El escupitajo punk en el arte
El Museo del Chopo de Ciudad de M¨¦xico rastrea las conexiones entre la cultura contempor¨¢nea y el movimiento musical de finales de los 70
Una de las vigilantes de la exposici¨®n Punk, sus rastros en el arte contempor¨¢neo, se levanta de la silla y se queda un rato mirando una de las videoinstalaciones. ¡°Es la historia de un borrachito ¨Ccuenta Ver¨®nica, 47 a?os¨C que por tener su vicio se deja hacer de todo por unos hombres malos¡±. Con una est¨¦tica de animaci¨®n de serie B, al borrachito le meten en una mazmorra, le pasan un rallador de queso por los genitales, le descuartizan y venden su carne a una empresa de latas de at¨²n en conserva.
¡ª?Cu¨¢l cree que es el mensaje del artista?
¡ªEs como un cuento muy raro. Eso no se puede hacer en la realidad
¡ª?Cree que est¨¢ criticando algo?
¡ªNo creo, pero como los punks son anarquistas y van en contra del gobierno. ?Qui¨¦n sabe?
Muerto oficiosamente en 1978 ¨CPunk is dead , cantaban Crass¨C, la muestra del Museo del Chopo en Ciudad de M¨¦xico rastrea por el mundo del arte las conexiones, los antecedentes y las herencias de aquel incendio contracultural que naci¨® en Londres y Nueva York, vivi¨® deprisa y dej¨® un exquisito cad¨¢ver.
¡°Como el surrealismo, ha trascendido el ¨¢mbito de las artes y se ha insertado en la lengua cotidiana. Uno califica una pel¨ªcula de surrealista sin serlo y con el punk pasa lo mismo¡±, explica el comisario de la exposici¨®n, David G. Torres. El punk ser¨ªa entonces un muerto viviente, una comunidad de ideas que siguen circulando y que tiene que ver con un cierto malestar. Un zombi inconformista, provocador, apasionado y rabioso. Un muerto muy vivo en la cultura contempor¨¢nea.
El punk es un escupitajo. El dada¨ªsta Michel Mourre se subi¨® en los cincuenta al p¨²lpito de la catedral de Notre-Dame disfrazado de monje dominico y pronunci¨® una homil¨ªa blasfema sobre la muerte de Dios. A?os 70: en una Inglaterra empachada de rock progresivo y crisis econ¨®mica, el bajista de los Sex Pistols se pintaba esv¨¢sticas en la camiseta, se cortaba el pecho con cristales y escup¨ªa al p¨²blico desde el escenario. A?os 2000: el artista Antonio Ortega se graba a s¨ª mismo vomitando dentro de un bote de metal para despu¨¦s d¨¢rselo de comer a los p¨¢jaros. ¡°Los esl¨®ganes anti todo de los situacionistas, los aullidos dada¨ªstas y su voluntad negadora est¨¢n a¨²n muy presentes¡±, apunta Torres.
El punk es disidencia y negaci¨®n. El estribillo No Future bebe de un lema de los situacioncitas que vagaban sin rumbo por las calles de Par¨ªs rechazando su cartograf¨ªa e imaginando otra ciudad y otro mundo. El artista Jordi Colomer, que representar¨¢ a Espa?a en la pr¨®xima Bienal de Venecia, coloca el No Future como un cartel luminoso encima de un coche que recorre ciudades vac¨ªas.
El seminal grupo californiano Black Flag recogi¨® directamente la bandera negra anarquista. Sin ser expl¨ªcitamente pol¨ªticos, la muestra recopila las portadas de sus discos a cargo Raymond Pettibon: monjas lascivas, un revolver apuntando a la sien de un padre de familia, Elvis crucificado en calzoncillos.
El punk es violencia. En otra sala hay dos vidrios blindados colocados en vertical sobre los que el mexicano Enrique Jezik dispar¨® m¨¢s de un centenar de balas. Utiliz¨® armas reglamentarias de la polic¨ªa y los balazos quedaron incrustados en los cristales. Un audio va recreando el silbido y el impacto de los disparos. La fiesta de las balas.?
Yoshua Okon y Miguel Calder¨®n se grabaron a ellos mismos robando equipos de m¨²sica de coches aparcados en las calles del Estado de M¨¦xico. Debajo de la pantalla, la instalaci¨®n incluye la monta?a de radiocasetes birlados. ¡°La conflictividad de la sociedad mexicana, ese malestar es un caldo de cultivo inigualable. Quer¨ªamos enfatizar adem¨¢s que el punk va m¨¢s all¨¢ del ¨¢mbito anglosaj¨®n, gracias sobre todo a que naci¨® en medio de la cultura de los medios de comunicaci¨®n¡±, a?ade el comisario de la exposici¨®n que viene de girar por Madrid, Vitoria y Barcelona.
El punk es repetici¨®n y rabia. El d¨ªa de la inauguraci¨®n, el coleccionista y autor mexicano, Guillermo Santamar¨ªa junt¨® parte de su colecci¨®n de vinilos, los sac¨® de la funda y los estrell¨® sobre la pared como si fueran jabalinas. Mata a tus ¨ªdolos. Destruye. Punk. En otra sala, una pantalla expone una secuencia de unos segundos de una pel¨ªcula del Hollywood de los cincuenta. Una familia est¨¢ cenando y la escena intervenida se detiene, avanza, rebobina, se atasca y se repite y se repite hasta que el zumbido del televisor se hace insoportable.
El punk es un fraude. Durante el ¨²ltimo concierto de los Pistols, mientras Sid Viciuos escup¨ªa sangre y apenas era capaz de seguir dos acordes al bajo, Jonnny Rotten le pregunt¨® a un p¨²blico irritado por el fiasco musical: ¡°?Nunca se han sentido estafados?¡±. Aquella gira de 1978 fue el delirio final de Malcom McLaren, manager y padre de su criatura punk. ?l los visti¨® como zapatos puntiagudos, pantalones de cuero y cadenas de su tienda de estilo sado. Model¨® a aquellos cuatro desarrapados como un gran esc¨¢ndalo frente a los oficinistas y las se?oras de misa. Les coloc¨® en el centro de la diana de los medios de comunicaci¨®n, consigui¨® contratos millonarios de las discogr¨¢ficas y luego los dej¨® caer. Todo fue un gran fraude para as¨ª desenmascarar la farsa del mundo del espect¨¢culo.
McLaren estudi¨® en una escuela de arte, admiraba a los situacionistas y a Andy Warhol, el ap¨®stol de la cultura de masas. Una fotocomposici¨®n suya sobre un accidente de coche, Silver Car Crash, se vendi¨® hace uno a?os por m¨¢s de 100 millones de d¨®lares en una subasta. El brasile?o Jo?o Louro recoge este hito para la muestra punk. Un marco rectangular dividido en dos cuadrados. A un lado, el t¨ªtulo de la obra millonaria de Warhol sobre un fondo blanco. Al otro, un cuadrado negro. Un gran No.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.