Mes¨ªas expr¨¦s
Christie ha vuelto a dejar patente que Handel no es una de sus especialidades
No ser¨ªa muy descabellado afirmar que Mes¨ªas (no hay por qu¨¦ a?adir un art¨ªculo al t¨ªtulo del oratorio) es la primera obra de la historia de la m¨²sica occidental que lleva interpret¨¢ndose ininterrumpidamente desde el d¨ªa de su estreno dublin¨¦s en 1742 hasta hoy mismo. Nadie ha expresado mejor esta excepcional historia de ¨¦xito que Charles Burney, el historiador pionero de la m¨²sica europea, el viajero que quiso o¨ªr y ver in situ para poder dejar constancia ?mejor que cualquier notario? de la vida musical de la Europa de su tiempo, el escritor ameno y prodigioso, el viejo amigo de Handel, en Una cr¨®nica de las interpretaciones musicales en la Abad¨ªa de Westminster, y en el Pante¨®n, el 26, 27 y 29 de mayo; y el 3 y 5 de junio de 1784. En conmemoraci¨®n de Handel (Londres, 1785): ¡°Y desde aquel momento hasta el presente, esta gran obra se ha o¨ªdo en todas las partes del reino con reverencia y deleite crecientes; ha alimentado al hambriento, vestido al desnudo, acogido al hu¨¦rfano y enriquecido a los sucesivos empresarios de los Oratorios m¨¢s que ninguna otra producci¨®n en este o en cualquier pa¨ªs¡±.
Mes¨ªas
George Frideric Handel: Mes¨ªas. Les Arts Florissants. Dir.: William Christie. Auditorio Nacional, 21 de diciembre.
Hasta en cinco ocasiones se ha interpretado, por ejemplo, en el Auditorio Nacional de M¨²sica en este mes de diciembre. Es acercarse las navidades y empezar la fiebre mesi¨¢nica, aunque en el siglo xviii su ubicaci¨®n habitual ?y mucho m¨¢s l¨®gica? a?o tras a?o erala Pascua. Pero la inercia est¨¢ ya demasiado arraigada y se trata de un fen¨®meno universal. Iberm¨²sica, habitualmente parca en propuestas precl¨¢sicas, se ha unido a la marea invitando por primera vez a su temporada a William Christie, que ha vuelto a dejar patente que Handel no es precisamente una de sus grandes especialidades. En manos del estadounidense, el compositor se mimetiza: se nacionaliza franc¨¦s, se suaviza, se atempera y pierde buena parte de su br¨ªo y su empaque. As¨ª se percibi¨® ya desde la obertura, muy domesticada, y no hizo m¨¢s que corroborarse posteriormente.
Poco ayudaron un coro descompensado (8/5/5/7), una orquesta blanda y un cuarteto de solistas en el que solo despunt¨® Emmanuelle de Negri, si bien con un canto lastrado por una pobre dicci¨®n. Inaudible el bajo Konstantin Wolff en sus arias e irrelevantes el tenor Samuel Boden y el contratenor Carlo Vistoli. Pero lo peor fue, sin duda, el tajo inmisericorde que, al calor del intermedio, con nocturnidad y alevos¨ªa, asest¨® Christie a la segunda parte de la obra: siete n¨²meros en total pasaron a mejor vida. La cirug¨ªa sigui¨® en la tercera parte, con la desaparici¨®n de cuatro m¨¢s (casi la mitad del total). Dos d¨ªas antes, en el Barbican de Londres, con id¨¦nticos int¨¦rpretes, nada de esto sucedi¨®, entre otras cosas porque all¨ª se conocen la obra al dedillo (es parte casi de su ADN) y no aceptar¨ªan una sangr¨ªa que, entre otras cosas, deja tiritando su perfecta estructura tripartita. Christie se enfad¨® con raz¨®n cuando los graznidos persistentes de un m¨®vil obligaron a reiniciar el aria ¡°He was despised¡±. Pero m¨¢s de un asistente al concierto debi¨® de sentirse tambi¨¦n despreciado por estos cortes injustificados e injustificables.
Babelia
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