¡®El editor de libros¡¯ y el atrevido escritor
El caso de Perkins no es ¨²nico en la historia, pero esta no es ¨¦poca para Perkins
Thomas Wolfe se muri¨® a los 38 a?os, hab¨ªa nacido con el siglo XX. Su tormentosa vida, tambi¨¦n atormentada, estuvo signada por la gracia de la escritura y la desgracia de su car¨¢cter, que volvi¨® locos a los que estuvieron con ¨¦l. Era un escritor magn¨ªfico, y tuvo un magn¨ªfico editor, Maxwell E. Perkins, que reun¨ªa todos los valores can¨®nicos de quien se dedica a ese oficio. En la pel¨ªcula que est¨¢ ahora en los cines, El editor de libros, parece que se idealizan esas cualidades, pero en realidad se enuncian a trav¨¦s de met¨¢foras que es ¨²til refrescar. Perkins se sorprende ante la escritura del autor nuevo, alcanza una fe ciega en su porvenir y se dispone a trabajar con ¨¦l como si tuviera delante a la literatura misma. Como hac¨ªan Brancusi, Moore o Chillida con las piedras que tuvieron a su disposici¨®n, se dedic¨® a moldearlo hasta confundirse con su estilo y con su vida.
Por otra parte, Perkins crey¨® tanto en esa piedra ya perfilada que era Wolfe con 29 a?os que lo acompa?¨® en una carrera que antes parec¨ªa destinada a las plumas negras del despilfarro y a las banalidades del alcohol. Cumpli¨® con su deber: le advirti¨® de los excesos y trabaj¨® con ¨¦l, encerrado, como si estuviera viendo nacer un planeta. En el pr¨®logo que Perkins hace a la edici¨®n de El ¨¢ngel que nos mira, tras la muerte del novelista y antes de su propio fallecimiento, en 1947, explica que quiz¨¢ no debi¨® acortarle tanto los textos. Aunque, a?ade, esos cortes luego resucitaban viv¨ªsimos en las obras siguientes del impetuoso joven al que ¨¦l hab¨ªa descubierto. Todas son met¨¢foras del trabajo de un editor: paciencia, buen juicio, respeto por la escritura. La pel¨ªcula pone de manifiesto esos valores, que muchas veces se olvidan o se desde?an. El autor no es un incordio, es el don principal de la literatura. En una ficci¨®n reciente, Musa (Anagrama), Jonathan Galassi, editor tambi¨¦n, recoge una broma: ¡°Editar ser¨ªa maravilloso sin esos pu?eteros autores¡±. Pero el legendario Mario Muchnik, tiene este t¨ªtulo de su autobiograf¨ªa editorial: Lo peor no son los autores. Peter Mayer, otra leyenda, dice que un editor es aquel capaz de advertir en medio de una multitud qu¨¦ est¨¢ queriendo leer la gente, identifica un t¨ªtulo y encuentra al autor capaz de escribirlo.
Lo peor no son los autores, ni los editores, en absoluto
Lo peor no son los autores, ni los editores, en absoluto. El caso de Perkins no es ¨²nico en la historia, pero esta no es ¨¦poca para Perkins; la crisis editorial, y tambi¨¦n de la lectura, as¨ª como los lugares comunes que persiguen a lo que debe y no debe ser una novela, han despe?ado las posibilidades de los Perkins de hoy para convencer a sus autores de la importancia que tiene la escritura, su vigor y su lenguaje. La historia importa, pero sin lenguaje no hay escritura.
Lo que sorprend¨ªa de aquel Wolfe alocado que entraba con su ba¨²l lleno de folios desordenados en Scribner¡¯s era que estaba seguro del fracaso porque su literatura no iba a tener lectores. Lo que sorprende hoy de Perkins es que lo hubiera adoptado como si estuviera fundi¨¦ndose, sobre esa piedra que entonces era el joven Wolfe, una literatura. Ahora hay Perkins tambi¨¦n, claro, pero los Wolfe no est¨¢n muy seguros de mandarles sus manuscritos. Todos somos culpables de que nos echen para atr¨¢s, en los medios, en las editoriales, en el mundo que vivimos, libros que empiecen as¨ª: ¡°¡Una piedra, una hoja, una puerta ignota; de una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas¡±.
Ahora hay Perkins tambi¨¦n, pero los Wolfe no est¨¢n muy seguros de mandarles sus manuscritos
Pues as¨ª empieza El ¨¢ngel que nos mira. Y aquel hombre, Perkins, no pudo dejar de leer ese libro que parec¨ªa escrito por un loco para iluminar la cruda oscuridad. La vanguardia est¨¢ herida de muerte, a no ser que la sociedad literaria empiece a romper lo que le amarra al entretenimiento como ¨²nica manera de comunicar literatura. Depende de que se atrevan los escritores y de que los editores se atrevan con ellos.
Babelia
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