2016: el a?o en que nos sentimos hu¨¦rfanos
Cuando mueren estrellas como David Bowie, Prince o Leonard Cohen, tambi¨¦n intentamos extraer ense?anzas
Ha sido un a?o antip¨¢tico. Y no hablo ¨²nicamente de guerras, cat¨¢strofes o barbaridades terroristas. A un nivel m¨¢s visceral, la secuencia de horrores comenz¨® temprano, el domingo 10 de enero, con la brusca desaparici¨®n de David Bowie, reci¨¦n cumplidos los 69 a?os. Maestro en la construcci¨®n de su imagen p¨²blica, David se asegur¨® la complicidad de todos sus asociados, mantuvo en secreto su c¨¢ncer y pudo editar unos d¨ªas antes Blackstar, interpretado como su mensaje de despedida ante el mundo (en realidad, Bowie ten¨ªa otros proyectos en el horno). El impacto fue tan brutal como el asesinato de su colega John Lennon, otro ingl¨¦s residente en Nueva York.
Luego, los fallecimientos llegaron en cascada. Algunos resultaban previsibles, dada la edad de los protagonistas y su reconocida mala salud: Merle Haggard (79 a?os), Leonard Cohen (82), Scotty Moore (84), Mose Allison (89), George Martin (90). Otros supusieron una bofetada: Manolo Tena (64 a?os) o Prince (57). Casi resulta comprensible la sensaci¨®n de orfandad: est¨¢n muriendo las grandes rock stars (no, lo que ahora prospera son las vedetes y los artistas de culto).
Para nosotros, desolados habitantes del planeta Rock, cada difunto lleva su moraleja. Las luminarias a veces fueron modelos de conducta y, de forma m¨¢s general, exploradores que nos permit¨ªan vivir experiencias salvajes por persona interpuesta. En la hora de su muerte, tambi¨¦n intentamos extraer ense?anzas.
Y no funciona. Por cada supuesto ca¨ªdo por los excesos del estilo de vida del rock, hay un Keith Richards aparentemente indestructible. Elvis falleci¨® a los 42 a?os, v¨ªctima de la automedicaci¨®n, como Prince. Sin embargo, resisten coet¨¢neos de ostentoso mal vivir, como Little Richard, 84 a?os, o Jerry Lee Lewis, 81. La diferencia en longevidad ?reside en aporrear el piano? No creo: Chuck Berry supera a ambos en edad ¡ª90 a?os¡ª y lo suyo son las guitarras Gibson.
Las estrellas se benefician, como el resto del mundo, de una medicina m¨¢s ¨¢gil y eficaz. Tambi¨¦n se ha avanzado en otras ¨¢reas: en buena parte del mundo, las drogas duras son una decisi¨®n particular; en todo caso, un problema cl¨ªnico m¨¢s que una cuesti¨®n judicial. Hoy nos resultar¨ªa inconcebible la agon¨ªa de Billie Holiday, bajo vigilancia policial en su habitaci¨®n del Metropolitan Hospital neoyorquino, con 44 a?os. O la aceptaci¨®n resignada del deterioro f¨ªsico del saxofonista Charlie Parker, que expir¨® con 34 a?os.
Hay una cultura de la rehabilitaci¨®n que, pese a sus abusos, ayuda a evitar la inacci¨®n y el fatalismo. Aunque tampoco impide la determinaci¨®n de los que desprecian la vida: ah¨ª est¨¢ la miserable evasi¨®n de Kurt Cobain. Ni siquiera ten¨ªa la excusa de Keith Emerson, que se vol¨® la cabeza el 11 de marzo, frustrado al perder sus facultades como teclista.
?Saben las superestrellas algo que los dem¨¢s ignoramos? Leo el resumen de una investigaci¨®n de la brit¨¢nica Kent School of Psychology. Asegura que las personas creativas, sabedoras de que han dejado un legado que les sobrevivir¨¢, se enfrentan con mayor tranquilidad al trance de morir. Hablan de la ¡°inmortalidad simb¨®lica¡±. Suena tentador.
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