El libro del a?o: Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin
En sus relatos, poblados por alcoh¨®licos y adictos, resuenan las devastadoras experiencias de su vida
Lucia Berlin no era pol¨ªticamente correcta. Y no era New Age. Nunca me habl¨® de ¡°recuperaci¨®n¡± o de ¡°karma¡±. Nunca hablamos de los 12 Pasos. Se sobrentend¨ªa: ya no beb¨ªa. No hac¨ªa falta hablarlo. Especialmente cuando pod¨ªa escribir sobre ello. En sus relatos, poblados por alcoh¨®licos y adictos, retratados con empat¨ªa, repugnancia y despiadado ingenio, resuenan las devastadoras experiencias de su propia vida. Hab¨ªa pasado del aislamiento a la abundancia, a la desintoxicaci¨®n y vuelta a empezar, y Boulder, Colorado ¡ªinundado de fisioterapeutas, atletas de alto rendimiento y veganos¡ª, era un lugar extra?o en el que acabar para alguien como ella. Pero pas¨® all¨ª buena parte de la ¨²ltima d¨¦cada de su vida. Primero en una t¨ªpica casa de madera victoriana bajo las rocas rojas de Dakota Ridge; y despu¨¦s, cuando la enfermedad casi la dej¨® en la ruina, en un parque de caravanas, a las afueras de la pr¨ªstina ciudad.
Las noticias sobre la caravana me deprimieron hasta que consegu¨ª visitarla y la encontr¨¦ a sus anchas en medio de las cochambrosas casas de metal. Es probable que Lucia se hubiese sentido m¨¢s c¨®moda viendo a un toro sangrar en una plaza de Ciudad de M¨¦xico, o metida en un corro de borrachines en Oakland, de lo que jam¨¢s se sinti¨® en su primera casa en el lujoso barrio de Mapleton Hill. Pero fue all¨ª donde estuvimos casi todo el tiempo que pasamos juntas. Normalmente, sentadas en su cocina.
Antes de conocerla, Lucia me dej¨® un mensaje en mi contestador sobre un relato que yo hab¨ªa escrito. Su voz era ahogada, seductora y dulce. Me hizo enamorarme un poco de ella; como en sus escritos, es su voz la que te mete dentro. Cuando al fin nos conocimos, me asombr¨® descubrir que ten¨ªa varias d¨¦cadas m¨¢s de lo que yo hab¨ªa imaginado. Como la protagonista del cuento B. F. y yo, quien dice: ¡°Ahora tengo una voz realmente bonita. Soy una mujer fuerte, mezquina incluso, pero todo el mundo piensa que soy realmente amable por mi voz. Sueno joven aunque tengo 70 a?os. Los tipos de Pottery Barn coquetean conmigo¡±. Los hombres definitivamente coqueteaban con ella, pero Lucia nunca fue mezquina, aunque su voz enmascaraba un punto endiablado.
Unas semanas despu¨¦s de que nos conoci¨¦semos, la altitud afect¨® a su ya de por s¨ª fr¨¢gil sistema respiratorio ¡ªuno de los pulmones de Lucia estaba aplastado por la escoliosis que la atormentaba desde ni?a¡ª y le pusieron ox¨ªgeno. Nunca volv¨ª a verla sin su bombona, excepto cuando me mandaba en mi bicicleta a por cigarrillos a Lolita¡¯s Deli. Cigarrillos sueltos a 20 centavos el piti. Siempre ped¨ªa el m¨¢s fuerte. Lucky Strike, Marlboro Red. Yo compraba un Camel Light para cada una y regresaba a su casa pedaleando. Se quitaba el respirador y los encend¨ªamos, disfrutando la ¨²nica sustancia adictiva que cualquiera de las dos pod¨ªamos permitirnos. El hecho de que su bombona de ox¨ªgeno estuviese ah¨ª, amenazando con explotar, solo lo volv¨ªa m¨¢s divertido. El aceler¨®n que llega al coquetear con el peligro es siempre lo ¨²ltimo que se pierde. Como la protagonista del hilarante relato 502, de vez en cuando, Lucia ten¨ªa ¡°la diab¨®lica urgencia de, bueno, liarlo todo¡±. Pero luego estaba la forma en que, a mitad de cigarrillo, cog¨ªa el ox¨ªgeno y volv¨ªa a colocarse el largo tubo por encima de la cabeza y debajo de la nariz. Un atisbo de p¨¢nico.
A pesar de todo, consegu¨ªa sacar una sonrisa, sin aliento.
