A un clic de distancia
En el caso de los drones, Obama miente tan c¨ªnicamente como sus predecesores. Hay informes que cifran el porcentaje de error en m¨¢s del 90%
T¨² solo, encerrado en una habitaci¨®n sin ventanas, con la puerta blindada y los muros insonorizados, sentado en un sill¨®n anat¨®mico delante de una pantalla, tu cara y tus manos iluminadas p¨¢lidamente por su claridad, puedes pulsar una tecla y hacer que un instante despu¨¦s, a miles de kil¨®metros de distancia, en un paraje de ruina y desierto, un grupo de personas ?desaparezca borrado por una explosi¨®n, o de un momento a otro se convierta en un vendaval de sangre y v¨ªsceras y cuerpos humanos descuartizados.
Hay gente que hace eso. Pasan largas horas delante de un ordenador como participantes obsesivos en un videojuego online. Visto desde el lugar del encierro, desde el interior de la penumbra insalubre de un cuarto poco ventilado, quiz¨¢ con olor a caf¨¦ enfriado y a pizza de cart¨®n, la distancia entre la realidad y la ficci¨®n es inapreciable. En la pantalla se ven esas im¨¢genes de vuelo y de v¨¦rtigo de los videojuegos: el mundo desde arriba, a unos centenares de metros del suelo, en un silencio de globo aerost¨¢tico, de paseo en ala delta. Desde arriba, en vertical, en picado, se aprecian las formas de la superficie de la Tierra, con una extraordinaria intensidad pl¨¢stica, como desde la ventanilla de un avi¨®n que va perdiendo altura unos minutos antes del aterrizaje: las hondonadas de las torrenteras, la curva de ballesta de una autopista, la pureza de las formas org¨¢nicas, el curso de un r¨ªo como el de una arteria, la lisura de hoja oto?al de los campos de secano, la cuadr¨ªcula de una urbanizaci¨®n con sus casas como maquetas diminutas.
El avance de la infanter¨ªa es una haza?a peligrosa y anal¨®gica. Mucho menos eficiente que la guerra digital
Pero el aparato que sobrevuela esos paisajes puede no tener ventanillas, porque no lleva dentro piloto ni pasajeros. Es un extra?o aparato cil¨ªndrico, tan neutro en apariencia como su nombre, el eufemismo militar que lo designa, con esa mezcla de vaguedad y de lenguaje t¨¦cnico que se reserva para las mentiras m¨¢s letales: Unmanned Aerial Vehicle; el circunloquio es m¨¢s perfecto, m¨¢s t¨¦cnico y as¨¦ptico todav¨ªa, si se reduce a unas siglas, UAV, casi alusivas a un platillo volante, Veh¨ªculo A¨¦reo No Tripulado. Dron es el nombre vulgar. Ahora se pueden comprar drones para regalar en Reyes, pero esa tecnolog¨ªa puede usarse para fines de mucha mayor envergadura. El dron, el UAV, vuela por los cielos del mundo sin respetar ninguna frontera, y las im¨¢genes tan entretenidas que recogen sus c¨¢maras aparecer¨¢n en la pantalla de un ordenador. Vuela de d¨ªa y de noche, sin descansar nunca, porque no hay piloto que pueda fatigarse. Si es de noche, enviar¨¢ im¨¢genes detectadas por rayos infrarrojos. Vuela en silencio y su cercan¨ªa no provoca alarma. Su c¨¢mara descubre unas figuras muy peque?as que se mueven por un camino, en un paso entre monta?as, quiz¨¢s en Afganist¨¢n, en las regiones fronterizas entre Pakist¨¢n y Afganist¨¢n, donde cualquier Ej¨¦rcito que avance por tierra, por muy bien armado que vaya, correr¨¢ el peligro de una emboscada.
Pero el avance de la infanter¨ªa es una haza?a peligrosa y anal¨®gica. Mucho menos eficiente que la guerra digital. Hay tambi¨¦n estupendos eufemismos para designarla: surgical strike, precision kill. Con su pulcra elocuencia, el presidente Obama ha informado de que gracias a los drones se puede delimitar desde el aire a terroristas peligrosos con tal exactitud que no se har¨¢ da?o a nadie m¨¢s: golpes quir¨²rgicos, ejecuciones de precisi¨®n. El atractivo de la tecnolog¨ªa es tan ilusorio como el de la moda. Nos gusta imaginar una asepsia de pantallas lisas, de acciones culminadas tan solo con la leve presi¨®n de la yema del dedo ¨ªndice. En el fondo es tambi¨¦n un atractivo teol¨®gico: la tecnolog¨ªa como una variante de la brujer¨ªa. Nos cuesta aceptarlo, cuando tanta necesidad tenemos de dar cr¨¦dito a alg¨²n pol¨ªtico, pero en el caso de los drones Obama miente y ha mentido tan c¨ªnicamente como cualquiera de sus predecesores. Hay informes independientes seg¨²n los cuales el porcentaje de error supera el 90%. Pero es que parece inevitable el eufemismo: porcentaje de error, como da?o colateral, quiere decir muertos inocentes.
El aparato que sobrevuela esos paisajes puede no tener ventanillas, porque no lleva dentro piloto ni pasajeros
Los muertos no tienen cara: la flecha de un rat¨®n se detiene sobre ellos y un momento despu¨¦s en la pantalla del ordenador se ve una explosi¨®n silenciosa, y luego, cuando se disipa el humo, una serie confusa de puntos negros, tan abstractos que hace falta un esfuerzo de la imaginaci¨®n para aceptar que son fragmentos de cad¨¢veres. En un documental reci¨¦n estrenado que hiela la sangre, National Bird, de Sonia Kenne?beck, miran a la c¨¢mara con expresiones insomnes de culpa tres militares americanos que estuvieron en la guerra sin pisar nunca el frente, dos mujeres y un hombre, analistas y operadores de drones, David, Heather, Lisa. Sonia Kennebeck es una mujer joven, de cara bella y tranquila, con un aire oriental en los p¨®mulos y en los ojos rasgados. Lisa podr¨ªa ser un ama de casa de cuarenta y tantos a?os, una madre que vive en una urbanizaci¨®n y lleva a sus hijos en el 4¡Á4 a la escuela o a las competiciones deportivas de los s¨¢bados. David es uno de esos hombres j¨®venes que siguen pareciendo adolescentes cuando ya tienen treinta y tantos a?os, y es sin duda el m¨¢s da?ado, el m¨¢s acosado de los tres. David, Heather, Lisa, no pudieron soportar el remordimiento de haber sido verdugos a distancia, verdugos as¨¦pticos de muy probables inocentes, y han dado la cara y han dicho la verdad delante de una c¨¢mara. A David el FBI le asalt¨® la casa y lo ha acosado tanto que ahora se encuentra en paradero desconocido. Heather, que tiene tatuajes en los brazos y lleva rapada media cabeza, podr¨ªa estar sirviendo copas en un bar nocturno. Est¨¢ en tratamiento psiqui¨¢trico. A Lisa y a Sonia Kennebeck las vi en persona en el cine de Manhattan en el que se proyectaba la pel¨ªcula, en el coloquio que vino despu¨¦s, valerosas y luchadoras, fortalecidas por la nobleza de una causa justa. Como en cualquier otra parte, por encima de nosotros, nos recordaron, volaban drones vigilantes. En un hangar de Miami o Las Vegas alguien pulsa un mando y al otro lado del mundo personas casi siempre inocentes y an¨®nimas sucumben bajo una llamarada s¨²bita.
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