de junio de 1948 en cualquier poblaci¨®n norteamericana. Usted est¨¢ c¨®modamente sentado en el sof¨¢ del sal¨®n de su casa descubriendo la revista The New Yorker, como cada semana. Una rutina que no por repetida le desagrada. Llega el momento de leer a una de sus autoras predilectas: Shirley Jackson. Le gustan sus columnas pulcras y directas, sus relatos provistos de la dosis justa de suspense que es capaz de soportar. Con un lenguaje sencillo pero rico. Apabullante en la mayor¨ªa de ocasiones. Comienza a leer este nuevo cuento titulado La loter¨ªa, ambientado en una comunidad rural que le resulta familiar. Conforme avanza el ritmo de lectura, casi a la misma velocidad, se va llenando usted de estupefacci¨®n y pasmo. La indignaci¨®n se instala definitivamente en su pecho al acabar de leer la ¨²ltima palabra.
Algo cambi¨® definitivamente en la vida de la escritora norteamericana Shirley Jackson (San Francisco, 1916 ¨C Vermont, 1965) aquel 26 de junio. La crueldad de aquel sorteo siniestro que hab¨ªa escrito en apenas unas horas, le supuso una lluvia de cartas de lectores encolerizados que ped¨ªan su cabeza profesional. Shirley Jackson, venerada por escritores como Joyce Carol Oates, Roald Dahl o Stephen King, hubiera cumplido hoy cien a?os. La escritora, tremendamente celosa de su vida privada, fue madre de cuatro hijos, aficionada al tarot y autora de algunas columnas acerca de consejos dom¨¦sticos que sol¨ªa escribir en folios de color amarillo. Casi sin saberlo -o quiz¨¢s conoci¨¦ndolo perfectamente- Shirley lleg¨® a la cumbre de su carrera con aquel relato que materializaba como pocos la definici¨®n de lo siniestro que en el a?o 1919 hab¨ªa hecho c¨¦lebre Sigmund Freud, padre del psicoan¨¢lisis: lo siniestro es ¡°todo lo que estando destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz¡±. En este sentido, la literatura de Jackson se movi¨® siempre en estos par¨¢metros. Si en La maldici¨®n de Hill House (1959), la casa era el foco de lo ominoso y en Siempre hemos vivido en el castillo (1962), la claustrofobia se tornaba m¨®rbida, en los Cuentos completos -que la editorial Min¨²scula acaba de publicar en nuestro pa¨ªs- son las relaciones fraternales y familiares las que se ven atravesadas por lo monstruoso. Dicho de otro modo: Shirley Jackson fue la primera en revertir el g¨¦nero cl¨¢sico del terror para tintar de oscuro y tenebroso la noci¨®n de lo entra?able y hogare?o.
El espacio dom¨¦stico como escenario de lo macabro ten¨ªa, por supuesto, a las mujeres como protagonistas; eran damas desajustadas con el tiempo que les hab¨ªa tocado vivir. ¡°Me llamo Mar Katharine Blackwood. Tengo dieciocho a?os y vivo con mi hermana Constance. A menudo, pienso que con un poco de suerte podr¨ªa haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy¡±, escribe Jackson al comienzo de Siempre hemos vivido en el castillo. Las hermanas Blackwood ejercen toda suerte de tareas femeninas en este castillo que se convierte en mazmorra voluntaria. Precisamente la incomunicaci¨®n extrema se desvela como uno de los estados m¨¢s frecuentes de sus protagonistas. No es descabellado pensar que su propia soledad le sirvi¨® de inspiraci¨®n. Shirley, tan absorta en cuidar de sus cuatro hijos, buscaba ratos libres en los que sentarse delante de la m¨¢quina de escribir para soltar su mano como quien suelta a un p¨¢jaro de su jaula. Manejaba como ninguno de sus coet¨¢neos el humor negro que tan f¨¢cilmente puede detectarse en su literatura y que, como bien demuestra la funesta an¨¦cdota de la publicaci¨®n de La loter¨ªa, no todos eran capaces de asimilar.
Detestaba las entrevistas
Como su buen amigo J.D. Salinger, detestaba las entrevistas pero adoraba jugar a las cartas. Muri¨® en Vermont, dentro de una comunidad opresiva, cat¨®lica y conservadora que pudo servirle de prototipo para su relatos. All¨ª recibi¨® en vida, junto a su marido Stanley Edgar Hyman -un cr¨ªtico literario jud¨ªo- a muchos amigos intelectuales que ensanchaban todav¨ªa m¨¢s la leyenda de familia extra?a entre sus vecinos. Shirley Jackson muri¨® con apenas 48 a?os mientras dorm¨ªa la siesta, atiborrada de pastillas que combinaba, indistintamente, con alcohol y tres paquetes diarios de tabaco.
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