Pienso en esos momentos con igual medida de recalcitrante remordimiento ¡ª?c¨®mo pude dejarla fumar?¡ª y de placer: no hab¨ªa nada m¨¢s dulce que una conversaci¨®n con Lucia. Las dos hab¨ªamos crecido con la violencia de padres alcoh¨®licos, nuestras vidas estaban puntuadas por la p¨¦rdida. En distintos grados, cada una hab¨ªa explorado temerariamente los l¨ªmites de nuestras adicciones. Cuando nos conocimos llev¨¢bamos varios a?os sobrias, y compartir un cigarrillo furtivo era nuestra peque?a rebeli¨®n contra el mojigato esp¨ªritu sano de Boulder, donde, como escribi¨® Lucia, ¡°hasta todos los corredores parecen reci¨¦n salidos de la ducha¡±. Y yo pod¨ªa pasarme toda la vida sentada en su cocina escuch¨¢ndola. Con frecuencia habl¨¢bamos de libros, pero realmente habl¨¢bamos de todo. Ella usaba la palabra adoro mejor que nadie a quien yo haya conocido. Simplemente ¡°adoraba¡± a Murakami, a Lydia Davis, a Ch¨¦jov. A?os despu¨¦s, me escribi¨® lamentando su dificultad para encontrar a alguien con quien se sintiese c¨®moda hablando ¡°de zapatos a libros, a muerte y cotilleo¡±.
Como la mayor¨ªa de los grandes contadores de historias, Lucia era una cotilla de primera categor¨ªa. Pero su cotilleo nunca era banal. Lo mejor siempre estaba conectado con su vida. Pero era arriesgado pensar que hab¨ªas entendido su biograf¨ªa, creer que sab¨ªas a qu¨¦ hijo o a qu¨¦ marido se refer¨ªa en una determinada historia. A¨²n peor mezclar las aventuras amorosas, abortos y suicidios de sus relatos con lo que realmente hab¨ªa ocurrido. Ella hab¨ªa vivido por todo el mundo, hablaba varios idiomas, hab¨ªa estado casada y divorciada tres veces a los 32. Crio a cuatro hijos varones, pas¨® tiempo en la escena del jazz de Nueva York, se junt¨® con los Beats y los poetas de Black Mountain, meti¨® a sus hijos en un avi¨®n privado para irse a vivir a una choza con tejado de paja y suelo de arena en la costa pac¨ªfica de M¨¦xico. Se movi¨®, aunque no sin problemas, entre vidas, entre mundos. Ley¨¦ndolo todo. Conociendo a todos. Si quer¨ªas conocer la intrahistoria sobre, pongamos, los devaneos de Ava Gardner con esos chicos de los clubes de playa ¡ªdentro y fuera del plat¨® de Puerto Vallarta donde John Huston adapt¨® La noche de la iguana¡ª, Lucia hab¨ªa estado all¨ª. Sab¨ªa cosas como que uno de ellos hab¨ªa conseguido sacarle un bote de pesca a Ava.
Desde que le pusieron ox¨ªgeno, no la vi sin la bombona salvo cuando me enviaba a por cigarrillos
Pero nunca mencionaba nombres porque s¨ª; su vida era realmente as¨ª. ?Influy¨® eso en su ficci¨®n? Por supuesto. Podr¨ªa haber elegido escribir sus memorias, pero creo que sab¨ªa que estaba llamada a un arte m¨¢s elevado. Leerla es perderse en su voz. Sus relatos hacen que te sientas como si estuvieses cotilleando con ella en su cocina. Los giros que hace en su ficci¨®n ocultan la peripat¨¦tica naturaleza de la conversaci¨®n ¨ªntima, y a su vez, su peripat¨¦tica vida. Ella puede llevarte de los alcoh¨®licos de El Paso a los presos de Oakland con la misma facilidad con que te hace creer que fue capaz de cargar una dosis letal en la jeringuilla del marido adicto antes de irse al hospital a dar a luz a su hijo. Cada uno de sus relatos se desarrolla de manera tan inesperada que uno casi olvida d¨®nde ha empezado la narraci¨®n. Luego ella de repente te trae de vuelta y te corta la respiraci¨®n con una de sus singulares ¨²ltimas frases.
