Christie interrumpe el ¡®Mes¨ªas¡¯ de Handel en el Auditorio por un m¨®vil
¡°Han destruido ustedes una de las piezas m¨¢s bellas jam¨¢s creadas¡±, dijo el director al p¨²blico
El sonido de un m¨®vil ocasion¨® el martes en el Auditorio Nacional algo ins¨®lito en el mundo de la m¨²sica cl¨¢sica. Fue a la altura del aria He was despised, al final de la primera parte del Mes¨ªas, de Handel. El director de orquesta William Christie interrumpi¨® su recital navide?o al frente del grupo Les Arts Florissants dentro del ciclo Iberm¨²sica. Ante la insistencia del timbre del tel¨¦fono de uno de los espectadores, par¨® el concierto con cara de pocos amigos. En un ataque de ira, el maestro grit¨®: ¡°Stop!¡±. Mir¨® a la bancada de la derecha y despu¨¦s, dirigi¨¦ndose al p¨²blico, se lament¨®: ¡°Acaban de destruir uno de los pasajes m¨¢s hermosos de esta obra¡¡±. Y volvi¨® a comenzar.
Era el tercer aparatejo que se hac¨ªa presente en la sala y fue la gota final. A eso hubo que unir un coro de toses permanentes que llenaron de tensi¨®n el ambiente. Christie mantiene una cruzada particular con los m¨®viles. Si uno de los mayores enemigos en vida de Haendel fueron alguno castrati y Federico, principe de Gales e hijo de Jorge II, su protector en los a?os londinenses, hoy son los politonos. En Versalles y en Par¨ªs, Christie ha lanzado broncas memorables. En la ¨®pera de la Bastilla expuls¨® a una asistente cuando le son¨® el tel¨¦fono en la primera fila. En el palacio, durante una velada con m¨²sica de la Corte de Luis XIV en la capilla real, rog¨® silencio, entre ir¨®nico y alterado. En Madrid tampoco acab¨® mal. Si se hubiera enfadado de verdad, nada m¨¢s terminar, se habr¨ªa largado, pero para no dejar mal sabor de boca ofreci¨® hasta una propina y repiti¨® el famoso Aleluya. Fue su manera de firmar la paz con un p¨²blico que lo adora y en pos de un concierto que fue, accidentes aparte, memorable.
No ha sido un mes tranquilo en el Auditorio Nacional. Daniel Barenboim, que ya ha parado alg¨²n que otro concierto por el mismo motivo, tambi¨¦n se enfad¨®. Pero esta vez por los flashes de las fotograf¨ªas mientras recib¨ªa sus ovaciones. La v¨ªctima fue una se?ora a la que se dirigi¨® un tanto airado: ¡°No me use el flash. Por tres razones: primero, porque est¨¢ prohibido, segundo, porque me molesta, tercero ¨Cy esto es lo m¨¢s importante- porque mientras hace la foto no puede usted aplaudir¡±.
Algunos de los promotores de conciertos consultados aseguran que el p¨²blico de Madrid no es especialmente irrespetuoso. As¨ª lo certifica Patrick Alfaya, de Scherzo. Pero tambi¨¦n Alfonso Aij¨®n, de Iberm¨²sica, que ha sido testigo de m¨¢s altercados fuera. Uno con Kurt Masur y la Filarm¨®nica de Nueva York, tras una irrupci¨®n de telefon¨ªa. Otro, m¨¢s gracioso, en Lisboa. ¡°Tambi¨¦n con Barenboim. Era en el Coliseo de los recreos, antiguo circo. Las paredes eran finas y en esa ocasi¨®n tuvo que parar porque algunos operarios estaban gritando los goles de un partido de f¨²tbol¡±, cuenta Aij¨®n.
A algunos les llevan los demonios, como el pianista Krystian Zimerman y su obsesi¨®n porque nadie le grabe. Una vez, en el teatro Victoria Eugenia de San Sebasti¨¢n par¨®, baj¨® al patio de butacas y confisc¨® una c¨¢mara a un aficionado. Despu¨¦s continu¨® como si tal cosa. Otros prefieren la iron¨ªa. En San Francisco, c¨®mo no, cerca de la tecnol¨®gica Silicon Valley, Michael Tilson Thomas, sin dejar de dirigir, se volvi¨® hacia atr¨¢s y le dijo a alguien que no cog¨ªa su llamada: ¡°D¨ªgale que no estoy¡±. Y el pianista Christian Zacharias, en un concierto en Gotemburgo (Suecia) interrumpi¨® lo que estaba tocando y se puso a replicar el tono del m¨®vil que sonaba con la misma melod¨ªa. Nunca una llamada entr¨® con tanto talento en el smartphone de alguien.
Babelia
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