Las comparaciones de su obra con Raymond Carver y Richard Yates son inevitables, pero yo no lo veo. S¨ª, ella escribi¨® sobre los despose¨ªdos, pero con una perspectiva m¨¢s literaria, y una prosa heredera de Proust, de Ch¨¦jov. All¨ª donde la obra de Carver est¨¢ sobreconstruida ¡ªcontinuamente te recuerda que est¨¢s leyendo un relato escrito por Raymond Carver¡ª, el estilo de Lucia es m¨¢s org¨¢nico, m¨¢s sorprendente. Si los relatos de Yates son tan r¨ªgidos que resultan inflexibles, los de Lucia son fluidos e indefectiblemente femeninos. Sus protagonistas son casi exclusivamente mujeres. Lucia admiraba a ambos escritores, pero nunca emul¨® a ninguno de los dos. Tampoco ca¨ªa en la iron¨ªa f¨¢cil; por el contrario, sus relatos te arrullan hacia una falsa sensaci¨®n de seguridad, distray¨¦ndote con humor, luego hacen brillar el borde del cuchillo sobre tu piel, abandon¨¢ndote en un lugar que probablemente nunca habr¨ªas deseado visitar.
A menudo me he preguntado por qu¨¦ la ficci¨®n de Lucia ha tardado tanto en recibir el reconocimiento que merece. Creo saber por qu¨¦. Y creo que ella tambi¨¦n lo sab¨ªa. Hasta ahora yo no lo ve¨ªa. Una vez me cont¨® una historia de una beca de escritura que le concedi¨® el National Endowment for the Arts (NEA). La us¨® para viajar a Par¨ªs, se fundi¨® todo el dinero y no escribi¨® una sola palabra. M¨¢s adelante, mand¨® una carta de agradecimiento a la NEA contando todo lo que hab¨ªa hecho con el dinero: de todo salvo escribir. Por supuesto, luego hizo una broma sobre no volver a ganar nunca m¨¢s otro premio. Es cierto, puede que Lucia y yo nunca habl¨¢semos de haber dejado la bebida, pero si uno lee sus relatos se da cuenta de lo horrible que eran las cosas. Embarazada y pasando drogas por la frontera. Despertar en un centro de desintoxicaci¨®n. Cosas peores. Pero ese era el material de ficci¨®n cargado de un humor salvaje, un humor que solo es posible cuando se narra el pasado. Lo ocurrido en la vida real no ten¨ªa gracia. Cualquier fama o ¨¦xito podr¨ªan haber hecho descarrilar a Lucia. Despu¨¦s de haber logrado sobrevivir a tantas cosas, que algo fuese repentinamente tan bien podr¨ªa haber significado la ruina. Y nunca iba a volver all¨ª, aunque le costara su carrera.
Echando la vista atr¨¢s, veo que a pesar de todos los modos en los que la hermosura de Boulder le pon¨ªa de los nervios, tambi¨¦n le proporcion¨® la estabilidad y el bienestar material suficiente para escribir m¨¢s relatos. La cercan¨ªa con varios amigos muy queridos tambi¨¦n aplac¨® su constante b¨²squeda vital de un hogar. Pero Lucia llevaba mucho tiempo acosando a la muerte en sus relatos, y ahora la muerte parec¨ªa estar acos¨¢ndola a ella. Con el tiempo se mud¨® cerca de sus hijos y nietos a California. Yo necesitaba verla una ¨²ltima vez y viaj¨¦ desde Roma. Me recibi¨® en la verja del jard¨ªn, con el tubo de ox¨ªgeno colgando. Ojos azules brillantes como siempre. Su voz, tal y como la recordaba. Pero a esas alturas le faltaba constantemente el aliento, y la enfermedad la hab¨ªa vuelto t¨ªmida. Odiaba la idea de que alguien se preocupase por ella o le tuviese l¨¢stima. A esas alturas estaba demasiado enferma para fumar, pero nos sentamos juntas a la mesa de su cocina, donde hab¨ªa escrito y contado tantos de sus relatos, y hablamos como siempre.
Al volver a mi casa en Italia, recib¨ª la ¨²ltima carta de Lucia. Era extremadamente breve, con una caligraf¨ªa ca¨®tica y apresurada. Al leerla, pod¨ªa o¨ªr su maravillosa voz mientras me confesaba su prisa por poner por escrito tantas historias como pudiese, a pesar, bromeaba, del ¡°penoso¡± estado de su producci¨®n literaria. Cerraba la carta como cerraba todos sus escritos, con una ¨²ltima frase brillante e implacable. ¡°Epitafio para mi l¨¢pida: Sin aliento¡±.
Elizabeth Geoghegan es una escritora estadounidense afincada en Roma, autora de ¡®The Marco Chronicles¡¯. Su texto ¡®Smoking with Lucia¡¯ (fumando con Lucia) fue publicado originalmente por ¡®The Paris Review¡¯.
Traducci¨®n de News Clips
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